Una preciosa mañana del mes de abril, llegué feliz a abrir la reja de mi adorada escuela Montessori. Acostumbraba llegar 50 minutos antes de la hora de inicio de clases.
Esos minutos los empleaba en revisar la limpieza de las instalaciones, lograr el perfecto orden del material Montessori colocado en los muebles hechos a la altura de los pequeños alumnos, ventilar cada salón y finalmente esparcir una pequeña cantidad de aromatizante con olor a campo.
Uno de mis inamovibles propósitos era que, desde el primer segundo en que el niño, algunas veces acompañado por la mamá, entrara al salón, a través de todos sus sentidos, percibiera que estaba llegando al lugar más agradable para pasar cinco horas cada día.
Estaba en esas tareas cotidianas cuando tocó el timbre Renato, el joven y ejemplar papá de las gemelas Alejandra y Amanda. Al salir a recibirlo, me di cuenta de que venía solo, sin sus hijas, como era su costumbre.
“¿Puedo hablar contigo cinco minutos?”, me preguntó mientras bajaba las escaleras de acceso. “Fernanda, tú sabes que durante los ocho años que llevo casado, nunca he salido de viaje sin mi esposa y mis dos hijas, pero hoy, por una emergencia que surgió en la empresa, debo volar a Cuba. Solamente estaré fuera tres días. Las dos pequeñas no paran de llorar y Julia, mi esposa, a pesar de que me comprende, está muy molesta. Te comento esto porque tal vez sientas raro el comportamiento de mis hijas. Te pido que les tengas paciencia, me van a extrañar. Mi celular estará prendido día y noche; si se ofrece algo, no dudes en reportármelo”.
Efectivamente, desde ese día, las gemelas se rebelaban a trabajar y no participaban en ninguna actividad o juego. Pero el drástico cambio que hubo en esa familia tan unida, era inimaginable.
Dos días después, Julia me llamó para comentarme que no tenía forma de localizar a su esposo, ya que su celular reportaba apagado.
Más tarde, me convertí en la confidente de Julia, quien no dejaba de comentarme que el comportamiento de su esposo, desde su regreso de Cuba, había cambiado. Ya no era paciente, platicador y cariñoso… ni con ella, ni con sus pequeñas.
Julia también estaba molesta, ya que Renato nunca le explicó la razón por la que su celular estuvo apagado un día y una noche durante su viaje. Así transcurrieron algunos meses y la convivencia en esa familia dejó de ser cariñosa y alegre.
Ahora discutían todo el tiempo, no había diálogo ni muestras de cariño de Renato hacia la esposa ni hacia las hijas. Julia formó un núcleo junto con sus gemelas, en el que no estaba incluido el padre ejemplar de antes. Ahora ya no había pláticas, sólo gritos e insultos.
Julia sabía que yo, además de ser maestra, había estudiado cuatro años de Logoterapia y daba terapia por las tardes. Observaba que Julia ya no era la mujer guapa, segura y bien arreglada de antes. Incluso su apariencia era la de una mujer enferma. Un día llegó y me pidió que la recibiera esa misma tarde.
El relato que escuché me causó una gran sorpresa:
“Me he sentido mal, no solamente porque dejamos de ser la familia unida que fuimos durante ocho años, sino también de salud. Hace unos días, me entregaron los resultados de varias pruebas que me mandaron realizar tres médicos de diferentes especialidades a los que he estado consultando. ¡Tengo VPH (Virus de Papiloma Humano)!”
Yo la escuché con atención. Ella continuó:
“Renato casi no ha tenido molestia alguna, ya que por lo regular el hombre es sólo transmisor de esta enfermedad sexual, pero yo me siento muy mal. Desde que él regresó de Cuba, casi no quería tener relaciones y yo no entendía la razón. Lo más probable es que en algunos días me tenga que someter a una operación.
La semana pasada, perdí el control y aprovechando que mis hijas no estaban en casa, Renato y yo discutimos… llegué a insultarlo como nunca antes. Entonces, llorando, me confesó que uno de los días de su corto viaje, había conocido en la playa a una guapa joven cubana con la que tuvo relaciones, pero que nunca le volvería a hablar o a buscar. Me pidió perdón, suplicando que ambos hiciéramos hasta lo imposible por olvidar lo sucedido y por el bien de la familia, lucháramos por volver a ser los mismos que habíamos sido durante ocho años. Ahora no se qué hacer: si luchar por salvar mi matrimonio, o pedirle inmediatamente el divorcio”
Antes de que terminara la sesión, y de acuerdo con la Logoterapia, le hice algunas preguntas que, al contestarlas para sí misma, la iban a orientar en la toma de decisiones.
Transcurridas algunas semanas, Julia me comunicó que sus hijas ya no iban a asistir a la escuela. Que su casa era una sucursal del infierno y después de muchas dudas para tomar una decisión definitiva, al fin la había tomado.
No se divorciaría de Ricardo, ya que quería tenerlo cerca para hacerlo pagar todo el daño que había hecho.
Ella suspendería la terapia semanal a la que asistía conmigo, para que de esta forma nunca dudara si debía cambiar su decisión.
Esa fue su determinación, pero la vida continuó con más sorpresas, acompañadas de decisiones difíciles de creer.
@g.virginiaSM