Piensa por un momento en estos tipos de paisajes: Un bosque colmado de árboles con sus hojas en tonos rojizos y ocres al llegar el otoño; un volcán como el Popocatépetl, alto, majestuoso, con su cima cubierta de hielo, pero a la vez manchado de lava ardiente que fluye por sus laderas o el inmenso y respetable océano, profundo, impetuoso, siempre en movimiento, de aguas transparentes y calmas, pero en ocasiones furioso, obscuro y destructivo. Estos son lugares específicos de la naturaleza, cada uno de ellos tiene sus propias características, su encanto y su grado de admiración, quietud, fiereza, intensidad, tranquilidad, etc., es decir, cada uno de estos sitios que describí y que son parte de la creación, tienen su propia personalidad e identidad, su función y su propósito entre todo lo creado por Dios.
La Biblia nos dice en el libro de Génesis: “Luego dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza.” En ese momento, Dios estaba dando forma a un deseo de su corazón, crear a un ser que fuera como Él, a su imagen, con quien convivir, a quien llamar su creación, su hijo, un ser al que iba a dotar de todas las características y herramientas espirituales y físicas para habitar y gobernar la tierra y todo lo que en ella hay, mostrando la semejanza con él en carácter, pensamiento, e intención del corazón.
El anhelo del Señor al crearnos conforme a su imagen y semejanza, y expresarlo tan claramente -de manera que lo entendamos-, es porque quiere que reconozcamos todas las capacidades y cualidades que él imprimió en nosotros desde la creación, y las que Jesús nos enseñó con su ejemplo de vida, así como el lugar que nos brindó al derramar su sangre en la cruz, para que vivamos una vida ejemplar a semejanza de Él. Para ello debemos comprender y abrazar dos características fundamentales de la identidad que el Señor nos da:
1. Hijos. La escritura nos dice en el libro de Romanos que “…recibieron el Espíritu de Dios cuando él los adoptó como sus propios hijos. Ahora lo llamamos «Abba, Padre».” Cuando una persona reconoce a Jesús como su Salvador en la cruz y lo invita a vivir en su corazón, pasa de ser criatura a ser hijo, y se cumple este texto que acabamos de leer. ¿Qué significa ser hijos? Todo. Hay una gran diferencia entre ser hijo y ser extraño, tenemos un padre que nos ama, nos protege, nos cuida, nos brinda de todo lo suyo, nos da una sensación de seguridad y pertenencia, somos hijos del Rey.
2. Discípulos. Es decir, aprendiz, estudiante, quien sigue las enseñanzas (en este caso de Jesús), por lo que la Biblia nos dice que debemos ser como Él “Cuando producen mucho fruto, demuestran que son mis verdaderos discípulos”. Llevar fruto, ser imitadores de Cristo y vivir reflejando la identidad que nos da, nos convierte en discípulos; somos enseñados, instruidos, capacitados, equipados con las mismas características y equipo que fue equipado Jesús. Seguramente alguien podría preguntarse ¿y cómo se va a mostrar ese fruto ante los demás? Ese es un compromiso muy importante, porque para que sea real esta identidad es indispensable manifestarla en amor, gozo, paz, paciencia, bondad, dominio propio, mansedumbre, que sale de nuestro interior y se refleja al exterior, en el trato hacia los demás.
Reflejar la imagen de Dios mediante la identidad de hijos y discípulos, permite que la gente reconozca esa personalidad especial, diferente, algo que pueden anhelar y desear para sí mismos y para los suyos. Además de proveer seguridad de quiénes somos en lo natural, aceptar con orgullo nuestro género, apariencia, estatura, color de piel, etc., y en lo espiritual la posición de adopción y servicio ante Dios.
Esta identidad está disponible para todos los que deseen acercarse al Señor y se dispongan a empezar a vivir una vida con propósito eterno caminando de su mano. Decide ahora mismo ser hijo y discípulo de Jesús.
Conny Godínez
EL SELLO
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