De aquí soy, Madre Tierra. De ti vengo y a ti regresaré, hermoso planeta azul.
Tierra bendita, planeta hermano de Mercurio, Venus y Marte. Los cuatro nombrados terrestres, porque su masa está constituida de roca y metal.
Tierra mía, que giras en la tercera órbita interior del Sistema Solar, eres también el mayor de los planetas terrestres.
El más denso, ocupando el quinto puesto entre los planetas más grandes de nuestro sistema.
Te ofrezco mi perdón, tierra mía, por mi insensatez, ignorancia y torpeza. Eres pródiga con tus hijos, estás pendiente de nosotros, evitas que nos perdamos, nos detienes con tu férrea mano, llamada fuerza de gravedad.
Admiro a mis ancestros, que te cuidaban y respetaban. Reconocían tu grandeza. Tenían razón en llamarte Madre Tierra: en ti se ha originado la vida de los seres que te poblamos.
Tierra, que conformas la superficie de mi amado tesoro llamado México, gracias por ser tan espléndida. En ti se encuentran: maravillosas playas, cadenas montañosas, bosques, selvas, desiertos, mares, ríos, yacimientos de minerales.
Existen vestigios arqueológicos de las grandes culturas que nos antecedieron, ellos dan fe de nuestra historia ancestral.
Al sur del país, encontramos zonas de corales, manglares y cenotes. Son creaciones naturales formadas a través de miles de años.
Perdón, Madre Tierra, nos has dado tanta riqueza natural y no hemos aprendido a valorarte y cuidarte. Somos un país con grandes problemas económicos, educativos y de salud. La nación sufre violencia, impunidad y corrupción.
Siento tristeza y vergüenza por las heridas sufridas en los milenarios cenotes en Yucatán, por la ignorancia en la planeación del tren Maya. Con esas acciones, estamos perdiendo parte de nuestra vida ancestral. Decisiones erróneas como éstas, nos convierten en detractores de nuestra propia historia.
Tenemos todo lo necesario para progresar y estar en el grupo de los países más avanzados en el orbe. Sin embargo, pareciera que en vez de avanzar, retrocedemos.
Como buena madre que eres, aún con nuestras torpezas, nos perdonas. Nos das de comer, proporcionas agua para saciar nuestra sed fisiológica y de esperanza. Aún con las talas indiscriminadas de tus bosques y selvas, los bondadosos árboles que se han salvado nos regalan su sombra y purifican el aire que respiramos.
Los rayos solares que se reflejan en tu esférica figura nos proporcionan el calor que nuestro cuerpo necesita para vivir.
Las auroras y los atardeceres nos dan ese bienestar que se inserta en la piel, recorre nuestro interior en la búsqueda de aquello que nos hace sentir, vibrar y amar: el alma.
Tierra pródiga, que aún maltratándote nos ofreces lugares paradisiacos, donde se respira el deseo de vivir, haciendo aflorar nuevas ilusiones.
Nuestros sentidos se despiertan, avivando la imaginación y alegrando nuestro corazón cuando desolado está.
En los días pandémicos, nos diste una gran lección: rápido te regeneraste, observamos lo bella y grandiosa que eres. Siento pena, me da vergüenza lo insensatos que somos algunos humanos, por no comprender que, al destruirte, nos estamos autodestruyendo.
Padecemos de ceguera blanca, como diría Saramago en Ensayo sobre la ceguera. Nos movemos con los ojos abiertos, pero con ceguera en el razonamiento y el espíritu.
Caminamos como autómatas, sin sentido, sin parar. Algunos no hemos comprendido que necesitamos hacer un alto, darnos tiempo, abrir nuestros sentidos para gozar de tus hermosos atardeceres, tu manto celeste pletórico de estrellas, la bella luna que ilumina el sendero de las ilusiones y del amor.
Nos perdemos de sucesos maravillosos: escuchar el trino de las aves, la suave brisa que mueve las hojas de los árboles, el sonido del agua al caer la lluvia, los ríos, cascadas, y el sonido de los mares.
Urge desarrollar la sensibilidad para disfrutar los aromas de los sembradíos y de las huertas. Demos la pauta para que nuestros sentidos despierten.
Las esencias de las rosas, gardenias y el jazmín provocan dulces recuerdos.
Sentir en la piel la textura de ti, convertida en polvo, de ti, en tu esencia rocosa, las formas, tamaños, colores, de las flores. El acompañamiento de nuestras mascotas, que son tus otros hijos; ellos conviven en tu espacio, el único lugar disponible por ahora para vivir.
Quiero agradecer tus deliciosos elotes, las esponjadas tortillas saliendo del comal. Las deliciosas lechugas, pepinos, tomates, apios, zanahorias, ingredientes de las ricas y saludables ensaladas.
Somos seres que llegan a vivir en ti, en un tiempo y espacio determinado. Tú nos prodigas lo que necesitamos, solo hace falta una sabia intervención de nosotros los humanos. En ti, se encuentran los cuatro elementos catalogados por los antiguos griegos como indispensables para la vida: tierra, aire, agua y fuego.
Tienes fortaleza, belleza y abundancia para los hijos que en ti vivimos.
Indispensable es tu presencia en el Sistema Solar para mantener la armonía.
Eres tierra, aire, agua y fuego, el único planeta habitable para los seres humanos.
Radiante reflejas los rayos solares, necesarios para la vida.
Ruda es tu naturaleza en los tornados y huracanes, y en las erupciones.
Alegría, entusiasmo por tu bullicio, eres única en el Sistema Solar.
Tierra bendita donde he transitado, gracias por prestarme tus rocas para descansar en las largas caminatas por los cerros, para llegar a la escuela rural y encontrarme con las miradas cristalinas, la sonrisa franca y las manos extendidas de los niños al recibirme.
Tierra mía, permíteme seguir los caminos que aún me quedan por andar.
Quiero decirte algo que hace latir agradecido a mi corazón, aunque tú ya lo sabes: existe gente bondadosa, humanista, creativa. Los jóvenes mexicanos nos sorprenden con sus proyectos en ciencia, tecnología y humanidades, pensando en ti, para no dañarte. Ellos los han presentado en países de primer mundo y han obtenido primeros lugares.
Gracias, Madre Tierra, porque todavía camino en ti, y veo caminar a mis seres queridos.