jueves, diciembre 26, 2024

¿Hemos evolucionado? – Teresita Balderas y Rico

Estamos viviendo una etapa de cambios, transiciones que ocurren a tal ritmo, que nos dejamos llevar por los acontecimientos sin darnos una pauta para comprender el caos que nos envuelve. Sobre todo: ¿qué podemos hacer para no dejarnos manipular por las ideas en beneficio de otros? A veces, por inercia, nos dejamos llevar entre la marejada de las masas. Inmersos en ella, de pronto nos enteramos que no es el proyecto de vida que habíamos pensado. En ese momento, optamos por salir de ahí, pero las dificultades son mayúsculas. 

Ser o no ser, es una decisión propia.

En el libro Las siete teorías de la naturaleza humana, Leslie Stevenson nos comparte sus investigaciones sobre las características de la naturaleza humana de acuerdo con el pensamiento de sus creadores.

Platón (427-347) a. C. es uno de ellos. En su tesis sobre el universo, la naturaleza humana, diagnóstico y prescripción, expresa: “Deberíamos ser gobernados por aquellos que realmente saben qué es lo mejor”. Esta teoría tan antigua, cobra vigencia en la actualidad.

Desde mi percepción, todo aquel individuo que asuma un puesto gubernamental o esté a cargo de alguna institución al servicio de la nación, debe ser examinado. Saber si tiene los estudios requeridos, experiencia en otros puestos similares, en concreto, si es apto para el puesto a desempeñar.

De ser así, no estaríamos sufriendo el pésimo desempeño de algunos funcionarios del gobierno federal.

Platón pensaba: “Más allá de las cosas tocables y destructibles, hay otro mundo, el de las ideas, de realidades últimas”.

Hace una comparación de la condición humana con la mítica caverna, donde están los presos encadenados mirando hacia los muros, pero no saben qué sucede detrás. Ellos sólo ven las sombras de lo que pasa, no la realidad. 

A veces es difícil acercarse a una realidad, y se opta por ver lo que nos dicen que veamos. En ocasiones, el fuego está por incendiar la casa y no se actúa, sólo se espera que no se queme. En estos momentos de violencia, nuestra casa grande está en peligro, pero gran parte de sus moradores no lo perciben.

Platón creía que, a través del proceso educativo, la mente humana puede llegar al conocimiento de las ideas.

Los países con un alto nivel educativo han demostrado que la inversión en el rubro educativo hace la diferencia entre estar atados a las sombras, o alcanzar la luz del entendimiento. La educación en todos sus aspectos y niveles coadyuva al desarrollo intelectual, emocional, social; abriendo la puerta al sentido crítico, aumentando el capital cultural.

Sin embargo, pocas naciones en el mundo realmente se preocupan y ocupan por la excelencia educativa. Turbios manejos en el presupuesto destinado a educación son la causa de que sólo llegue a su destino una pequeña parte. La otra, queda en oscuro pillaje. 

Con estas acciones se comete gran infamia contra la niñez y juventud. La consecuencia es la pobreza de un estado. 

Sabemos que la infamia ha existido en el mundo a través de los siglos. En ciertas épocas y lugares han sido duramente castigados quienes la cometen, entonces aminora, y las personas vulnerables pueden vivir con menos miedo. 

Jorge Luis Borges, en Historia universal de la infamia, expone diversos ejemplos de la infamia que se han cometido en diversas partes del mundo. Sin escrúpulo alguno, se atenta contra las personas vulnerables, que, con la ilusión de lograr la libertad, o de conseguir una vida menos miserable, son objeto de acciones infames. 

A principios del siglo XIX, los sembradíos de algodón, tabaco y caña de azúcar eran trabajados por esclavos, gente que había sido secuestrada o comprada en África, para ser vendidos en América. Eran explotados al máximo, trabajaban de sol a sol, tratados inhumanamente. Con raquítica ración de alimentos, dormían en galerones insalubres. Su periodo de vida era corto. Morían de hambre, por los azotes, o enfermedades adquiridas de la región.

En todo lugar y tiempo, han existido individuos que han dedicado su vida a la maldad. Borges describe las andanzas criminales de Lazarus Morell. 

Retirados de las grandes y elegantes casas de los dueños de los sembradíos, había asentamientos de gente blanca, pero muy pobre, con grandes dificultades para conseguir alimentos. En un lugar como ese, nació Morell, quien desde niño aprendió cómo sobrevivir y desarrolló habilidades para mentir y manipular para su conveniencia.  

Fue gran orador. En una ocasión reunió a mucha gente, tomó una Biblia y la abrió al azar. Citó a San Pablo, empezó a leer con tanta emoción que derramó algunas lágrimas, contagiando a los asistentes. Mientras Morell continuaba con su sermón, sus sicarios se robaron todos los caballos de los asistentes que un día después venderían en otros pueblos.

Convenció a algunos esclavos para que escaparan, les prometió que él los ayudaría a ser libres. Promesa que nunca cumplió, porque los vendía a otro terrateniente. Morell hizo gran fortuna, tenía muchos sicarios que le servían con lealtad. De no hacerlo, sabían lo que pasaría.

¿Dónde he escuchado eso? 

En realidad, ¿hemos evolucionado? De acuerdo con lo que estamos viviendo, podría decirse que no. 

Haciendo una analogía, en México, tenemos cientos de tipos como Morell. Extorsionan, secuestran, privan de la vida a gente inocente, trabajadora; sus fechorías quedan impunes. En esta tercera década del siglo XXI, suceden atrocidades como en el siglo XIX.    

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