Las contusiones y heridas recibidas sobre nuestro cuerpo, cuando son severas, nos dejan una marca, una cicatriz permanente, de por vida.
Las personas que han sufrido accidentes, que han estado en una guerra, o que han sido víctimas de violencia física y maltrato, conservan en sus cuerpos, una marca que les recuerda un trágico momento de sus vidas.
Pero hay heridas que son invisibles a nuestros ojos físicos, pues no se trata de heridas del cuerpo, sino del alma, heridas internas, cicatrices del corazón que duelen.
De alguna forma u otra, todos tenemos estas cicatrices del corazón. Rechazo, abandono, burlas, humillaciones, fracasos, traiciones, violencia, abusos y muchos otros tipos de agresiones las causan.
Estas cicatrices pasan la mayoría de las veces en forma inadvertida a los demás. Sonreímos, saludamos, conversamos con los demás en forma normal. Somos, a veces, a los ojos de los demás, personas a las cuales la vida les sonríe.
Pero bien sabemos que, al reflejarnos en el espejo de nuestros recuerdos, vemos allí, las heridas que nadie puede ver, sino solamente nosotros. No podemos borrarlas, ni ignorarlas, ni olvidarlas, solo están allí y sufrimos por causa de ellas.
Y quizá ninguna persona las sepa, pero Dios sí las sabe y tiene una actitud de amor hacia ti. La Biblia dice que Él sana a los quebrantados del corazón y sana sus heridas.
Muchas personas, por impotencia frente a las heridas sufridas en el pasado, se rebelan contra Dios, cerrándole la puerta de su corazón. Pero esto es como quien se enoja con su médico, porque padece una dolencia.
Uno puede estar toda la vida preguntándose ¿Porque me afectó esto a mí? A veces puede encontrar la respuesta y otras veces no. Pero lo cierto es que continuar en este estado, de autocompasión, sin entregar nuestra vida «al médico divino», antes que mejorar, nuestro estado empeorará.
Cristo entiende de heridas. Él fue herido en la cruz del calvario por todos nosotros. Su cuerpo fue maltratado, por los clavos, latigazos, azotes y la corona de espinas. Aún más, fue despreciado y traicionado, recibió burlas e insultos. Pero, sobre todas las cosas, el mayor dolor infringido fue que todos nuestros pecados fueron cargados sobre Él.
No sé si algún día vendrán a pedirte perdón aquellas personas que un día te hirieron, pero sí sé que puedes ir hoy a Dios y pedirle perdón por tus pecados, perdón por haberle rechazado, aceptar la salvación que EL te da y recibir la sanidad interna que quiere y puede hacer en ti.
El médico divino quiere tratar tu alma. Él es más que suficiente para hacerlo y tiene a tu disposición Su poderosa medicina eficaz que te cura. Sus manos amorosas, quieren limpiar tus pecados y vendar tus heridas. Así que, no más cicatrices del corazón que duelen, sino sanidad total de Dios.
Acércate a Él y compruébalo en tu vida.
Pastor Jorge Cupido
@jorgecupidoqro
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