sábado, septiembre 7, 2024

Los ayeres y los amigos – Teresita Balderas y Rico

Hace algunos días, nos visitaron unos primos hermanos. En conjunto, representaban a tres generaciones: abuelos, hijos y nietos. El almuerzo fue muy ameno. Las anécdotas y recuerdos brotaban como agua en una fuente, cada asistente quería contar alguna de sus aventuras. Por fortuna, todos tuvimos una oportunidad para hacerlo. 

Fue una agradable mañana, entre la degustación de los alimentos y la risa que fluía como en cascada. Hubo algo extraordinario que llamó mi atención: dos chicas adolescentes dejaron de lado el celular, estaban atentas a las historias contadas por sus padres, abuelos y los tíos abuelos. Se reían, tal vez preguntándose si era cierto lo dicho. Su mirada era toda ternura, volteaban a verse, tal vez imaginando cómo se divertían los abuelos en sus tiempos. Esa reunión se convirtió en una postal, como una pintura de Velázquez. Las sonrisas de las chicas dieron la pauta para recordar a mis amigas en mis años adolescentes. Mientras la conversación fluía, la memoria viajaba al pasado.

Quitando las telarañas del túnel del tiempo, me trasladé a los años adolescentes. De pronto, me vi en la casa de mi inolvidable amiga Carmen, quien vivía en la calle de Arteaga, yo en Régules, a dos cuadras de su casa.

En los años infantiles y adolescentes, fuimos inseparables: nos veíamos a diario para ir a la escuela. En vacaciones, nos contamos nuestro primer noviazgo; tratando de cruzar el puente entre la niñez y la adolescencia. Disfrutábamos al máximo las tardeadas (fiestas para jóvenes acompañados de un adulto). Cuando la fiesta era organizada por la escuela, lográbamos salir solas.

A diario, pasaba a su casa por ella para ir a la escuela. Caminábamos siempre riendo felices, sentíamos que el mundo era nuestro, soñábamos despiertas con ilusiones y grandes esperanzas. Total, vivir era una aventura.

Parecíamos cotorras parlanchinas, todos los días teníamos cosas nuevas para contar que para nosotras eran muy importantes.

Un día, al pasar por ella, la encontré seria, se veía asustada. Se despidió de su mamá, quien le advirtió: “Pórtate bien o ya no irás a la escuela”.   

Cuando salimos de su casa, me dijo lo que estuvo a punto de sucederle.

─Ayer casi me infarto.

─¿Por qué, Carmen?, ¿qué pasó?

─Estaba haciendo la tarea. Cuando abrí el libro de Ciencias Naturales, se me cayó   la carta que me había escrito Juan, mi compañerito del salón. Rápido la recogí, pero en ese momento pasaba mi hermano, y me dijo que si la carta la me la había dado un niño de la escuela, me acusaría con mi mamá.

─Qué espanto, amiga. ¿Qué pasó?, ya me pusiste nerviosa.

─Dije que era una tarea que había dejado el maestro para calificar la escritura, estaba por quitármela cuando le habló mi papá, y ya sabemos que cuando nos habla, debemos acudir de inmediato. Eso me salvó la vida.

─También tengo miedo que un día mi hermana encuentre las cartas que me ha dado Alberto. ¿Te imaginas? 

─Estarías perdida, Amelia, tu hermana te advirtió que si hacías algo que no fuera estudiar te sacaría de la escuela, y acuérdate que por esa razón viniste a vivir con ella.

Éramos unas chicas inocentonas y asustadizas, educadas en la disciplina y respeto, cumplíamos las reglas establecidas por los adultos. Si embargo, a escondidillas teníamos algún pretendiente con quien platicábamos a la hora del recreo. Vivir para contarla, decía Gabriel García Márquez.

Por varios años fuimos muy felices, después sus padres construyeron una casa en la calle de Gutiérrez Nájera, donde vivió varios años. Con las tareas escolares y la distancia que nos separaba, nos veíamos muy poco, ella se casó primero que yo. Las acciones de la vida cotidiana dejaban poco tiempo para reunirnos. Han pasado los años, no sé dónde vive actualmente. Pero mi amistad y cariño a mi amiga Carmen no ha disminuido, está en mis recuerdos y corazón. 

Amigas de la infancia, adolescencia, y juventud han emprendido el vuelo hacia el infinito. Pero mi amor hacia ellas sigue intacto. 

A principios de abril de este 2024, mi querida amiga Mary dejó este planeta azul para trascender hacia el paraíso. Fue tan bondadosa que vino a mi casa a despedirse: cuando la vi, sentí una opresión en el pecho; sin embargo, nos abrazamos y platicamos como si todo estuviera bien. Comentó que se había sentido mal y esperaba el diagnóstico del neurólogo.  

Sus palabras trataban de ser optimistas mientras su mirar me contaba su realidad. La acompañaba su esposo, la conversación fluía con aparente serenidad. 

Al despedirnos, nos dimos un cariñoso abrazo. Recuerdo haberle dicho que no se preocupara tanto, que pronto estaría bien. Fue la última vez que nos vimos.

Los amigos y los ayeres no se van, están bien guardaditos en la memoria y el corazón.

Agradezco la presencia de las bellas adolescentes que nos visitaron, fueron una suave brisa de primavera en el mediodía de mi otoño.

Con los avances tecnológicos, han cambiado las formas de demostrar el cariño y ternura, pero la amistad y el amor en todas sus expresiones aún caminan con los jóvenes, porque son inherentes a la humanidad. 

Ahora que estamos viviendo en el caos y la injusticia, necesitamos recuperar el amor en sus diversas expresiones. El amor en el mundo es la energía más poderosa que posee el ser humano. Cultivemos la amistad, los amigos siempre nos escuchan, apoyan, y nos sostienen cuando estamos a punto de caer.  

Hoy, como ayer, tener uno o varios amigos es ser muy afortunado. 

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