Me encuentro en el jardín cercano a casa, enfrente del fresno que hasta hace algunos pocos años
era pequeño y donde se colgaban los niños en sus ramas, ahora es frondoso y el follaje no permite ver adentro de sus ramas. Ha alcanzado una altura importante y, se encuentra en medio del jardín. Como si todo girara en torno a él. Me pregunto si es así. Si en realidad, toda la fuente de inspiración, de conocimiento, de inmortalidad está ahí enfrente de mis ojos. Pienso que me superará en años, cuando ya no esté, el seguirá ahí majestuoso, alimentando a otros más, llenando de oxígeno a nuestros pulmones, brindando cobijo a los pájaros que descansan en sus ramas. Si, definitivamente estos seres guardan tanta sabiduría y conocimiento como creían nuestros ancestros que se me antoja misterioso su significado.
Nuestros antepasados tuvieron una relación simbiótica con ellos. Agradecían su presencia y veían en ellos el origen del mundo. El árbol como ser sagrado ha sido considerado como el origen de la vida. Y como todo ente dador de vida, se comunica, nos habla, aunque presiento que su lenguaje no hemos alcanzado a entender. Y lo curioso es que, para las distintas culturas a través del tiempo, los árboles han tenido el mismo significado. El simbolismo atribuido a estos seres nos lleva a rememorar el Árbol de las Hespérides, el Árbol de la Vida en el paraíso bíblico, el árbol Ashoka, bajo el cual Buda alcanzó la iluminación. Han sido testigos del inicio de la vida y sus frutos permiten que continúe. El árbol representa la vida eterna como si fuera un ciclo perpetuo. Y así es, hay árboles que viven más de mil años, y con esto afirman nuestra efímera y transitoria vida en este mundo. El árbol ha sido canal hacia el conocimiento, un eje de la intuición y una fuente inagotable de inspiración. Nos van enseñando el correr del tiempo al verlos crecer. Y marcan el inicio de algo nuevo, nos muestran que los cambios son parte ineludible de la vida, al afrontar las estaciones del año, al desprender sus hojas, al renacer en cada ciclo. Son portadores de fe y de esperanza. Con sus raíces bien plantadas en la tierra y la mirada puesta en el cielo.
En las antiguas culturas, el misterio de sus raíces los llevaba a creer que eran habitadas por mundos desconocidos, hoy se sabe que las raíces de los árboles viejos se comunican con las raíces de los árboles jóvenes como fuente de alimento y sostén. Ahí adentro, no puede saberse ni su fin ni su existencia, queda oculto a nuestros ojos. Así lo creían los antiguos mayas, los cuales pensaban que las raíces del Yaxché eran caminos que llevaban hacia el inframundo, como destino final la purificación del alma. Para los hindúes, las raíces están unidas con el karma divino, entrelazándose para crear nuevos lazos kármicos. Para los egipcios, el sicomoro, era un árbol sagrado, objeto de veneración divina. Los griegos atribuyeron a cada dios un determinado árbol. Tal es el caso de Zeus, representado por un roble; Poseidón por un fresno; Atenea por un olivo. Para los Celtas, sus templos eran bosques sagrados.
Un episodio muy extendido en los mitos antiguos es el motivo en el cual un héroe, antes de alcanzar el conocimiento o la inmortalidad, tiene que descender al mundo de las sombras, viajar por las oscuridades de la tierra, confrontarse con sus propios miedos, con su naturaleza animal antes de finalizar las pruebas para renovar su conciencia.
Y como decía el poeta argentino Alberto Cortez.
“Aquel que brotó y el tiempo pasó…
mitad de mi vida con el se quedó…
hoy bajo su sombra, que tanto creció
tenemos recuerdos… mi árbol y yo”
La tarde va cayendo, las ramas del fresno se remueven, me despido de él.
Mañana lo veré tan majestuoso como hoy. El me esperará.
Quizá algún día pueda entenderlo un poco más.
Escrito por : Sandra Fernández.
