Tu foto pegada en la pared me hace recordar mi soledad, esa que se pasea libremente por mis venas desde que tú te fuiste.
Me perdí tanto de ti.
Me perdí de tantas cosas, me perdí de ver tu rostro con detenimiento, quizá porque pensé que lo vería así por siempre; no reparé en cada una de las arrugas que tenías alrededor de tus ojos, ni en la textura de tu piel, ni en los pequeños pliegues que se formaban en la comisura de tus labios cuando sonreías. Ni siquiera puedo describir con precisión el color de tus ojos, ni el timbre de tu voz.
Quizá, porque pensaba que seguiría escuchándote, así como siempre, desde el otro lado del teléfono, como cuando me hablabas.
Ahora puedo entender que no recuerdo con exactitud lo que me decías, sino la forma en que me lo decías, como derramabas tu amor sobre mí, así, sin reservas, sin reparo, solo venías, lo entregabas y ya.
Tus palabras salían a borbotones como gotas de lluvia fresca en una noche de verano, igual que el suave trinar de los pájaros al despertar, así como una bocanada de aire caliente en una noche helada, llegar a ti, era como llegar a mi lugar seguro, en donde, no había nada que temer. Eso sí lo recuerdo bien; la vida que aspiraba contigo y el aire que respiraba a tu lado.
Tengo miedo de olvidarte por eso te escribo.
Tengo miedo de un día despertar y de que no seas tú el primer pensamiento que llegue a mi mente.
Te escribo, para que cuando pase el tiempo y me encuentre abrumada y perdida por la vida entonces pueda leer esto y te pueda recordar.
Te escribo, para que cuando el paso inexorable del tiempo me arrebate la vista de mis ojos y ya no alcance a leer estas líneas, quizá alguien más que las lea por mí y de nuevo te regresen conmigo.
Porque no dejo de pensar que la vida no nos alcanzó
No nos alcanzó para tantas cosas que queríamos hacer juntas, para viajar en tren por las montañas de Chihuahua, para llevarte a esa casa de retiro de la que tanto me hablabas, para que vinieras a ver al doctor, para enviarte el tratamiento, para desayunar juntas en el jardín, para prepararte el pan con mermelada que tanto te gustaba
Nunca nadie me pregunto si estaba preparada para verte partir. Tampoco yo nunca me lo pregunté, porque nunca pensé en ello, porque vivimos día a día creyendo que nadie morirá. Y nunca estamos preparados. La muerte nos alcanza, llega, toca a nuestra puerta y hay que dejarla entrar.
La vida es indomable e inesperada. La muerte también lo es.
Una relación simbiótica son la vida y la muerte. Se alimenta una de la otra. Absolutas e implacables las dos. Tan blanca y brillante como es la vida, así de oscura es la muerte. Llegamos al mundo haciendo un alboroto y nos vamos de él en silencio, con cuidado de no despertar a nadie, solo cerramos la puerta sin voltear a ver hacia atrás, quizá porque entendemos que ya nada importa.
Y es que cuando supe que te habías ido, ya para entonces te habías ido y no pude decirte adiós.
Y no dejo de pensar que la vida no nos alcanzó.
Querida amiga, tú perdiste la vida, pero yo te perdí a ti.
En memoria del recuerdo de Elisa.
Por: Sandra Fernández