“Sé cuidadosa con qué puertas abres. Nunca sabes lo que puedes hallar al otro lado”, fue el único consejo que me dio mi abuela, o al menos el que recuerdo sin que me engañe la memoria, a mi abuela Came la recuerdo poco, casi nada, sus manos encima de su regazo, entrelazados los dedos sobre su delantal de cuadritos. He olvidado su cara, a menos que haga un verdadero esfuerzo por recordarla. Digamos que se ha escapado de mi mente. Es curioso cómo es que la memoria trabaja y como es que algunos recuerdos persisten en la memoria aun con el paso del tiempo de las formas más extrañas mientras que otros simplemente se borran, así sin más. No comprendo como puedo recordar la tela exacta de su dental y no su rostro.
Fue la última vez que vi a mi abuela, yo estaba sentada a su lado sobre la cama, esto fue antes de que los ojos tristes de mi madre me dijeran que la abuela había emprendido su último viaje.
Entonces tenía yo 9 años y el consejo que me dio casi creí haberlo olvidado, hasta que un buen día, después de tres décadas me vino a la mente como si fuera un regalo que tuviera guardado en algún lugar secreto y por fin había llegado el momento de abrirlo
Y es que me encontraba en uno de esos momentos cruciales de la vida en donde tenia que tomar una decisión importante y no sabía que camino tomar, que puerta abrir, cuales serían los riesgos que entrañaría mi decisión y, sobre todo, que era lo que me esperaba más adelante.
Me removía en la cama por las noches sin poder conciliar el sueño, me quedaba despierta hasta el amanecer esperando me fuera revelada la iluminación, consultaba estadísticas, gráficas, hablaba con amigos, con extraños y hasta con mi perrita Lula para obtener alguna pista, por supuesto, que mi perrita se remitía a mirarme con esos ojos oscuros que parecían decirme, “Es por acá, está más claro que el agua, ¿no lo puedes ver”, mientras que inclinaba su cabeza de un lado a otro, lo malo es que, no, no lo podía ver.
La verdad es que conforme se acercaba el momento de decidir me sentía más confundida, hasta que me di cuenta de que debía tener una seria conversación conmigo misma y escuchar que era aquello que tenía que decirme.
Y, es que nos pasamos la vida eligiendo, sopesando, calibrando oportunidades, decidiendo, tomando riesgos. Abriendo puertas, cerrando otras.
Cual es la puerta que nos llevará al lugar que aspiramos, cual otra nos llevará al precipicio y cual nos dejará en un lugar tan apartado que será imposible retornar.
El miedo se apodera de nosotros al saber que nos podemos equivocar, nos sudan las manos y el corazón se agita. Y es que cada uno tiene su forma de decidir, hay quienes deciden a bote pronto sin analizarlo mucho y hay quienes se toman todo el tiempo del mundo y sopesan gramo tras gramo, lo cierto es que nadie nos queremos equivocar en las decisiones que tomamos.
Por otro lado, es un hecho que el camino que tomemos nos va a cambiar la vida y se abrirán posibilidades hasta antes inexistentes con todo lo que ello implica como son, las personas que conoceremos, los retos, las pruebas, los riesgos y por mucho que lo hubiéramos anticipado y analizado, las cosas nunca terminarán siendo como las imaginamos, al final, siempre habrá algo que nos termine sorprendiendo o incluso, decepcionando.
Por lo que, esa voz que nos habla y que llaman intuición sale en el momento preciso, que si sabemos escucharla nos indicará cual camino tomar, funciona como lo es un misterio; insondable e inexplicable pero muy efectivo.
Y bien, he tenido mi propia conversación y he decidido cuál es la puerta que debo abrir.
Escucho una voz, pero no es la mía, es la de mi abuela, “ …porque nunca sabes lo que puedes hallar del otro lado”.
“Hasta que la hayas abierto”, agregaría yo.
Por: Sandra Fernández