Desde niña hasta poco antes de casarme, viví con mis padres y dos hermanos en la colonia Churubusco Country Club.
Lacasa estaba ubicada muy cerca de un campo de golf en el que había de pinos, por lo que, al atardecer, teníamos que cerrar todas las ventanas, para que no entrara una gran cantidad de bravos mosquitos que llegaban de esos árboles.
Este relato de los mosquitos es necesario para entender la historia de miedo, más que de miedo… de terror, que viví.
Desconozco si por maldad o por ignorancia, mi abuela materna, que nunca fue cariñosa, continuamente nos contaba historias o predicciones relacionadas con el fin del mundo.
Uno de sus discursos favoritos era: “Pórtate bien porque el fin del mundo está cerca. Vendrán días en que no haya luz eléctrica y solo los cirios pascuales se podrán prender. Vendrán los demonios y el cielo se iluminará con relámpagos rojos”.
Yo me reía para así demostrarle que no le creía y que tampoco me causaba miedo. ¡No me daba cuenta de cómo esas predicciones se iban anidando en mi interior!
En innumerables ocasiones me llamaba para ver la cantidad de mosquitos que, esperando poder entrar a la casa, se posaban afuera de las ventanas. En esas ocasiones, su maléfico discurso era: “Al fin del mundo lo precederán siete plagas y esta es una de ellas”.
También me repetía que el día del fin del mundo, la tierra y los muros crujirían y se escucharían ruidos nunca antes oídos.
Yo dormía sola en la última recámara de un largo pasillo en el que había otras dos habitaciones.
Siendo muy niña, una noche en que estaba profundamente dormida, de pronto me despertaron ruidos que nunca había escuchado. Tronaban las paredes, las ventanas, los pisos de madera y las persianas que, al mecerse de lado a lado, dejaban ver relámpagos rojos en el cielo.
Aterrada, de inmediato me levanté y comencé a gritarles a mis padres. Como ellos no venían en mi auxilio, traté de abrir la puerta de madera para salir corriendo, pero, maldición, la puerta estaba trabada, por lo que tuve que vivir sola esa inenarrable experiencia gritando una y otra vez: “Ayúdenme, porque es el fin del mundo”.
Escuchaba fuertes ruidos de vidrios estrellándose. Después supe que eran los candiles que se habían desprendido y las copas de la inmensa vitrina del comedor, que se estrellaban en el piso de mármol.
Me arrepentí de no haberle hecho caso a mi abuela y tener muchos cirios pascuales y cerillos de madera bendecidos para prenderlas.
Pasados varios minutos y cuando el movimiento que agitaba la casa cedió, mi padre pudo entrar en mi auxilio. Al salir de la recámara observé que la casa era lo opuesto a como siempre la había visto: limpia y ordenada. Su apariencia era como la de las que se veían en películas de la Segunda Guerra Mundial.
El resultado de esta experiencia, que no le deseo a nadie, fue que durante un año no pude ir a la escuela porque no paraba de llorar noche y día y de rebelarme a estar lejos de mis padres.
Después de meses de tratamiento con homeopatía, fui recobrando la calma y regresando a mi vida normal.
Nunca sabré si mi abuela imaginó el daño que me iba a causar. ¡Lo increíble y paradójico es que era cristera!
¡No tengo ningún buen recuerdo de ella!
Durante años no volví a recordar esa tremenda experiencia. Lo que sí permanece en mí es el pánico a los temblores. Este es uno de los motivos por los que, hace tres años, elegí vivir en este precioso estado llamado Querétaro. ¡Aquí no tiembla, o al menos no igual que en la Ciudad de México!
Pero esta historia verídica aquí no termina. Hace unos días, mi amiga que es tan católica como mi abuela y actual cónsul de un lindo país, llamó para decirme que lo que me iba a expresar era privado y solo a personas queridas se lo revelaría.
Lo que escuché me hizo retroceder decenas de años:
“Amiga, porque te quiero, te pido que hoy mismo, de inmediato, vayas a comprar muchas, pero muchas velas o cirios y bastantes cerillos de madera que debes llevar a bendecir.
Se acercan días terribles en los que no habrá luz en el mundo y los demonios se querrán apoderar de éste. Pon un crucifijo en la puerta, ten alimento para varios días y no abras la puerta a nadie, así te digan que es tu hermano. Son los demonios, que quieren entrar a las casas”.
No podía creer lo que escuchaba. Para mí, retrocedió el tiempo y recordé aquella vivencia de cuando era niña, pero ahora solo me causó sorpresa.
No tengo la respuesta de qué hace que las personas, la mayoría muy católicas, siembren miedo o terror. Lo que sí se… es que pueden causar mucho daño.
g.virginia SÁNCHEZ MORFÍN. @gvirginiaSM