Uno de los mayores problemas de la sociedad es la indiferencia. La gente simplemente se aísla de las demás personas, pero lo peor es la indiferencia ante el sufrimiento y la necesidad humana. Pareciera que la empatía se ha enfriado o simplemente desaparecido en muchas personas y no conectan con los problemas de otros.
La indiferencia es la actitud de permanecer inmóvil ante alguna necesidad ajena. Lo opuesto es acción, interés y amor. Por eso, si a la palabra indiferencia le quitamos el prefijo IN, lo que resulta es diferencia. El que no practica la indiferencia, hace la diferencia.
Estoy seguro de que cada uno de nosotros ha experimentado varias veces la indiferencia de otros ante nuestros problemas o necesidades. Son experiencias donde sentimos una gran soledad, tristeza y desesperación. Tal vez en este momento te sientas abrumado y no veas que haya alguien que se interese en ayudarte, pero debes saber que si hay alguien a quien no le eres indiferente. A Dios ninguno de sus hijos le es indiferente.
En la Biblia se narra una historia muy impactante. En contexto, esto sucedió la última semana de Jesús sobre la tierra. No iba a ser una semana cualquiera, iba a ser la semana que cambiaría el rumbo de la historia y el destino eterno de millones de personas.
Jesús sabía que era su última semana y pensaba aprovecharla bien. Su mente estaba muy ocupada organizando su tiempo. Necesitaba llevar a cabo su plan, realizar acciones estratégicas, dar enseñanzas muy importantes a sus seguidores y llegar hasta la ciudad de Jerusalén, escenario donde se desarrollarían los acontecimientos finales de su estancia en esta tierra.
En este ambiente, Jesús va pasando por la ciudad de Jericó en medio de la euforia popular y rodeado de una gran cantidad de gente. Junto al camino estaba alguien despreciado e ignorado por la sociedad, era un mendigo ciego. Cuando oyó el ruido de la multitud que pasaba, preguntó qué sucedía. Le dijeron que Jesús pasaba por allí. Entonces comenzó a gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” La gente lo callaba, pero él gritó aún más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”. Cuando Jesús lo oyó, se detuvo y ordenó que le trajeran al hombre. Al acercarse el ciego, Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti? Señor, ¡quiero ver! Jesús le dijo: Bien, recibe la vista. Tu fe te ha sanado. Al instante el hombre pudo ver y siguió a Jesús mientras alababa a Dios.
Este hombre estaba ciego, no existía ningún tratamiento médico para que recobrara la vista, así que estaba impedido para trabajar y condenado de por vida a la mendicidad. No había ninguna esperanza, para él, humanamente hablando. Sin embargo, puso su esperanza en el Mesías, porque llamó a Jesús «Hijo de David», el cual era un título para el Mesías Salvador profetizado.
Seguramente también había oído las noticias que le llegaban sobre los milagros y acciones de Jesús, entonces entendió que Jesús era Dios mismo hecho hombre.
Jesús lo oyó, se detuvo en el camino, sacó tiempo de su importante agenda y tuvo una cita personal con el ciego. Frente a frente. Jesús sabía quién era este hombre, sabía que había tenido fe en Él y simplemente le pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? Quiero ver, respondió el ciego e inmediatamente recibió la vista.
Querido amigo, está pregunta de Jesús sigue hoy en el aire para ti. ¿Qué quieres que haga por ti?
Si un mendigo ciego logró atraer la atención y la respuesta de Jesús en medio de aquellos importantes sucesos de hace 2000 años, puedes estar bien seguro de que hoy en día Dios también tiene tiempo y respuesta para ti.
Busca a Jesús, Él es la respuesta a tu vida en esta tierra y en la eternidad.
Pastor Jorge Cupido
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