viernes, octubre 18, 2024

Autorretrato en pinceladas – Teresita Balderas y Rico

Soy una mujer entretejida con los hilos de la razón y las emociones. Como el agua que corre en los arroyuelos de la vida, a veces plenos con fluidez cristalina, otras, con turbias aguas. Ambas tienen un rumbo fijo: desembocar en el mar de la esperanza. Se limpian, resurgiendo renovadas hacia una vida en trascendencia. 

He sentido la suave brisa primaveral acariciar mis sueños adolescentes. La apacible sombra del frondoso árbol refrescar mis ansias de verano, bajar el rubor de mis mejillas, disminuir el calor de mis inquietas manos.

Asombrada mi vista ha quedado, ante la maestría de los rayos solares, al pintar con tonos ocres, rojizos, amarillos y naranjas las hojas de los árboles, las que el viento travieso baja y se las lleva a pasear.

De esas hojas, conservo las más hermosas en una cajita de cedro rojo. Las cuido con esmero, ellas representan mi otoño dorado.

Nací en el Barrio de Santa Catarina, al norte de la ciudad de Querétaro. Barrio de gente pobre, honesta y trabajadora. Las carencias económicas eran visibles y, sin embargo, los niños de aquella época vivíamos felices. La naturaleza era pródiga con nosotros: en la mayoría de las casas había árboles, cactus, nopaleras y muchas flores. 

No faltaban los pequeños huertos donde las mamás cultivaban todo tipo de hierbas medicinales, para curar a sus traviesos chiquillos. Los gallineros no podían faltar, las amas de casa siempre tenían pollos, guajolotes y conejos. Algunas madres de familia criaban dos o tres cerdos por año para venderlos. Con ese dinero extra, compraban ropa a sus hijos, cosas de cocina o algún mueblecito. 

Cuando comían pollo o guajolote, las aves procedían del criadero de mamá.

Vivíamos cerca de la estación del ferrocarril. En mi niñez conocí la máquina de vapor, que por cierto me producía temor, por el estruendoso ruido producido antes de ponerse en movimiento. 

Casualmente, me encontraba en la estación ferroviaria, cuando pasó por primera vez en Querétaro un hermoso y nuevo tren de pasajeros, con máquina diésel. En el barrio la conocíamos como El Águila Azteca.

Una parte de la casa de mis padres colindaba con la calle de San Roque. En los años cincuenta, se le conocía como “El Camino Real”. Por ahí, desde las cinco de la mañana, desfilaba todo tipo de vendedores que pregonaban productos del campo, también alfarería y animales criados en casa. 

También vendían tapetes, cobijas, mantas y cenefa (telas) tejidas en los llamados telares de cintura. Conocí algunos establecidos en el Barrio del Retablo. Mi madre afirmaba que también en menor proporción los había en las zonas de San Pablo y Carrillo Puerto.

Esa mercancía tenía como destino los mercados de la ciudad o improvisar algunos pequeños puestos en la calle.

Años después, viví en varias calles del Centro Histórico de la ciudad de Querétaro. Era un placer transitar por sus calles y admirar la bella arquitectura de sus templos y casonas.

En el transcurso de mi vida he sido testigo de la transformación de mi amada ciudad de Querétaro. Era pequeña. Más allá de estas calles, se decía de algo o alguien, que estaba o vivía fuera de la ciudad. Limitaba al sur con la carretera Panamericana, lo que ahora es Constituyentes. Al norte, Ribera del Río, hoy avenida Universidad. Al oriente Circunvalación y al poniente, la que se conoce como avenida Tecnológico.

Durante mi niñez y adolescencia, me correspondió recibir una educación familiar muy rígida, cimentada en el respeto, la honestidad y el compromiso. Si quería ir al cine, debía pedir permiso con un mes de anticipación, la película era lo de menos. Durante ese mes eran vigiladas y calificadas mis acciones. Si algo no lo hacía correctamente, el permiso podría ser revocado; constantemente escuchaba esta frase: “Y así, ¿quieres que te deje ir al cine?”

Al paso de los años, valoré ese tipo de educación. Con ella se fortaleció el andamiaje de mi formación profesional y cultural.

He sido muy feliz en mi desempeño profesional. Cuando se elige la profesión que más te gusta, desempeñarse en ella será un placer.

Tengo una familia a la que amo intensamente: mi esposo, hijos, nueras, y mis nietos, que son mi gran tesoro.

Después de cuarenta y ocho años en la docencia, me jubilé, teniendo en mente varios proyectos de vida. Dejé de trabajar frente a grupo, pero mi preparación continúa. 

Me gusta estar en contacto con la ciencia y el arte. Es un placer asistir a diplomados, cursos, talleres y círculos de lectura.

La edad no es una limitante para desarrollar aprendizajes. Se puede aprender de la cuna a la tumba. Si quieres terminar tu licenciatura, o hacer un posgrado, inténtalo. No te quedes con ese  deseo.

He participado en diplomados y talleres, donde los alumnos son de diversas edades. Los jóvenes, y los no tan jóvenes, rápido se integran en un grupo. La edad solo es cuestión de números.

Ante las respuestas de maravillosos seres humanos, que existen en este mundo, pienso y creo que la humanidad tiene salvación.

Honor y reconocimiento a los médicos, enfermeras, a todos los trabajadores del sector salud, mis respetos. Son grandes héroes que sin importar los riesgos se dedican a salvar vidas. Dios los salve a ellos.

A los jóvenes emprendedores, que sin temor crean y hacen viables proyectos innovadores, autosustentables, pensando en el cambio climático, en proteger a nuestra única casa: el planeta Tierra. 

Esta soy yo, mujer que sigue estudiando para ser escritora y pintora, entre otras actividades. Vivo plenamente mis años dorados.

Los invito a hacer realidad sus sueños. 

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