No es fácil ignorar a los estereotipos que son dictados por la sociedad y que se han instalado a través del tiempo como una capa ligera aun y cuando pensamos que se han ido, hablo de los estereotipos hacia las mujeres, esos que aún se perciben a través de la mirada que juzga, de la nota en el periódico, de las creencias que persisten en una sociedad ultramoderna y evolucionada.
Creencias que heredamos, que escuchamos de la boca incluso de otras mujeres y de hombres por todos lados, en la casa, en las escuelas y también en redes sociales, y si cuesta trabajo creerlo que todavía existen estos estereotipos basta con echar una mirada a las noticias de discriminación e invasión a los derechos humanos que persisten hacia las mujeres en todo el mundo.
Estereotipos como son, la maternidad nos impide trabajar, nos esmeramos en nuestro arreglo personal para agradar a los hombres, las tareas de la casa y la crianza de los niños nos pertenece, la belleza es signo de torpeza, la sensibilidad no permite que tomemos buenas decisiones, etc.
Son solo algunos ejemplos, pero claro está que podríamos continuar enumerando estereotipos que no hacen más que limitar y encasillar a las mujeres y peor aún cuando hablamos de un grupo minoritario étnico, grupos de mujeres indígenas, inmigrantes o con discapacidades.
Esto se agrava en los casos de abuso sexual que todavía se culpa a la mujer por provocar ya sea por la forma de vestir o por situaciones que propiciaron a que se diera esa violencia sexual. Es increíble que suceda, sin embargo, pasa y pasa todos los días enfrente de nuestros ojos.
Y que pasa con nuestra autenticidad, con la limitación hacia nuestra forma de vestir y de movernos por el mundo. Esa parte nos pertenece, es la que nos da identidad y nos hace expresarnos como somos. Nos hace diferentes y únicas y por lo tanto debe de ser digna de respeto. Los mensajes limitantes que reciban hoy las niñas y adolescentes son los muros que tendrán que derribar en un futuro, cuando tomen sus propias decisiones y defiendan sus propias creencias. A algunas mujeres de otras generaciones nos llevo años llevar a cabo esta transformación y romper algunos de estos estereotipos, lo que significó salirnos de la caja y mirar con cierta perspectiva nuestro lugar en el mundo.
Soy testigo fiel de esas ideas limitantes porque circulaban en mi casa cuando era niña, al ser la hija menor de cuatro hermanos escuché frases como: “las carreras de ingeniería son para los hombres”, ” Tú te vas a casar y tu marido te va a proveer de lo necesario”, “ a los hombres se les respeta”. Era un mundo diseñado por hombres y para ellos y algunas mujeres de aquel momento fomentaban esas ideas y le echaban leña al fuego. Me tomó años romper esos paradigmas y crear otras estructuras que me funcionaran, pero hubo un factor determinante que fue adquirir el hábito de la lectura y con ello, mi mente se abrió y pude adoptar nuevas formas de pensar y de ser. Por tal razón, considero que nuestra libertad nace en nuestra mente, es una actitud que adoptamos, es el deseo de conservar nuestra autenticidad y nuestra dignidad.
Defender nuestros gustos e ideales en temas como nuestra forma de vestir, de las elecciones que tomamos, nunca dejar de aprender, de adquirir nuevas habilidades y experiencias. Esa libertad que nace de romper las ideas preconcebidas es la que nos llevará a volar hacia otros horizontes y de creer que podemos hacerlo.
Esa libertad que más que entendida y que está escrita en las leyes y se habla tanto de ella, considero que debemos sentirla para que realmente nos la creamos y la podamos vivir y defender, la libertad de ser, de estar. La libertad que nace en la mente de cada una de nosotras y una vez que se anida ahí le damos alas para que pueda volar y expandirse.
Esa es la libertad de ser mujer, la que viene de adentro y no espera que se le reconozca de afuera, no espera aprobación ni validación, porque antes de eso, nosotras mismas ya le hemos dado un lugar, su lugar .
Por: Sandra Fernández