Hace catorce años, después de haber pasado con amigos extraordinarios una semana inolvidable en Querétaro, platicando con Kurt (mi pareja desde hacía nueve años) le expresé mi deseo de venir juntos a vivir a este lindo estado de la República Mexicana.
Kurt ya estaba jubilado por el gobierno de Alemania, República Checa y por el de México. No necesitaba trabajar.
Yo, a pesar de tener una compañía de relaciones públicas y cuyos clientes principales se localizan en la Ciudad de México, decidí optar por un lugar tan tranquilo y limpio como Querétaro. Estaba dispuesta a trasladarme a la capital, tantas veces como los clientes lo requirieran.
Transcurridos unos meses, él aceptó y comenzamos a dedicar todos los fines de semana a buscar una casa o departamento para establecernos en este paraíso.
Kurt es amigo de una de las familias más poderosas y ricas de Querétaro y Guanajuato. Entre algunas de sus propiedades se encuentran unas lindas casitas a la orilla del lago en Juriquilla, por lo que en una Semana Santa de esos años y durante la comida familiar, le propuse que les llamara, con el objeto de saber si iban a estar ese fin de semana y que nos mostraran unas cuantas de sus propiedades, a lo que me respondió: cuando llegue a mi casa les llamo.
Kurt es una valiosa ser humano, pero indeciso e inseguro, o comodino, razón por la que yo insistí varias veces que los contactara estando él junto a mi. Se negó y algo presentí, pero nunca imaginé lo que esto iba a desencadenar.
Cuando supuse que Kurt había llegado a su casa, le llamé varias veces para preguntar por la respuesta de sus amigos, a lo que me contestaba: ya he
marcado, pero su teléfono[i] está ocupado. “Pues llama a otra de sus cinco líneas. Recuerda que invité a cuatro vecinos amigos a acompañarnos, me están preguntando si van con nosotros o hacen planes con su familia” le decía yo ya bastante molesta. Su respuesta fue: dalo por seguro, estos amigos nunca viajan en Semana Santa. Más tarde pedí a mis amigos que estuvieran en mi casa a las ocho de la mañana del día siguiente.
Ese sábado, cuando ya íbamos en la carretera a la mitad del trayecto, pregunté: ¿a qué hora nos esperan y cuál de sus propiedades nos van a mostrar? Kurt respondió “Me quedé dormido y no les llamé, pero vamos a su casa y ahí haremos planes”.
¡Sucedió lo que tanto temía!
Sus amigos estaban de vacaciones fuera de Querétaro. Eso rebasó mi paciencia y causó el fin de la relación con Kurt, más no la amistad con mis sorprendidos vecinos.
Durante semanas seguimos viajando a este estado, pero mi propósito era ayudar a Kurt a buscar una propiedad, sólo para él. A los pocos meses y desde entonces, él se cambió a Querétaro y yo permanecí en la Ciudad
En cada departamento o fraccionamiento que visitábamos, preguntaba yo a la persona que lo mostraba: ¿aquí viven mujeres viudas o divorciadas? De inmediato me ponían cara de extrañeza, hasta que una me inquirió: ¿es usted tan celosa que si aquí habitan mujeres solas, ustedes no comprarían una propiedad? Riéndome le contesté: es todo lo contrario, él es el que vivirá aquí, ya no somos pareja y yo quisiera que encontrara a una mujer que lo quiera y lo acompañe. La vendedora no pudo dejar de expresarme su sorpresa.
¡Ese fue mi primer intento por pasar el resto de mi vida en Querétaro!
Tres años más tarde, nuevamente decidí vivir en mi ciudad favorita. Puse en venta la casa de la Ciudad de México y después de 6 meses cuando ya había un comprador, me citó mi primo en su oficina.
“Querida prima, me hice socio de unos compañeros de la universidad y vamos a abrir un nuevo centro de convenciones en Cancún. Queremos que trabajes con nosotros. Necesitamos que a nuestros prospectos y a los que tú vayas consiguiendo, los lleves a conocer el proyecto. Saldrán en uno de los primeros vuelos de la mañana, les mostrarás las instalaciones, los llevarás a comer al delicioso restaurante francés que está a unos metros de distancia y los regresarás en un vuelo de la tarde o noche”
Deshice el trato de la venta de mi casa, retiré los letreros de “Se Vende” y me despedí del corredor de bienes raíces.
¡Ese fue mi segundo intento!
Hace 5 años me casé con un hombre que también ansiaba vivir fuera de la Ciudad de México. Les expresé nuestra intención a unos amigos que residen en Querétaro. Nos contactaron con un corredor y a la segunda casa que este nos mostró, sin dudar, cerramos el trato. A la semana siguiente ya vivíamos en el estado de Querétaro.
Actualmente viajo por trabajo o compromisos a la ciudad de México, pero regreso feliz; cuando me es posible, él mismo día.
Desde que mi marido murió, tanto mis amigos, como la familia, insisten en que regrese a vivir a la Ciudad de México, a lo que sin dudar un segundo, les respondo: vivo contenta, tranquila y estoy decidida a quedarme aquí por el resto de mi vida, pero… Uno pone y Dios dispone.
Hasta hace un mes pensé que no existía ningún motivo o razón para mover mi lugar de residencia, pero me equivoqué. Una vez más, como a todos nos sucede, la vida nos pone en la disyuntiva de elegir entre lo que se quiere y lo que se debe.
g.Virginia SÁNCHEZ MORFÍN
@gvirginiaSM