lunes, octubre 7, 2024

El sacapuntas azul – Teresita Balderas y Rico

Hace muchos años, en una tarde de verano, en la escuela Benito Juárez, ubicada en un pueblecito, los niños, sin hacer ruido alguno, resolvían problemas de matemáticas. De pronto, sonó la campana de la escuela, y entonces, como si una gran orquesta hubiera ensayado por largo tiempo, se escuchó un: ¡Eeeh!

Todos los niños saltaron de su pupitre, con ansiedad infinita tomaron presurosos los taquitos o la torta que con tanto amor les había preparado su mamá o la abuelita. Buscaron en su morral o mochila, lo que habían llevado para jugar: la bolsita con canicas o el trompo. Toño sacó el balón que su papá le había traído de Estados Unidos.

Las niñas, presurosas, buscaban la muñequita, la cuerda para saltar, el gis para dibujar el avión, eran expertas en ese juego. Todo esto sucedía en cuestión de segundos, el tiempo apremiaba, el recreo sólo tenía treinta minutos. Por fin terminaron de salir. En los patios todo era alegría, las aulas quedaron en silencio.

Los miércoles por la mañana, llega al pueblo una camioneta con pan recién salido del horno. Cuando las mamás tienen algo de dinero, lo compran. El bolillo se termina rápido porque es más barato. Ese día, la mayoría de los niños llevan una tortita para comerla en el recreo.

Lupita regresó al salón por su torta. Estaba a punto de salir del salón cuando creyó escuchar un tenue sollozo. Pensó que un compañerito se había quedado escondido, revisó el salón. Nadie, aparte de ella, estaba ahí.

─¿Quién llora? ─preguntó Lupita.

“El llanto viene de la mochila de Juanito, ha de ser un juguete que le trajo su papá del Norte”, pensó. Lupita se dirigió a ese lugar, se asomó a la mochila. Ahí, entre migas de galletas, un viejo chicle, un pedazo de lápiz mordisqueado y una bolita de plastilina, estaba el sacapuntas azul. Como estaba embarrado de todo, sólo una pequeña parte se veía azul.

La niña salió corriendo. No le dio importancia, pensó que tenía mucha hambre y que el ruido que había escuchado procedía de sus tripas.

En la mochila, la historia continuaba.

─Cálmate, Sacas, ¿por qué lloras? ─preguntó Lapicito.

─Es que Juanito ya no me quiere, me tiene olvidado.

─No tiene por qué ocuparse de ti, ahora me tiene a mí. La letra que escribo es brillante y no se borra ─dijo la pluma, orgullosa.

─Ya cállate, presumida, deja a Sacas en paz ─dijo la goma.

Con uno llorando, otros ayudando y la pluma presumiendo, se pasó la hora del recreo. Los niños, todos sudados, con el pelo alborotado y las manos manchadas con salsa de las galletas o dulce de las paletas, entraron al salón.

En seguida, entró la maestra. Los niños pretendían estar atentos.

─Bien, niños, siéntense y escuchen bien: ¿recuerdan que la semana pasada les dije que les daría un cuestionario de español? 

Nadie respondió.

─Como han trabajado mucho, pondré en su boleta la calificación que obtengan en este cuestionario. Piensen bien las respuestas. Usarán lápiz para que puedan corregir, guarden la pluma.

Los niños se veían unos a otros asustados, se apoderó de ellos una actividad febril buscando el lápiz y el sacapuntas. La mayoría de los niños tenía listos el lápiz con punta, la goma y el sacapuntas, para empezar a resolver el cuestionario. Juanito, a punto de soltar el llanto, seguía sin lápiz y sacapuntas.

La maestra, al ver la desesperación en el rostro del niño, dijo:

─Juanito, aquí tengo un lápiz nuevo, sácale punta.

El niño corrió hacia el escritorio a recoger el lápiz. Al regresar a su lugar, pidió a sus compañeros que le prestaran un sacapuntas. Ellos no respondieron. Los niños, con el puño cerrado, apretaban su sacapuntas como un gran tesoro.

La desolación volvió al rostro de Juanito. Se puso a temblar cuando escuchó decir a la maestra: “¿Ya están todos listos?” De pronto, como un toque mágico en el cerebro de Juanito, recordó que, cuando estaba en segundo grado, su tío Pepe le había regalado un sacapuntas. Con el corazón latiendo a punto de taquicardia, sacó presuroso los libros, cuadernos, el balón rodó entre las bancas. Metió la mano hasta el fondo, y justo en un rinconcito, estaba el sacapuntas.

─Sí, sí es mi querido sacapuntas azul ─con las mejillas sonrosadas de alegría, Juanito se apresuró a limpiar lo que tenía encima de tan preciado tesoro. Terminó limpiándolo con la camisa del uniforme.

─¿Listos? ─ volvió a decir la maestra.

 Ahora, el primero en responder fue Juanito.

─Sí, maestra, todos estamos listos.

Su mano derecha se puso a escribir, mientras con la izquierda cuidadosamente guardaba el sacapuntas. Cada vez que se achataba la punta, el Sacas cambiaba de mano para dejar el lápiz listo, y continuar con el cuestionario. En el salón solo se escuchaba la respiración de los niños, y el desplazamiento de los lápices.

Al terminar el cuestionario, los niños se lo entregaban a la maestra, quien de inmediato los revisaba. Entre tanto, los niños, sin hacer ruido, esperaban los resultados.

─Los felicito, la mayoría obtuvo buena calificación. Cuando escuchen su nombre, pasan a recoger su cuestionario.

Los alumnos se movieron en sus asientos, un tanto nerviosos.   

Juanito obtuvo un hermoso y redondo diez. Al verlo, dio un grito y saltó de felicidad. 

No olvidó a quienes le ayudaron: agradeció a la maestra, acarició el lápiz y se lo entregó. Al sacapuntas azul le dio un beso, lo volvió a limpiar, ahora con el suéter del uniforme. Su mamá lo regañaría, pero el diez había valido la pena. Guardó su sacapuntas muy bien en la mochila.

Ahora, en ese compartimento limpio destinado a las cosas importantes, se encontraba el reluciente sacapuntas azul, listo para ayudar a Juanito a sacarse otro diez.

Antes de quedarse dormido, dijo el sacapuntas azul:

─¡Sin importar el tamaño, todos tenemos una misión! Lo importante es ser útil en la vida.

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