Algo raro estaba pasando con las emociones de Yara. El tren, en ese momento, pasaba por una curva muy cerrada. Ella tenía la sensación de que los personajes de las obras la abrazaban. Al terminar la curva, todo regresó a su estado normal.
Cansada de explorar los vagones, regresó a su asiento. Tenía la sensación de haber viajado ya en ese tren, lo conocía muy bien. Abrió la ventanilla para dejar entrar la suave brisa primaveral: un tenue olor a lavanda aromatizó el ambiente. Yara consideraba a la primavera como una renovación de vida, algo similar le estaba sucediendo.
El tren entró en una zona de neblina muy blanca, parecía que estaba entre nubes.
Ella se recargó en el cómodo asiento, de algún lugar emergió la bella música de Mozart que tanto le gusta. Cerró los ojos, una leve sonrisa se dibujó en sus labios, cuando escuchaba la Sinfonía 40 se quedó dormida. Mientras el tren seguía su destino, así pasaron: días, meses, años y siglos.
La máquina silbó, anunciando su llegada. Yara despertó de un muy largo sueño, no sabía en qué lugar estaba. Las puertas se abrieron, ella descendió con cuidado. Había bruma. Al despejarse, ella pudo ver un camino muy amplio, poco después escuchó voces en un idioma extraño, que se fueron acercando, entonaban cantos. Minutos después se vio entre ellos, eran peregrinos.
Su vestuario era raro, parecía de la antigua Grecia.
Sorprendida, Yara ponía atención a lo que decían. Sin explicación alguna, pudo entender la lengua que hablaban, era griego. Se enteró que se dirigían a rendir culto a una de sus diosas.
—¿De dónde vienes? Tú no eres de Atenas —preguntó Bernice, una bella mujer que llevaba un hermoso jarrón como ofrenda.
—De muy lejos, de un lugar llamado México. ¿En honor de quién es la peregrinación? —preguntó Yara.
—Rendiremos tributo a Atenea, nuestra amada diosa de la sabiduría, la guerra y la artesanía. Vamos rumbo a su templo.
—¿Se encuentra en la Acrópolis?
—Sí, ya pronto llegaremos —comentó Bernice—. No veo que traigas ofrendas, Atenea se puede ofender.
—Tengo este collar, ¿crees que le agrade? —dijo Yara.
—Es hermoso, será una buena ofrenda —dijo la joven griega.
Caminaron dos kilómetros más y llegaron a Niké, el templo de Atenea. Su arquitectura era impactante, fue construido por Calícrates en 421 a C. Tiene ocho metros de altura, sostenido por bellas columnas de mármol de estilo jónico.
Yara pudo entrar al templo. Al estar frente a la diosa, parecía que le sonreía, dejó la ofrenda al pie del altar. Sentía que era tocada por la divinidad, se inclinó a orar, igual que los demás. Al levantar el rostro para ver a Atenea, observó que la diosa tenía el collar en un dedo de la mano izquierda. No se explicaba cómo había llegado ahí.
La chica estaba feliz: Atenea había seleccionado el collar que ella puso al pie del altar.
El cansancio, la aglomeración y los aromas motivaron el adormecimiento de Yara. Cuando despertó, otra vez viajaba en el tren. Estaba sentada en un cómodo y elegante sillón de estilo provenzal. Era un carro diferente a los explorados.
La máquina estaba de nuevo en marcha.
La algarabía de la gente en la estación y el ruido de autos, atrajeron la atención de la viajera. Las puertas se abrieron. Descendió.
Reconoció la emblemática torre, estaba en París.
Sabía que debía ir a la Sorbona, pero desconocía el motivo. Fue la fotografía en uno de los principales diarios de París, la que permitió conocer la respuesta. Yara se dirigió a la universidad.
Entró al laboratorio, ahí estaba la gran científica Marie Curie.
—Pasa, Yara. Te esperaba, conozco tu pasión por la ciencia, te mostraré los recientes experimentos que te había mencionado.
—Habría sido un honor dedicarme a la investigación científica, sin embargo, la vida me dio otras oportunidades. Me atrapan los grandes descubrimientos como los que has realizado, Marie, has dado grandes pasos en el mundo de la ciencia, tú y tu esposo han legado al mundo nuevos caminos. Eres pionera en el estudio de la radiación. Descubriste los elementos químicos del radio y el polonio.
—Yara, en esta vida todos tenemos una misión. En tu caso, será la enseñanza de la ciencia, tu profesión es relevante para que los niños se acerquen al conocimiento científico. Te entrego la invitación que te prometí para la ceremonia de mañana.
—Gracias, Marie. 1903 será un año de gran precedente para las mujeres científicas. No me perdería la entrega del Premio Nobel de Física, bien merecido lo tienes. Hace años debieron entregártelo. Te felicito, es un honor presenciar la ceremonia de entrega a la gran científica Marie Curie. Con tus nuevas investigaciones, es probable que pronto recibas el de Química.
La científica y Yara se abrazaron, quedaron de verse en la ceremonia.
—Nunca había tenido tantas emociones, me parece que lo que estoy viviendo es un sueño, y cuando despierte no recuerde cosa alguna —pensaba la viajera.
Yara entró a un pequeño restaurante, pidió una ensalada, y se dispuso a leer el diario que había comprado. Buenos comentarios hacían de la científica. Realmente tenía una trayectoria de vida asombrosa, así lo expresaban los datos biográficos de Marie Curie.
Se concentró en el desarrollo de la nota periodística. Dejó de percibir los ruidos a su alrededor. Al término de la lectura extendió los brazos, se había cansado de la misma postura. Quiso doblar el diario que ya no tenía en sus manos, ¡era un libro! Sobresaltada, observó que no estaba en el restaurante, descansaba en un sillón de la sala de su casa.
“¡Qué sueño tuve! Recuerdo todo lo que sucedió. Estas cosas increíbles, solo suceden en los sueños”, reflexionaba la chica.
Yara abrió el libro para saber hasta qué página había leído. Como separador, estaba la invitación a la ceremonia del Premio Nobel de Física de 1903. El libro cayó de sus manos.
¡Quiso gritar, pero el grito se ahogó en su garganta!