Te quiero tanto, mi niña, que escribo esta carta tratando de evitar que recorras caminos difíciles o equivocados. En mí impera el afán de guiarte por el sendero que haga tu vida placentera y con el menor sufrimiento posible.
Espero lograrlo al comunicarte a dónde me han llevado mis decisiones correctas y también las erróneas. Te aseguro que todo lo que debas vivir, lleva implícito crecimiento presente y futuro… todo dependerá de tu actitud.
Desde chiquita, aprende a dar y recibir. Aprende a seleccionar, cuidar y frecuentar a la familia y a las amistades. Si estás acompañada, es más fácil recorrer el incierto camino de la vida.
Te quiero compartir una vivencia que marcó mi vida. A la siguiente semana de que llegué a vivir a Querétaro, siendo la víspera de navidad, fui al supermercado; iba a empezar a poner en la banda mis artículos, cuando escuché que el señor que iba delante de mí, pidió a la cajera que, al cobrar su mercancía, también le cargara a su tarjeta $2,000 pesos que necesitaba retirar. La cajera le respondió que no tenía efectivo y no había tampoco en las otras cajas.
El señor, angustiado, le explicó que venía de varios cajeros bancarios y en ninguno había dinero, que no tenía ni para gasolina y el tanque viene ya en la reserva.
Al yo escuchar la angustiosa petición del señor, le pregunté: “Señor, ¿no se ofende si le ofrezco doscientos pesos?”
El señor me contestó que, con mucha pena, no tenía otra alternativa que aceptarlos. Me pidió mi número de celular para llamar y ponernos de acuerdo para que me los pagara. Obviamente, no acepté.
Al día siguiente era navidad e invité a un matrimonio amigo a desayunar a un lindo restaurante austriaco. No habían transcurrido ni diez minutos de habernos sentado a la mesa, cuando llegó el mesero con un precioso pastel navideño de frutos secos y me lo entregó. Pregunté a mis amigos si ellos lo habían pedido, a lo que respondieron que no.
Le estaba pidiendo al mesero que lo retirara, cuando apareció un señor y me preguntó: “¿Se acuerda de mí? Soy la persona que, gracias a los doscientos pesos que usted, sin conocerme me regaló, pude pagar algo de gasolina. Permítame obsequiarle este pastel como muestra de mi agradecimiento”.
Niña querida, esa es la vida. Siempre que puedas ayuda o da, y la vida te lo regresará de alguna forma a través de cualquier persona.
Mi adorada niña, trata de ser siempre la mejor en todo; en los juegos, en el estudio, en el amor, en el afecto y en las competencias, pero no te obsesiones. Aprende también de tus errores y trata de no volverlos a cometer. No te preocupes demasiado, yo siempre te llevaré de la mano.
La vida es sabia, te va guiando paso a paso. Esos lindos zapatitos azul marino que te trajeron los reyes magos hace un año y que tanto te gustan, cuando crezcas, los cambiarás por otros preciosos zapatos de tacón que yo te regalaré.
Nunca te desesperes. Todo lleva un tiempo y un orden.
Ahorita quieres tener una bicicleta, pero primero aprende a andar en triciclo, después tendrás tu bicicleta y tal vez después un coche.
Lucha siempre y confía en ti misma y en tus manitas, que ahora dices que son torpes hasta para partir un pan. Cuando me casé, yo no sabía preparar una ensalada, menos cocinar una simple sopa de fideo. Me propuse aprender y a través de mis tesoros de revistas de recetas, lo fui logrando. Desde hace mucho tiempo disfruto el arte de cocinar, de tener invitados y preparar para ellos desde la botana más simple, hasta los platillos más elaborados; esto con mis manos, no con las de la señora que me ayuda en la casa, ni las de un cocinero.
No me desespera o cansa dedicar horas a cocinar; mientras lo hago, pienso que de esta forma tengo la oportunidad de corresponder, halagar, agradecer y dar gusto a esas personas que a través de la vida han estado junto a mí.
Siempre, de alguna forma, estaré a tu lado, como yo hubiera querido que mi madre estuviera al mío.
¿A ti, querido lector, cómo te hubiera gustado ser tratado en tu niñez?
g.virginiasm@yahoo.com