Ya había pasado la noche anterior el ilegal arresto de Jesús. Ya había pasado, también, la noche de horror y tortura frente a los líderes religiosos. Ya habían pasado las caminatas a la casa de Pilato, el gobernador romano, y de ahí con Herodes y de regreso con Pilato. Ya se había dado la injusta condena y ya había pasado el terrible suplicio ante el látigo romano.
Ahora Jesús se encaminaba al lugar de su ejecución. El tiempo se había cumplido y la hora del pago por toda la humanidad había llegado. El inocente por los culpables. Jesús aceptó, para salvación de todos, la muerte más humillante y dolorosa que sus enemigos le ofrecieron, a fin de cargar con todo lo que a nosotros nos correspondía: el castigo y la maldición.
Cuando fue desnudado para subir a la cruz, Jesús estaba tomando en Él todo el pecado de la humanidad, estaba tomando el lugar de toda la humanidad. Su sangre inocente se iba a derramar y cubriría el pecado de todos los que lo aceptaran como su Salvador.
Tan pronto como Jesús fue clavado en la cruz, oró por los que lo crucificaron. Pidió a Dios que perdonara a la gente que le daba muerte: líderes judíos, políticos romanos, soldados, espectadores y por cada uno de nosotros, dado que, siendo pecadores, todos tuvimos parte en la muerte de Jesús.
La buena noticia es que Dios es bueno. Jesús murió para comprarnos y conseguirnos la grandiosidad que es el perdón de pecados y, por lo tanto, la vida eterna. La cruz no fue un evento que sucedió por casualidad. La cruz no fue un evento que los hombres dictaron. La cruz no fue un evento en el cual Jesús se vio envuelto y que se salió de su control. Era el plan de Dios para salvarnos del sufrimiento eterno.
Aproximadamente a las 9 de la mañana del viernes tuvo lugar la crucifixión. Para las 12 del día ya habían pasado tres horas de profundo sufrimiento. El corazón realizando un esfuerzo extraordinario y la víctima lastimándose con los clavos en su intento por no asfixiarse. A esa hora comenzaron tinieblas sobre toda la tierra. El cielo estaba asomado. Los ejércitos celestiales preparados. Y Dios Padre estaba tomando con profunda pena el paso mas grave que tendría que dar para completar su justicia y traer salvación al mundo.
Un poco antes de las 3 de la tarde, en un instante terrible, el cuerpo de Cristo fue lleno de todo nuestro pecado, de todas nuestras enfermedades, de todos nuestros dolores, de todas nuestras miserias, de todas nuestras maldiciones y de todas nuestras debilidades.
Y el perfecto Padre celestial, por un instante, aparto su rostro de Jesús, y Él, acostumbrado a la comunión perfecta y continua con su Padre agregó una nueva angustia y exclamo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mat 27:46, NTV)
A esa hora el velo que separaba el lugar santísimo en el templo se partió de arriba abajo, dando claramente a entender que el acceso al Padre Celestial estaba siendo abierto para todos nosotros con su sacrificio. Al morir Cristo, desapareció la barrera entre Dios y el hombre. Ahora cada persona puede llegar a Dios directamente mediante Jesús.
A las 3 de la tarde, Jesús muere por usted, por mi y por toda la humanidad.
Y en ese momento, los ángeles del cielo se movilizaron y una gran actividad divina se llevo a cabo. Un gran temblor de tierra se sintió, como si el movimiento del ejercito celestial hubiese impactado la tierra hasta sus cimientos. Creyentes resucitaron y muchos de los presentes creyeron en Jesús, incluido el centurión romano.
Finalmente, Jesús es sepultado y se rodó una gran piedra sobre la entrada. Pero este no fue el fin. Esta historia continuará.
Pastor Jorge Cupido
@jorgecupidoqro
EL SELLO
@ElSello.Qro
Domingos, 11.30 am
San José 498, Col. Carrillo Puerto, a 100 m. de Av. 5 de Febrero
