Todos hemos sentido ese sentimiento de no pertenecer, de no encajar, de ser la temida oveja negra, ya sea porque que nuestra forma de ser o de pensar es distinta o porque no somos lo que se espera de nosotros ya sea en la escuela, en el trabajo en incluso en la misma familia.
Y, de repente, nos vemos inmersos en un estado de sufrimiento y frustración, primero, porque el rechazo y el asilamiento que genera no es agradable y segundo, porque aún y con todos nuestros esfuerzos no logramos ser aceptados por los demás.
Esto se ve a menudo en la época escolar y cuando estamos en el proceso de encontrar nuestro camino e identidad, cuando empezamos a mostrarnos al mundo como realmente somos. El camino que seguimos es señalado por otros o por nosotros mismos, siguiendo patrones, caminos ya recorridos que nos generan certeza y seguridad.
Considerando que nuestra evolución es constante, progresiva y expansiva, esta historia se repite en distintas etapas de la vida, de pronto, nos empezamos a sentir incómodos y fuera de lugar en ciertos lugares o con ciertos grupos a los que pertenecemos; nos llega un vacío y unas ganas de querer escapar. Y no hay porque espantarse, es normal, solo estamos evolucionando.
Entonces, las alarmas se prenden, el mar de dudas y confusión toman un sentido más profundo y con ello, seguramente un propósito. Nuestro propósito. Es cuando, debemos replegarnos a nosotros mismos y definir el rumbo.
Es entonces cuando quizá debamos preguntarnos, si los esfuerzos que hacemos por agradar a los demás o por pertenecer valen la pena, hasta donde es necesario sacrificar nuestra autenticidad y nuestros propios intereses por querer entrar en el molde. Y si ese molde aún está hecho a nuestra medida.
Se requiere valor y confianza, rebelarnos. Aceptar que no tenemos por qué encajar en todos los escenarios, no todos los guiones nos acomodan. Aceptar que somos la oveja negra y estamos bien con ello.
Remar contra corriente, aparentemente sin rumbo, en dirección opuesta a los demás, aunque quien puede decir, que los demás son los que navegan sin rumbo.
Aceptar nuestras rarezas, nuestras manías, nuestros deseos, nuestra individualidad, aunque pudiera ser amenazante para los demás y poco comprensible.
Si esta búsqueda nos lleva a un estado de paz con nosotros mismos, entonces, estaremos en el camino correcto y ser la oveja negra no es tan malo, más bien, es necesario porque será la pauta a seguir, el que abre caminos, cuestiona, rompe paradigmas, crea resistencia y esa resistencia diseña otros moldes, que se vuelven expansivos e infinitos. Comenzando todo con una simple forma de ser distinta, con una opinión diferente, irreverente y a veces no aceptada por los demás, quienes curiosamente terminan siguiendo a la oveja negra.
Y, como decía Marshall Sylver.
“Haga exactamente lo contrario de lo que hacen las ovejas para convertirse en pastor”.
Por: Sandra Fernández