lunes, octubre 7, 2024

El amor no es razonable – María Antonieta Herrera

La vida está hecha para desconcertarnos. El amor no es razonable, pero es una bendición; lo sé hoy, al encontrar la razón de mi existencia en el hombre eterno que vuelve del infinito, manifestándose de nuevo en mi cuerpo y alma mi deseo por él, como la primera vez que estuvimos fundidos por un fuego de apasionamiento poderoso. Este hombre invade con arrebato vehemente los rincones que sólo a mí habían pertenecido. Mi memoria encanecida guardaba algunas cenizas apagadas de ese amor, ahora las siento reavivarse con urgencia y, dispuesta a lo que dure, no creo en los amores eternos, como en la fe de las iglesias.

El día en que reencontré a este hombre, después de incontables lunas, corrí hacia él. A media calle, lo besé largo y tendido, hasta quedarme con el sabor de su lengua entre los dientes y un revuelo de mariposas en el estómago. Hoy me volví a sentir envuelta en ese vértigo, en el que vivo y muero.

Pasé años buscando esa pasión en diferentes amores, quizá sigo buscando, porque sé que las cosas no son como uno las prefiere, sino como son. Él siempre se atraviesa en mi camino. He huido de este hombre eterno incontables veces para no estar en ese coexistir que me atormentaba. 

Quizá ahora sé que existirá en mi vida para siempre, al entregarme nuevamente a él en cuerpo y alma. Es el único hombre persistente, así lo sé en este momento, aun queriendo huir buscando otros brazos; siempre regreso a él en cuanto viene a mí, juntos vivimos momentos de éxtasis como joyas que brillan en nuestro cerebro y alma, instantes en que somos eternos, con ideas redondas como el mundo, sin que nada nos duela; cuerpo y alma unidos en una misma felicidad.  

La fuerza de este encomiable sentimiento me ha salvado de la mediocridad y de la tristeza de mi destino. Al principio de este reencuentro, creí morir cada vez que él se alejaba de mí, pero me percaté de que sus ausencias duran lo que su cuerpo resiste extrañar el mío, un suspiro, e invariablemente regresa a mí más apasionado, y sediento de mis amores. 

Me doy cuenta de que prefiero estos encuentros fortuitos, estos momentos iluminados de pasión. Los prefiero a la rutina de una vida en común, al cansancio y a la pesadumbre de vivir sin ilusiones, compartiendo las penurias de fin de mes, el mal olor de las bocas al despertar, el tedio del domingo y los achaques de la edad.

Nuestros encuentros apasionados nos salvan de la vejez común y corriente. Tal vez este amor, que ha resistido tantas pruebas, no podría resistir a la más terrible, la convivencia diaria. Vivo sola, pero tengo instantes de luz, no veo una mala cara, ni siento la oscuridad del tedio cruzar por la sonrisa del hombre que me llena la vida. Leo y escribo sin horario, pinto y vivo sin prisa, mi casa tiene un silencio de iglesia y a veces el delicioso ruido de mi música preferida.

Soy mujer práctica y terrenal para todos los aspectos de mi vida, así sublimo mi pasión por ese hombre de todos mis tiempos, viviéndola quizá trágicamente, defendiéndola con fiereza, la depuro de verdades prosaicas y puedo convertirla en amor de novela de vez en vez. 

Me entrego fielmente a este amor que me brinda gozo, me embriaga, me envuelve y me aísla, creando una fragancia en el aire, con calor en el frío, y convirtiendo en hermoso todo lo que me rodea.

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