viernes, abril 26, 2024

La palabra en la lengua española – Teresita Balderas y Rico

El español es un idioma espléndido, un tanto poético. Pertenece a las lenguas romances, derivadas del latín vulgar, que sobrevivieron al Imperio Romano.

Las lenguas romances más conocidas de acuerdo con el número de hablantes son: español, francés, portugués, italiano y rumano. 

En la lengua española, existen diversas palabras para expresar el mismo concepto. Es generosa con los sustantivos, embellecidos por la gama de adjetivos. Las múltiples conjugaciones verbales fortalecen sus acciones.

Coincido con el periodista y escritor, Arturo Pérez Reverte, al manifestar su enojo en su texto titulado “Sois la hostia”, en el que expresa su desesperación por el patético uso del lenguaje, en esta era cibernética.

La lengua de Cervantes está siendo destrozada por la ignorancia y la pereza intelectual en el hablar y el escribir. La formación en escuelas de alto prestigio y pago de colegiatura, no es garantía de una buena educación.

Rescatemos nuestra maravillosa lengua romance, reactivando la imaginación, el libre pensamiento y el amor a la palabra. Es necesario abrir las ventanas, aspirando el oxigenante viento de las ideas. Convertir las grafías en palabras y éstas en narrativas, las que serán leídas tal vez mañana, o en un futuro lejano.

El buen uso de la palabra adquiere personalidad propia al ascender al plano comunicativo. Ella, conociendo el juego de la semántica y la sintaxis, muestra el poder de transformar cosas de lo cotidiano en: personajes, objetos, y paisajes de ensueño.

El poder de la palabra es grandioso. A través de él, se construyen diálogos que despiertan las emociones. Una frase bien estructurada puede evitar una crisis económica, salvar una vida o desatar una guerra. El mundo de las ideas, bien expresado, nos lleva a soluciones fuera de nuestro imaginario social.  

La escritura subyuga, invitando a construir frases profundas, poéticas o retóricas, como éstas:

Quien no escucha por ignorancia es ciego en la justicia.

La densa neblina no me deja mirarte, qué importa si me corazón te escucha y mis manos conocen de memoria tu figura.

Mi amor se fue diluyendo en aquella envolvente atmósfera.

Cuántas historias se pueden narrar cuando los personajes cobran vida a través de la escritura. En esta excitante aventura de comprender el juego de las palabras, se pueden crear diversos tipos de textos. 

El oficio de escritor implica una compleja actividad mental. La escritura es celosa con quien se atreve a hacerlo. En diversas ocasiones, quien escribe tiene problemas con lo que pretende expresar. 

Al empezar una historia, la inicia con entusiasmo. Aproximadamente a media cuartilla, el escritor hace una pausa, observa con desaliento que, al tercer o cuarto párrafo, no está lo que en realidad desea comunicar. Surge entonces la necesidad de reacomodar las ideas.

Imagina que algunas veces los personajes creados se disgustan con él, porque no es capaz de describir con claridad las características que los fortalecen en el desarrollo de la narrativa. Reclaman la situación en que los puso, sin darles elementos para desarrollar la trama. Se molestan por la debilidad descrita, cuando en realidad son intrépidos y poderosos.

También, hay ocasiones en que se muestran benévolos con su creador, al sentirse a gusto con el papel que desempeñan en la historia. Sucede cuando el escritor elige para ellos las características adecuadas a su personalidad en la trama.  

Algunos de los personajes surgidos en la narrativa son muy convincentes, tanto, que logran despertar diversas emociones. Pareciera que a los lectores los llevan de la mano con la intención de que conozcan de cerca su historia.  Así, de pronto, lloramos y reímos con ellos. 

El escritor se hace a sí mismo, escribiendo a diario en cualquier lugar y tiempo disponible. Es una estrategia para incrementar el registro literario.

Al despejar la neblina para encontrar el puente entre las grafías y la construcción del pensamiento, se nota la firmeza en la pluma del escritor, al quedar plasmadas   las ideas con claridad. 

Los talleres de escritores son un espacio idóneo para diversificar caminos en el arte de escribir. Corresponde al escritor seleccionar el indicado para la tipología de su narrativa. De no hacerlo, es fácil perder el rumbo. En ocasiones, se convierte en amigo de la palabra y llega a su destino sin grandes obstáculos. 

También —hay que confesarlo— sucede en algunos casos, al no encontrar la luz del entendimiento, se pierde el camino. El tiempo de reencontrarse nuevamente con la escritura pueden durar días, meses o años. En este espacio, las circunstancias de la vida del escritor juegan un papel relevante.

Ha sucedido que, al equivocar la ruta, las dificultades crecen, las caídas son dolorosas, y que aún encontrando el camino correcto, queda un ligero sabor a derrota. 

Los talleres de escritores son espacios para iniciar la aventura de conocer la magia de la palabra. Seamos aventureros.

No hay horario fijo en la escritura, es un proceso libre como las ideas, a veces inicia a medio día, puede ser vespertino, nocturno o bien de madrugada. Quien escribe buscará, de acuerdo con sus circunstancias, lugar y horario para crear y caminar con sus personajes. 

Las palabras se divierten. A veces se esconden, ven pasar al que escribe y sonríen pícaras ante la inocencia literaria. 

Horas después, al regresar al teclado, la bruma del pensamiento se ha despejado, las ideas vuelven a fluir: han encontrado la salida del laberinto literario.

Escribir amplía el vocabulario. Leer fortalece el capital cultural. 

Cuidemos nuestra maravillosa lengua romance, no mutilemos el lenguaje español. 

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