lunes, diciembre 23, 2024

Nunca dejes para mañana – Sandra Fernández

Recuerdo muy bien el día que te conocí, entraste decidido, entornaste la mirada, me viste a pesar de que varios metros nos separaban. Cuando me tomaste entre tus manos, me emocione muchísimo, el suave tacto de tus dedos me hizo sentir muy especial. Sabía que eras tú porque yo también te esperaba. No había duda, me tomaste y me llevaste contigo.

Fue tan rápido, que no me dio tiempo de despedirme de mis amigos Los Miserables, ni de la bella Circe, ni del Señor de los anillos, quienes me vieron partir. Me hubiera gustado que nos llevaras a todos, pero éramos demasiados y además me habías elegido a mí. Te entretuviste fisgoneando aquí y allá entre los pasillos de la librería, casi pensé que cambiarías de opinión, pero no sucedió, al final pagaste por mí y nos fuimos. 

Cuando llegamos a casa, sentí alivio cuando me quitaste el plástico que me envolvía,  aspiraste mi aroma; una, dos, tres veces. Fue mágico. Creo que te estabas enamorando de mí, porque hasta un beso me diste. Subimos a tu habitación, me dejaste en el buró mientras te metiste a bañar. Yo, te esperaba ansioso. Cuando al fin te ponías los lentes para empezar a leerme, un fuerte sonido me sobresaltó. ¡Bum! Me cerraste de golpe. 

Era tu celular, tenías una llamada. Te levantaste de la cama, caminaste por la habitación, te asomaste por la ventana, reíste; sin duda te la estabas pasando muy bien.  Cuando terminaste de hablar, ya empezaba a anochecer. Entonces, miraste tu reloj, me diste dos palmaditas en la solapa, bostezaste y te dormiste.

Esa noche no podía conciliar el sueño, me sentía ansioso. Había escuchado tantas historias de libros que nunca habían sido leídos, que me entró pánico de tan solo imaginarlo. Que vida tan triste, pensé.  Vamos, es tu primer día; se positivo, me di ánimos.

Así que, confíe en ti y me dormí también .

Al día siguiente no me llevaste contigo y cuando llegaste a la habitación te veías cansado. Ni siquiera me volteaste a ver.

Al tercer día, escuche que decías que no me ibas a postergar más, que ibas a empezar a leerme ese mismo día, que había sido uno de tus propósitos de año nuevo y lo cumplirías. Fueron tus palabras. Me sentí orgulloso de ti, ambos cumpliríamos nuestros propósitos. 

Y así fue, te pusiste cómodo y comenzó nuestra aventura. Mientras ibas leyendo, entornabas la mirada, pegabas post it, subrayabas algunas frases. Me gustó tu actitud: analítica y determinada.  Pagina número siete, la ocho, la diez. Nuestra relación iba viento en popa. De pronto, un extraño pitillo rompió la magia. Me sobresalté. Tú lo ignoraste, seguías absorto en la lectura. Pero ese molesto sonido seguía insistiendo. No, no espera, no… te trataba de decir .

 No me escuchaste y preso de curiosidad, miraste tu teléfono.  Algo captó tu atención. Espera, espera, no… ¡Bum! Lo hiciste de nuevo, me cerraste.

Han pasado tantos días y horas que ya perdí la cuenta. Ya ni me volteas a ver. Me has olvidado. Sigo en el buró, pero el polvo me ha cubierto y mis páginas están rígidas; les falta oxígeno, luz, aire, el contacto de tus dedos; necesitan respirar.

Un día, tu madre se apiadó de mí, me abrazo y bajamos por unas escaleras, me llevo a un cuarto frío y oscuro. Al principio me asuste, pero entre los juguetes y los muebles viejos, vi que había otros libros. Me dio muchísima alegría porque ya no estaría solo.

Cuando todos duermen, nosotros, abrimos nuestras páginas y compartimos nuestras aventuras e historias. Hemos visitado la casa de los espíritus en los cien años de nuestra  soledad y las cumbres borrascosas del horizonte.

Cuando me piden que les hable de mi, enseguida me acuerdo de ti. 

Mi nombre es : “Como dejar de procrastinar”

Por: Sandra Fernández

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