Por varias semanas, el abuelo Riky no había visitado a su querido y adorable nietecito Tommy. Estuvo muy ocupado ayudando en el proceso previo al nacimiento de unas nenitas trillizas, que tardaron mucho en nacer.
El ginecólogo no entendía la razón por la cual, cuando la madre ya tenía la suficiente dilatación, no alcanzaba a ver que la cabecita de alguna de las nenas ya estuviera lista para salir de su obscura y tibia morada. Una vez que distinguió la pequeña cabeza de una de las nenas, ya encajada en el canal del parto, cuando parecía que iba a salir, desaparecía y solo se escuchaban ruidos que parecían vocecitas.
El doctor nunca imaginó que lo que sucedía dentro del vientre materno: las trillizas se estaban peleando porque cada una quería ser la primera en salir al mundo.
Al abuelo se le veía más que cansado, ¡agotado!, y su habitual alegría había desaparecido. Aun así, terminó de orientar y guiar a las trillizas para que dejaran de pelear, se pusieran de acuerdo y se dieran prisa en nacer, ya que su madre estaba exhausta y desesperada.
Riky se tomó un día de descanso antes de volver a visitar a esa linda criaturita que tendría por nombre Tommy.
Mientras todo lo anterior sucedía, Tommy seguía desarrollándose. Día a día lo acompañaba la tristeza provocada por la ausencia de su abuelo. Ahora, en el octavo mes, ya medía 36 centímetros de largo. El suave y fino vello que cubría su cuerpecito, había comenzado a caerse.
Esperanza, mamá de Tommy, sentía un cansancio extremo, padecía de mala digestión y ganaba kilos, al mismo tiempo que Tommy se acercaba al peso que tendría al nacer.
Al principio de la semana 30, Tommy volvió a percibir la presencia del abuelo. Cuando estaba dudando si en verdad Riky había regresado; escuchó su voz que le decía: te he extrañado mucho y no he dejado de quererte mi adorado nietecito.
Al instante y de tanto gusto, Tommy comenzó a patalear mucho más fuerte que como lo había hecho anteriormente, tanto, que despertó a su mamá que dormía profundamente pues ya era más de media noche.
El abuelo Riky comenzó su plática diciéndole a la criaturita lo cambiado que lo veía.
Vas a ser un niño tan alto como tu padre. (La altura se determina por los genes del papá y el peso por los de la mamá).
Te quiero pedir que cuando ya estés en el mundo, no mates a unos animalitos llamados abejas. Escuché hoy en un noticiero que, si estas desaparecieran, los humanos se extinguirían en cuatro años. Además, producen una delicia llamada miel. No dudo que, si mi hija te permite usar chupón, antes de ponerlo en tu boquita, le ponga un poco de miel. ¡Vas a ver qué delicia!
Tommy escuchaba sin moverse ni interrumpir la plática de su abuelo. Él ya le había explicado que, a pesar de que ahorita no entendiera lo que le platicaba, sabía que mucho de sus comentarios se quedarían en su pequeño cerebro y aflorarían en el momento que los necesitara.
El abuelo Riky se dio cuenta que el pequeño bebé movía sus ojos. La razón es que a los 8 meses de gestación ya se han desarrollado casi todos los sentidos. El oído funciona perfectamente y los ojos ya notan los cambios de luces.
“¡Cuántos cambios ha habido durante el tiempo que dejé de visitarte!”
Riky se dio cuenta de que el bebé quería expresar algo. Tommy preguntó por qué escuchaba que su mamá ahora respiraba tan fuerte que no lo dejaba dormir. El abuelo le explicó que, al haber ya crecido tanto, estaba ocupando parte del espacio de los pulmones de Esperanza.
“Mi adorado niño, en pocas semanas vivirás cambios muy importantes, ya que estás a punto de nacer y tal vez ya no te pueda visitar.
“Cuando llegue ese momento, lucha por salir a la luz, no te des por vencido. Te aseguro que vale la pena vivir la vida, a pesar de todos los desafíos, incomprensiones y períodos de crisis.
“A lo largo de tu vida, recuerda siempre que ser exitoso es encontrar fuerza en el perdón, esperanza en las batallas, seguridad en el palco del miedo, amor en los desencuentros.
“Antes de que nazcas, quiero pedirte que a lo largo de toda tu vida nunca te permitas los “no puedo” y reconozcas los “no quiero”.
De pronto, el abuelo comenzó a escuchar gritos y voces que hasta ese momento no había oído, distinguió el agudo y característico sonido de una sirena. Se horrorizó de escuchar los lamentos y fuertes gritos de su hija Esperanza suplicando que no la subieran a la ambulancia, que a su hijo aún le faltaba un mes para nacer.
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