Antes que nada, aclaro que toda la revelación de Dios, el 100%, está en la Biblia. No hay otra fuera de ella.
Hace poco me llegó un video donde se le pregunta a un muy famoso líder religioso cuál era la razón por la que Jesús había venido a la tierra, y su respuesta fue: “no lo sé, es un misterio”. Pero Jesús y su obra no son ningún secreto ni ningún misterio. Está más que claro en la Palabra de Dios:
Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. (Juan 3:16-17)
Quiero compartir algo más de esto contigo, para que Jesús no sea un misterio para ti, para que nadie te engañe y para que lo compartas con otros. Para esto, vamos a centrarnos en un breve pasaje del libro de Hebreos:
Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A éste lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo. El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa. Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas. (Hebreos 1:1-3)
Al hablar, Dios se revela como un ser personal que se comunica con el hombre y no se esconde de su creación. Como vemos, hay dos revelaciones de Dios, la antigua de los tiempos proféticos, y la nueva de Jesús, pero es el mismo Dios y ambas revelaciones se complementan a la perfección.
El mensaje del Antiguo Testamento era profético porque anunciaba con declaraciones, ilustraciones, figuras y tipos lo que vendría, pero llegó una nueva revelación que vino a hacer realidad la anterior en la vida, palabras y obra de Jesús. Hay armonía y continuidad en ambos mensajes.
El cristianismo, por lo tanto, no empieza en el año cero de nuestra era. Creer en Jesús es creer en el mismo Dios de siempre. Desde Adán y Eva, los creyentes del Antiguo Testamento se salvaban por fe creyendo en un Mesías que vendría. Nosotros nos salvamos por fe creyendo en un Mesías que ya vino.
La revelación de Jesús tiene dos características muy importantes: Por un lado, la calidad del mensajero, es decir, Dios mismo, y, por otro lado, que el mensajero ES el mensaje. La revelación no está solamente en sus palabras, sino también en su persona y en su obra.
El pasaje también nos dice que Jesús es el heredero de todo y que por medio de Él y para Él se hizo el universo. Todo fue creado para Él. Tú y yo fuimos creados para el Hijo y solo somos los humildes mayordomos. Tu razón de ser, por lo tanto, no es la satisfacción de tus propios deseos, sino los de Jesús.
El pasaje también nos dice que Jesús es el resplandor de la gloria de Dios y la fiel imagen de lo que Él es. La gloria de Dios expresa todo lo que es en su naturaleza y en sus acciones. Jesús es uno con el Padre y manifiesta en sí mismo todo lo que Dios es y hace, en Él habita toda la plenitud de Dios.
Luego dice el pasaje que Jesús es quien sostiene todas las cosas, todo el universo, con el poder de su Palabra. Él sostiene al mundo flotando en el vacío, pero también al sistema solar y a la vía láctea y a todas las galaxias del universo en orden perfecto. Ese es el tamaño del poder de Su Palabra.
El pasaje concluye diciendo que después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó en el trono celestial. Jesús llevó a cabo tu purificación, tu salvación del castigo eterno. Su obra la hizo por amor a ti. Hizo lo que era imposible para ti. Vivió una vida perfecta y sacrificó en la cruz su inocencia para que todo el que en Él crea sea perdonado y tenga vida eterna.
Podemos ahora contestar la pregunta que aquel hombre no pudo. Esta es la nueva revelación de Dios, la realidad en Jesús de lo que se anunció antes.
Pastor Jorge Cupido
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