viernes, julio 26, 2024

La ceguera en la era líquida – Teresita Balderas y Rico 

Estamos viviendo tiempos violentos, convulsos. La humanidad se encuentra en una era líquida, en donde todo corre, se escapa; no se tiene la calma para reflexionar. La vida es un torbellino de acciones y cambios consecuentes. Los movimientos constantes llevan al sujeto a vivir estresado. 

Los adultos están preocupados por tener, para ser aceptados en ciertos grupos sociales. El tener se convierte en acción primordial. El ser pasa a segundo término, se encuentra desdibujado. Consumir, comprar y endeudarse, mantiene al sujeto en el ojo del huracán, sin tomar conciencia de la situación de peligro que vive por el endeudamiento. 

Se vive en aparente calma. Conocer la realidad duele. Existen circunstancias transitorias que nos hacen caminar al borde del abismo. En ese momento nos enteramos de nuestra vulnerabilidad. Pasado el susto, regresamos a la cotidianidad, fingiendo vivir en apacible calma, como si todo estuviera en orden. 

En ocasiones es aterrador reconocer la realidad, preferimos vivir la simulación que nos venden. Sin embargo, al no vislumbrar lo que pueda suceder a futuro, nos convertimos en copartícipes de una realidad desdibujada. Por no enfrentar nuestros miedos y problemas, involucramos a terceros: entre ellos a la familia, donde los niños y jóvenes serán los más vulnerables.  

Todo ser humano ha sentido miedo en diversas etapas de su vida. La diferencia está en la forma de enfrentarlo. Pero, ¿qué es este sentimiento? Habrá tantas definiciones como percepciones se tenga del mismo. 

Desde un sentido común, es un estado anímico. Sentimiento que atrapa, enturbia el razonamiento, penetra en el torrente sanguíneo viajando con inusitada rapidez hacia las redes neuronales, dificultando una acción apropiada al fenómeno que se está experimentando.

La presencia del miedo en ciertas situaciones es sutil y se enmascara. En otras, suele llegar con tal fuerza que al primer golpe aniquila. 

En la infancia, mis miedos giraban en torno a lo desconocido, fantasmagórico e inexplicable. Las amenazas con tintes religiosos, empleados por la madre o el sacerdote, aterrorizaban mi fragilidad de niña, con la consigna: “Si no obedeces, si no haces lo que te mando y bien hecho, te condenarás. Vendrá el diablo por ti y arderás en el infierno por toda la eternidad”.

Con los años, las percepciones cambian. Hoy en día, se vive bajo el yugo de la injusticia, violencia, indiferencia e impunidad, creadas dentro de las instituciones, las que debieran procurar el bien común. Por esta razón fueron constituidas, para estar al servicio del pueblo, retóricamente hablando.

Vivir en la incertidumbre no es vida, no lo permitamos. Pensemos con serenidad la forma en que deseamos pasar nuestros años. Resanemos las heridas, y reconstruyamos los espacios de convivencia racional y emocional.  Somos adultos con una vida hecha. Cuidemos de los niños y los jóvenes, que tienen un largo camino por andar. Pensemos en ellos, es urgente aprender a escucharlos. En ocasiones, su silencio nos pide ayuda a gritos. 

Ante la situación convulsa y la ceguera en que se vive, volvamos al centro neuronal educativo: la familia. Una sólida educación familiar puede prevenir y crear cierta conciencia a nivel social. 

No esperemos a que otros resuelvan la catástrofe creada, hagamos lo que nos corresponde: orientar el desarrollo de la inteligencia emocional, estimular el pensamiento crítico, capaz de comunicar, escuchar, comprender, crear y emprender proyectos de vida encauzados a un desarrollo integral como ser humano.

Tengo la esperanza en que los padres que han abandonado la comunicación con sus hijos, puedan recuperar tan importante misión educativa. Insertar la práctica de valores universales es vital, tal vez se puedan evitar tragedias en las escuelas, las que jamás pensamos que sucederían en México. Eduquemos a nuestros hijos a vivir en cierta armonía.

Creo en la sinceridad, espontaneidad y curiosidad infantiles, en la luminosa mirada y sonrisa que contagian los niños, que dulcifican nuestro carácter y nos transportan a una zona de tranquilidad.  

Confío en que la educación hará libres a las mentes enclaustradas por el olvido y la ignorancia. Los pueblos que han tenido la fortuna de recibir una educación acorde a las exigencias de la época que les ha tocado vivir, han tenido mayores oportunidades de acceder a una vida más digna. En ellos es factible satisfacer las necesidades básicas, y otras de crecimiento y esparcimiento.  

Aún tenemos grandes ideales y descubrimientos por conocer: la ciencia, nuevas tecnologías, las artes, la grandeza de la naturaleza, lo infinito del universo. 

Observar con mayor frecuencia un maravilloso amanecer, una romántica puesta de sol, como los inigualables atardeceres queretanos que comentó el gran escritor Jorge Luis Borges. 

Creo en la sinceridad, curiosidad científica, social y estética de los jóvenes. En sus proyectos de vida, que emprenden con tanto entusiasmo y energía.

Ante esas actitudes, abren las puertas de la esperanza, hacia la construcción de una nación diferente.  

Creo en el amor. Pienso que mientras éste exista en todas sus acepciones, percepciones y conceptos, la humanidad tendrá siempre la esperanza de no extinguirse.Las reuniones familiares y de amigos, que recién tuvimos en Noche Buena, y para recibir al año nuevo, fueron momentos de regocijo, de fraternidad, de amor. Los cálidos abrazos, las luminosas miradas, las continuas sonrisas ante las anécdotas contadas, son testimonio de felicidad. 

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