domingo, diciembre 22, 2024

Vivir la otra dimensión – Teresita Balderas y Rico

Recuerdo que, en los años 60 del siglo XX, había una serie televisiva nombrada La dimensión desconocida. Entre los límites de la realidad y la quinta dimensión. Fue muy popular entre los jóvenes de aquella época, nos mantenía en suspenso de principio a fin. 

La ciencia y la tecnología han avanzado. Científicos dedicados al estudio del universo en tiempo y espacio, han descubierto nueve dimensiones. Cada una de ellas se rige con sus propias leyes físicas.

He tenido algunas experiencias desagradables, en las cuales me he perdido por minutos, sin saber en dónde y por qué estoy en ese lugar. Me he preguntado si, en esos segundos o minutos, mi esencia se traslada a otra dimensión.    

En ocasiones, cuando divagamos, nuestra imaginación se siente libre de convencionalismos y arquetipos. Se mueve entre las partículas del espacio y tiempo invisibles y poderosas. Con la libertad recuperada, se desplaza en el espacio cuántico. 

Es abril de 2022. Camino por las calles de Juárez y Madero de la ciudad de Querétaro. Llego al jardín Guerrero, busco una banca, visualizo una enfrente a la sacristía de la parroquia de Santa Clara. Me siento a descansar. Los niños juegan, se mojan con el agua de la fuente, sus madres gritan: “Se enfermarán si continúan mojándose”.

Pasan frente a mí, jóvenes abrazados o tomados de la mano, dirigiéndose tiernas miradas. Se detienen por un momento para darse un beso, tocando suavemente los labios. Me regocijo por ellos, también fui joven. 

Me recargo en la banca para disfrutar el agridulce de la paleta de tamarindo.

Volteo a mi izquierda: una pareja de novios se acerca conversando, se ven felices. Los observo, creo reconocerlos. Él dice algo, y ella se sonríe, se miran con ternura y se abrazan.

Están cerca de mi banca, no hay duda, los he reconocido. Soy yo, con Mauricio; él cursaba la prepa y yo la secundaria.

Se despide amorosamente, luego se va corriendo por la calle de 16 de Septiembre, hacia la Universidad Autónoma de Querétaro.

La chica abraza un libro de matemáticas y algunos cuadernos comprados recientemente. Veo con simpatía que trae una paleta de tamarindo. Se acerca a mi banca y pregunta.

 ─Buenas tardes, señora, ¿me puedo sentar?

 ─Sí, señorita, ─respondo.

Ella ocupa un lugar al extremo de la banca, observa los pajarillos que llegan a los árboles, en su rostro se refleja la felicidad. exhala un hondo suspiro. Está enamorada.

Ella no se imagina quién soy, trato de conversar.

 ─¿También te gusta la paleta de tamarindo? ─ella me observa extrañada. 

 ─Ha sido mi preferida desde niña, ─responde.

De su bolso, extrae un espejito, se pinta los labios y me observa a través de él. 

 ─Estudias matemáticas con el maestro Jesús Pérez, ¿verdad?

 ─Sí, ¿cómo lo sabe?, ¿conoce a alguien del salón? 

 ─ Sí, conozco a una chica ─respondo. 

Su rostro es una completa interrogación. 

Me atrevo a decirle que estuve en la clase del maestro Pérez en 1963.

 ─¡Señora, estamos en 1963! Y no la he visto en el salón de clases ─se expresa confusa y molesta. Ve con atención mi rostro.

 ─Si te ves a ti misma, me estarás viendo. Cuando fui joven, estaba exactamente como tú ahora.

 ─Señora, ¿está bien?, ¿qué le pasa? No comprendo lo que dice ─se pone de pie para irse.

 ─Permíteme aclararte esta situación, un tanto confusa. 

 ─Me estoy asustando, viéndola de cerca tiene algo de parecido conmigo.

 ─Sí, jovencita, vas a cumplir 16 años, y yo 75. Esto que estás viviendo lo recordarás como un sueño, y tal vez, yo también. Mencionaré algunas cosas que conozco de ti, que no podría saberlas, si no fuera tú.

 ─Vives en la casa de tu hermana Betty en la calle de Régules. Te dieron permiso de tener novio. Puedes estar con él de siete a siete treinta.  Tienes cinco meses de novia y estás muy enamorada.  Tu ropa, se la compras a doña Susanita. Tienes una colección de cuentos de la Editorial Novaro que te regaló tu hermana Coco. El próximo sábado irás a una tardeada, de cuatro a seis de la tarde. Estrenarás una hermosa falda azul cielo, y bailarás rock sin descansar.

 ─¿Cómo sabe todo eso? ¿Es adivina?

 ─No. Lo sé porque ya lo viví.

 ─¿Me casaré con Mauricio? 

 ─Tendrás otros amores antes de casarte. Estarás bien. Sigue estudiando y disfruta la vida.

Se escuchó el reloj de San Francisco dando las seis de la tarde. Mi yo adolescente se levantó de prisa.

 ─Mi hermana estará enojadísima, ya es muy tarde. Nadie va a creer esto. Si lo platico, dirán que estoy loca.

 ─¡Que te vaya bien, cuídate, tienes un largo camino por recorrer!

Sentí un ligero dolor de cabeza, mis dedos estaban pegajosos por la miel de la paleta. Abrí mi bolso para tomar un pañuelo, no estaban a la vista, los encontré debajo de unos medicamentos que había comprado en la farmacia Guadalajara de Madero. Lo había olvidado.

No me enteré en qué momento se fue la chica que estaba sentada en esta banca. ¡Esta pandemia y sus consecuencias! En cinco minutos pasarán por mí. 

Al levantarme, vi un papel amarillento al otro extremo de la banca donde había estado la joven. Era una nota expedida en la extinta Librería Del Sagrado Corazón, por la compra de un libro de matemáticas y dos cuadernos. Con fecha 7 de abril de 1963. 

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