sábado, septiembre 7, 2024

La vida es una aventura – Teresita Balderas y Rico

En el vaivén de la vida se gestan historias en las que de pronto nos vemos atrapados en ellas. Son acontecimientos que emergen en el momento y lugar menos esperado, porque las circunstancias están dadas para que sucedan.

Las consecuencias de estos fenómenos son diversas: vergonzosas, de pánico y chuscas. Al leer: Escribir con sentido del humor de Germán Dehesa, recordé situaciones de esta índole en mi vida.

En verano de 1996, cursaba el último semestre de un posgrado en la UAQ. Uno de los maestros más exigentes, nos había solicitado un ensayo como último trabajo académico de su materia. El día anterior había caído una tormenta en la ciudad de Querétaro. El escrito lo había terminado en la madrugada, cuando llegó la luz.

Caminaba por la calle de Hidalgo rumbo a la Universidad para entregar mi ensayo. Había charcos por cualquier parte. Pisé una loseta, ésta se movió, perdí el equilibrio, dándome un tremendo azotón. Unos jóvenes cruzaron la calle para ayudarme a incorporarme. Estaba en sentido horizontal, con la mano izquierda levantada, en ésta, tenía la carpeta con mi ensayo.

Despertaba la curiosidad de la gente al verme, estaba todo enlodada. Al llegar a la universidad fui a los sanitarios a lavarme. Al entregar la carpeta me dijeron: ¿qué te pasó? Conté la historia, “pero el folder está impecable, dijeron”. Entre el amor al estudio, y cierto miedillo al maestro, preferí sufrir el ranazo.

Todos en la oficina rieron a carcajadas, enseguida me uní a ellos.

Tenía siete años cuando viví este incidente. Mi madre me envió acortar nopales, solo dije sí, pero no fui, estaba jugando al avión. Luego dijo: “si no te apuras, te daré unos varazos”. “Ya voy respondí”. En la tercera llamada, me asusté con lo que dijo: “eres una niña desobediente, a los chiquillos que no obedecen a sus padres se los lleva el diablo, hay uno que sale a medio día y ya van a dar las doce”.  

Sonreí al encontrar una penca con muchos nopalitos, rápido terminaría con el encargo de mi madre. El problema era alcanzarlos, dando la vuelta al nopal descubrí una piedra grande, asunto arreglado, pensé. Antes de subir en ella, escuché las campanadas de la iglesia de San Francisco dando las doce del día, justo a tiempo pemnsé. 

Subí a la piedra para alcanzar aquellos nopalitos tiernos. Había cortado pocos, cuando la roca se movió, quedé paralizada, ¡la piedra caminó conmigo arriba! Entonces pensé: “el diablo viene por mí para llevarme a los infiernos, por no obedecer a mi madre”. Cuando pude reaccionar grité a todo pulmón, boté la cubeta, y el cuchillo, ningún nopal quedó adentro.

La piedra, era una enorme tortuga, pobrecita estaba tan asustada como yo.   

En la secundaria recibí una beca. Para conservarla debía tener en todas las materias 8.5 de promedio mínimo, y mantener una buena conducta. Según yo era bien portada, pero de repente me unía a las travesuras del grupo.

Cierto día un maestro faltó a clases, el grupo aprovechó para leer a escondidas los cuentos que intercambiábamos: El Llanero Solitario, Supermán, Tarzán, La Pequeña Lulú, Archi y sus Amigos, entre otros. 

El salón estaba en silencio, era un fenómeno atípico. Esta situación preocupó al director. Envió a la subdirectora para que diera cuenta de lo que sucedía con el grupo.

Tan concentrados estábamos en nuestra lectura, que no vimos en qué momento ella entró al salón. Solo escuchamos decir: “buenos días, ¿qué están estudiando? Nos sobresaltamos, al ponernos de pie tiramos algunas cosas. Estamos estudiando biología respondimos “es la hora matemática jóvenes”, alguien dijo: “es que el maestro de biología nos dejó mucha tarea” los demás, lo secundamos.    

No lo creyó, teníamos el libro de biología porque era el más grande y rechoncho, cabía perfectamente un cuento. Nos dio un regaño como de quince minutos. A cinco alumnos nos puso de pie, sentí cierto miedillo, podría perder mi beca por mala conducta.

A través del cristal de la puerta vi al director que se acercaba al salón, en ese momento el corazón se me subió a la garganta. Cuando iba a entrar me agaché, para igualar al grupo al ponerse de pie, (en aquellos años el alumnado se ponía de pie cuando un profesor entraba al salón de clases). Al despedirse, tiré la pluma para simular que me sentaría. Después cumplí mi castigo. ¡Off!, qué cerca estuvo.

Un sábado, de 1964 cuando cursaba tercero de secundaria, con falda recta y zapatos de tacón, bajaba con tres amigas por las escaleras angostas y un tanto a oscuras del hermoso e histórico Real Colegio de Santa Rosa de Viterbo, lo que ahora es CEART. Al tomar la curva de la escalera perdí el equilibrio, me resbalé. Fue un enorme escándalo, rodaron las monedas obtenidas de las ventas para nuestra fiesta de graduación, los golpes que me daba en cada escalón y mis amigas gritando.

Las chicas estaban muy asustadas. Tenía raspones por todos lados, sangraba de un brazo, y de las piernas. Estaba muy adolorida, pero al ver mis rodillas solo dije: “¡mis medias, se me rompieron las medias, ahora qué voy a hacer!” 

En la década de los 80, había ahorro escolar. En ese año yo tenía la comisión de recoger el ahorro de cada salón de clases, y llevarlo al banco. Cierto día, había ido a un Banorte. 

En el banco mientras hacía fila, algunas personas me veían y se reían, otras cuchichiaban. Empecé a sentirme incómoda, por fin tocó mi turno, tomé mi tarjeta de ahorro, y caminé de regreso. Una señora me alcanzo y dijo: maestra, se le subió el fondo, se transparenta toda, se le ven los calzones. En efecto, el forro del vestido, lo traía hecho rollo en la cintura, la tela del vestido era organza.  

     ¡Santo cielo! La maestra enseñando los calzones.

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