¿Qué es una persona si no un cúmulo de experiencias, decisiones, decepciones, satisfacciones, orgullos y arrepentimientos? ¿Quién más si no un escritor para describir esto en pasajes que imitan la vida?
Rodolfo Lira es coleccionista de anécdotas, a las que sazona con palabras y, si son sonoras, profundas, si le ayudan a ilustrar pensamientos, sentimientos, las atrapa en su escrito. Vendedor hecho escritor por fortunios de la vida, es un gran ejemplo de cómo cambia la vida según lo que uno decide… y lo que las circunstancias parecen imponer, para bien, para mal, para la autosatisfacción o la de los demás.
Rara vez hay un camino recto
El niño Rodolfo nunca se llevó bien con su orientación vocacional, le gustaban más las artes, las letras, la música. Pero como no tenía talentos y sí necesidades, su desorientación lo orilló a estudiar otras asignaturas más prácticas. Por dos razones: dar satisfacción a sus padres y por si las moscas (hay mayor oportunidad de tener comida con lo convencional que con lo artístico).
El joven Rodolfo tenía sueños standard: casarse con una linda y alegre compañera a quién querer y que le quitara lo aburrido, formar una familia, tener un par de hijos, una casa, un perro y una tranquilidad económica. Logrado, por cierto.
El adulto Rodolfo, insatisfecho, se empeñó en dejar algún legado además del económico. Así que, desoyendo a su conciencia, perdió el miedo al ridículo, se puso a escribir y (con sus publicaciones) a provocar bochornos familiares.
Rodolfo Lira (ya en su fase de generador de dinero) empezó como vendedor provisional, cubriría por unos meses a su tío, en lo que se recuperaba de una piedra en la vesícula. Pero lo provisional casi se convierte en permanente, pues estaría recorriendo estados con maletín en mano por 33 años. Al principio, después de seis años como vendedor, con muy buenos números en su haber, más sus estudios como administrador de empresas, le sumaron puntos para poder ser elegido como gerente de la sucursal de Monterrey, donde daría diez años de su vida. Se le sumarían quince años más en Querétaro, donde siguió acumulando satisfacciones, presiones al sistema nervioso y de otras índoles mercantiles.
Con tres décadas de trabajo en su espalda, decidió renunciar y emprender su propio negocio, una montaña rusa que sólo iba de bajada. Hoy tiene otro modesto negocio que le da para lo suyo y (si la pandemia no se lo come) para viajar con su esposa a alguna playa una vez por año.
Fueron los golpes y las caídas las que formaron a esta persona, pero para sacudirse el polvo y sanar las heridas se sirvió del ‘curita’, la ‘bandita’ del apoyo familiar y el de los buenos amigos. Su motor ha sido el compromiso que tiene con ellos… espera nunca fallar. Pero que nadie pregunte por su lado profesionista, porque esa parte descansa en paz, gozando de mejor vida dedicado a la administración de su pequeño negocio.
Lo bailado y lo leído, nadie nos lo quita
Desde hace tiempo, Rodolfo es un hombre de lectura, curiosamente es un vicio para el que tiene poca memoria, “por lo que no puedo presumir de nada”. Y desde hace diez años es orgulloso miembro del grupo de lectura Juribook, dirigido por la maestra Cristina Ozorno.
Otro de sus grandes gustos y pasatiempos es la música, a la que llama su antídoto para cualquier tristeza. Le encanta caminar todas las mañanas por el campo y contagiarse de la alegría de sus perritas, expertas senderistas. “Muchas veces encuentro ahí a mis compadres y amigos, expertos en el manejo de la felicidad”.
¿Para cuándo la pluma?
Roberto dice ser un producto de la computadora personal, porque las facilidades de los sistemas son apasionantes… ni él está seguro si escribiría sin este apoyo. Pero lo que en verdad lo llevó a empezar a escribir fue, curiosamente, un intercambio de correos electrónicos con una de las madres de familia del colegio de sus hijos, quien le había pedido que la ayudara con un cuento para una revista infantil, porque escribía muy chistoso.
Sus textos fueron publicados por ella en una página olvidable de internet, y hubo algunos ‘incautos’ que pidieron por más de sus colaboraciones, lo demás fue historia de una necedad… o de una frustración (o tal vez talento) naciente del deseo infantil de dedicarse a las artes.
“Escribir me entretiene como a quién arma un rompecabezas. La satisfacción de juntar palabras en oraciones, en textos que cuenten una anécdota, o una historia que deje en el lector y en mí algo que emocione, que provoque sentimientos o que sólo haga pasar un buen rato, es mi mayor gozo”.
Escritor ocurrente, apasionado por el ‘qué’ más que del ‘cómo’, siempre tiene en mente el método de invención de Araceli Ardón (querida maestra), que indica que los lectores buscan cinco cosas principales en un texto: Información, estructura, belleza, inteligencia y emociones; por ello su ambición es que sus textos tengan una pequeña porción de cada una de ellas… espera lograrlo con el tiempo.
Aprender a leer toma un tiempo corto, pero aprender a escribir toma toda una vida.
Como parte de esta personalidad como escritor, al parecer un tanto jocoso, aspira a no dar tanta lata a sus correctores, a dar a sus lectores algo de calidad y estar al nivel que esperan. A seguir teniendo la oportunidad de publicar cada semana los textos artesanales que le dan sentido de vida, estructura y lo mantienen alerta.
“Aspiro a contestar con propiedad una pregunta: ¿Vale la pena seguir? hasta hoy, la respuesta es: sí”
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Twitter: @LiraMontalban