“Las computadoras hacen en tan solo cinco minutos lo que antes… no hacíamos”. Tal fue la frase con la que el jefe declaró terminados los trabajos de la reunión de esa tarde. La mayoría de los asistentes la festejaron como una ocurrencia más del longevo dueño de la compañía, al que no había más remedio que celebrar, a riesgo de ser segregado o despedido.
Eran los inicios de los años noventa y de las computadoras personales. Era indispensable para las empresas subirse al barco de la revolución tecnológica. A uno de los ejecutivos, le pareció adecuado solicitar que se incluyera en el orden del día ese delicado tema. El adjetivo se aplicaba, por la reiterada negativa del dueño del negocio de hacer un gasto innecesario y sobre todo, pero sin confesarlo, a prescindir de su eficiente y linda secretaria, y a tener que aplicar los conocimientos de mecanografía que aborreció en su educación secundaria.
Hasta ese día, la única computadora existente en la empresa era un aparato del tamaño de un auto compacto. Sólo servía para hacer facturas y reportes de cobranza que escupía desde una impresora, tan ruidosa, y que provocaba tanto calor, como el de una tortillería a la hora del mayor antojo taquero.
La instalación en donde se alojaba tal monstruo tenía, como Virginia Woolf, un cuarto propio. El encargado, enigmático ingeniero en sistemas, perseguía dos propósitos: acabar con las constantes enfermedades respiratorias que le provocaba el aire acondicionado de esa oficina especial, y con las presiones que le trasmitían los empleados formados afuera, en espera de sus facturas y reportes. Su petición de adquirir computadoras personales fue rechazada varias veces, hasta que una brillante idea pasó por su acatarrada cabeza: hizo correr el rumor de que uno de los principales competidores ya se encontraba implementando la primera generación de estos sistemas de cómputo. El orgullo herido del patrón, le hizo dar la orden de considerar la opción.
Esas primeras máquinas cambiaron no sólo la dinámica y los procesos de esa y de otras muchas organizaciones: trajeron consigo a una nueva generación de empleados, de jugadores de póker solitario y de potenciales escritores. Los correos electrónicos revelaron la pasión por las letras de algunos, aunque no siempre dicha inquietud era agradecida por sus destinatarios, permitía a los amantes del texto largo, extenderse en explicaciones que, en beneficio de la brevedad, pudieron haber abarcado el espacio de un telegrama.
Las computadoras comenzaron a ser cada vez más potentes, más rápidas y sobre todo: portátiles. Gracias a su ayuda, los pequeños negocios comenzaron a progresar. El panorama que describo era impensable, era inverosímil para las generaciones que conocimos y que aprendimos a usar estos aparatos después de haber cumplido los treinta. Mi capacidad de asombro se estimula al pensar que hasta el teléfono celular que tengo en la mano, tiene más poder que todas las computadoras que condujeron el viaje a la Luna.
Al momento de mecanografiar estas sistematizadas aunque todavía humanizadas líneas, marzo del año 2023, me entero de que la inteligencia artificial ya posee la habilidad de escribir textos como lo haría un humano. Tan de buena calidad y con tal estilo, que es difícil reconocer su origen. Mi palabra de honor de que esto lo estoy escribiendo yo, dentro de muy poco tiempo, quedará en entredicho. Será necesario para el lector, aplicar no sólo la intuición, sino un avanzado conocimiento del sarcasmo y del doble sentido.
Espero que no sea el tiempo de las despedidas, pero mis dos generosos lectores tal vez podrán pedirles a sus máquinas lo siguiente: “Escríbeme el relato de la muerte de mi perro, al estilo de Rodolfo Lira, en 800 caracteres, pero sin payasadas”. No será necesario que lo pidan por favor, las cortesías estarán de sobra.
Mientras la tecnología no descubra mis escasos secretos literarios, aquí seguiré intentando ponerle ironía al teclado. Tal vez, esta sea la única cualidad que las máquinas no podrán copiar. Les daré una clave secreta: Cuando duden de que sea yo quien escribe, pregunten a su interlocutor si es sano tomar un par de tequilas antes de comer, y si obtienen como respuesta un rollo parecido a este:
El consumo de alcohol en cualquier cantidad puede tener efectos negativos en la salud, especialmente si se toma regularmente en grandes cantidades. Tomar dos tequilas antes de comer puede afectar su capacidad para digerir los alimentos adecuadamente y, en general, no es una práctica saludable. Además, el consumo excesivo de alcohol puede afectar su juicio y habilidades motoras, lo que podría ser peligroso. Por lo tanto, es mejor evitar el consumo excesivo de alcohol y optar por un estilo de vida saludable.
Si contestó eso: entonces, no soy yo.
www.paranohacerteeltextolargo.com
Twitter: @LiraMontalban