sábado, julio 27, 2024

Las bondades de la vida – Teresita Balderas y Rico

Julio había tenido un buen día en la empresa: las piezas automotrices enviadas a Palermo habían llegado en perfectas condiciones, y en la fecha acordada.  

El joven ingeniero tendría algo que contarle a Paty. Hacía algunos días que la notaba más preocupada. El embarazo, en sus primeros meses, había sido muy complicado. El médico les decía que no se preocuparan, que el desarrollo de los gemelos estaba en perfectas condiciones. El alumbramiento sería en un mes. 

Julio había quedado huérfano cuando era niño. Sus papás murieron en un accidente. Fue criado por sus abuelos, con gran amor. Una vez que su abuela le daba el beso de buenas noches, se ilusionaba pensando que al día siguiente sería su madre quien lo despertaría. 

Una llamada urgente interrumpió sus pensamientos. La voz de su esposa denotaba nerviosismo. Julio, desesperado, no lograba entender lo que ella decía. 

─Cálmate. ¿Qué te sucede, Paty?

─¡Tengo mucho miedo, ya tengo dolores de parto y estoy sola! 

─Respira hondo, trata de calmarte, todo va estar bien. Ya salgo hacia la casa, estaré en contacto contigo en el trayecto.

Julio salió corriendo hacia el estacionamiento. Un empleado lo alcanzó y le entregó un sobre enviado por el director de la empresa. Un rechinar de llantas retumbó en el subterráneo.

A gran velocidad, se dirigió a su casa. El clima empezaba a cambiar: había estado muy caluroso durante el día y ahora empezaba a llover. El panorama aumentaba su angustia. 

Empezó a rebasar sin tomar precauciones. El ruido de los automovilistas lo trajo a la realidad. Tendría más cuidado, estaba a punto de ser padre, su responsabilidad sería mayor.   

Por fin pudo llegar a casa. Encontró a su esposa muy asustada.

─Julio, estoy muy nerviosa. ¿Por qué se adelantó el parto? No quiero perder a mis bebés.

─¡No perderemos a nuestros hijos!, vámonos, pronto llegaremos al hospital, hablé a la clínica, estarán listos para recibirte.

La realidad era otra: el ginecólogo que había atendido el proceso del embarazo estaba fuera del país, en una convención. 

Julio tomó la carretera. La distancia era corta, pero había un inconveniente: muchas curvas, y la neblina afectaba esa región veracruzana. 

Unos quince minutos después de haber iniciado el viaje, sucedió lo que temía: una densa neblina cubrió la carretera.

En el asiento trasero, Patricia gritaba. Los dolores eran cada vez más frecuentes e intensos.

─Julio, Julio, no aguanto más, ayúdame por favor, salva a nuestros hijos.

El esposo trataba de consolarla. Llegaron a un tramo en el que ya no se veía otra cosa que ese maldito humo espeso blanquecino. No podía aumentar o disminuir la velocidad. Sabía que había una gran fila de carros detrás y delante de él, incluso un camión naranjero, que los había rebasado cuando aún se veía un poco.

Desde el fondo de su alma, Julio oró por su esposa y sus hijos que estaban por nacer, pidiendo tener la fortaleza para llegar a la ciudad. Coincidencias que tiene la vida: la neblina seguía tan densa como al principio, pero hubo un cambio: unas pequeñas luces rojas se hicieron visibles. En ese momento recordó al camión naranjero que los había rebasado. Se guío por aquellas lucecitas como un faro de salvación.

Paty dejó de gritar. Era preocupante.

─¡Paty, no te duermas,  pronto estaremos en el hospital! ¿Me escuchas, amor? 

─¡Julio, estoy toda mojada, creo que ya se me rompió la fuente!

El joven ingeniero no supo si era parte de su imaginación, pero aquellas luces de pronto se veían más nítidas y se movían con mayor rapidez. Él, solo las siguió.

Trató de ver a su esposa. Tal vez solo fue un segundo que desvió la vista de las luces rojas. Al enfocar de nuevo, ya no estaban. La neblina era menos densa, habían llegado a la ciudad. Julio trató de localizar al camión que había sido su salvación. No estaba.   

Cien metros adelante había ocurrido un accidente de tránsito, y la calle estaba bloqueada en lo que realizaban el peritaje. Al borde de un colapso, subió sobre el auto y empezó a gritar a todo pulmón que su esposa estaba muy grave, necesitaba llegar con urgencia al hospital o morirían los bebés. Los automovilistas trataron de hacerse a un lado.

Un patrullero con la sirena en todo lo alto fue abriendo camino.

Médico y enfermeras los esperaban. Julio corría al ritmo de los camilleros, tomando la mano de su esposa.

─Cálmese, señor, o sus hijos no tendrá padre y su esposa quedará viuda muy pronto.  Tómese un café, todo estará bien.

 ─Gracias doctor, haré lo que dice.

Un hombre se acercó entregándole un humeante vaso de café.

 ─Tómelo y trate de tranquilizarse, se ve muy pálido.

 ─La neblina no permitía ver, pensé que jamás podría salir de ahí, sólo gracias al camión…

─El naranjero ¿verdad? Ese camión ha salvado muchas vidas, ─dijo el buen samaritano.

─¿Hay algo que deba saber sobre ese camión, señor?     

─En algún momento sabrá la historia. Por ahora, solo piense en que va a ser padre. 

La persona se retiró, dejando a Julio intrigado. El aromático y caliente líquido había hecho maravillas. Buscó los cigarrillos en el saco del traje. No había cigarrillos, lo que encontró fue el sobre que recibió en el estacionamiento. 

Lo había olvidado. Expectante, lo abrió, una sonrisa apareció en su rostro.

El documento era del director de la empresa. Se le notificaba que por su desempeño profesional ascendería a director de área. El salario era mayor. 

Quiso gritar de felicidad, pero recordó que estaba en un hospital. Estaba guardando el sobre cuando salió el médico.

─¡Felicidades, es usted padre de dos hermosos bebés, una niña y un niño! 

─¡Gracias, docto,r gracias! ─decía el joven padre abrazando al médico.

Julio entró corriendo al cuarto donde estaban su esposa y sus hijitos. 

Al ver aquella tierna imagen, pensó en lo afortunado que era. Al mirar a sus pequeños sintió un renacer a la vida. Ahora tenía una hermosa familia.

Julio salió al pasillo, buscando al doctor. Creyó reconocer al conductor del camión naranjero, lo había visto cuando lo rebasó. Corrió para agradecerle, pero una enfermera le habló. Por segundos lo perdió de vista, ya no estaba. 

La enfermera, al saber la experiencia de Julio, dijo que se trataba del espíritu de don Arturo. Su camión, ante la densa neblina, había caído en una curva. Él y su ayudante murieron. Ahora, se dedica a salvar vidas. Se ha convertido en una leyenda.     

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