En las reuniones de amigas los temas de conversación son de diversa índole. En cierta ocasión una compañera comentó la situación de sentimientos encontrados en que se vio involucrada.
En la década de 1990, cuando sus hijos cursaban la educación secundaria, por azares del destino tuvo que enfrentarse con alguien que no era de su agrado. Mi amiga Adriana era docente de una escuela primaria en el turno vespertino. Cierto día llegó una profesora a cubrir el lugar de quien se había jubilado,
La actitud de la recién llegada hacia el personal de la escuela desde el primer día fue de rechazo, solo saludaba al director. Al resto del personal los veía con cierto desprecio, ella trabajaba por la mañana en una secundaria.
La profesora usaba un cubrebocas al entrar a la escuela. Su postura hacia los demás, dio origen al apodo de: la del bozal.
En esa escuela, la mayoría de profesoras eran jóvenes, sus hijos estudiaban en primaria o secundaria.
En casa de mi amiga a la hora de la comida, su esposo comentaba con sus hijos sobre lo sucedido en la escuela: calificaciones, tareas, materiales para sus clases.
Andrés su hijo menor, comentó lo que hizo su maestra de biología con uno de sus compañeros de clases. El chico llevaba sus útiles en un morral con el logotipo del partido que duró muchos años en el poder, era tiempo de campañas electorales. La profesora (de un partido de izquierda) regañó al niño, lo obligó a sacar sus útiles, y puso el morral a la entrada del salón, ordenó al grupo que pasara y se limpiaran los zapatos en él.
El grupo feliz con el mandato de la docente. El niño dueño del morral lloró, su padre se lo había regalado. Recuerda haber dicho ¡malvada vieja! ante la sorpresa de sus hijos (en esos años no decía palabrotas).
Cierto día, su hijo Andrés regresó a casa con cara afligida, le entregó un citatorio, diciendo que debía ir a su escuela al día siguiente, para que lo dejaran entrar a clases.
Así lo hizo Adriana, a la hora del recreo pidió permiso a su directora para asistir a la secundaria.
Se reportó en la dirección de la escuela para que le indicaran en que salón estaba la maestra de biología del segundo grado.
Coincidió que también era la hora de descanso de maestros y alumnos.
Tocó la puerta, la profesora con voz cortante indicó que pasara sin dirigir la vista hacia la mamá de Andrés, revisaba algunos cuadernos.
─Disculpe, maestra, mi hijo llevó un citatorio de la clase de biología.
─Tome asiento señora, en un momento la atiendo, ─creí haber escuchado esa voz en otra parte ─dijo mi amiga.
Cuando la profesora de biología levantó el rostro, Adriana quedó impactada.
─Jamás imaginó que la maestra de biología de su hijo fuera, “la malvada vieja,” también conocida como “la del bozal”. Por instantes pensó reclamarle sus actitudes hacia el niño humillado y el desprecio hacia ella sus compañeras en la escuela primaria.
La madre de Andrés tomó la palabra.
─Maestra, que pena con usted, estos niños traviesos que no escuchan. ¿Qué maldades hizo mi hijo?
─Un grupo de niños estuvieron en el salón botando las mochilas, entre ellos Andrés, y usted sabe los esfuerzos que hacen los padres de familia para comprar los útiles escolares, como maestra debo evitar este tipo de acciones. ─Su discurso denotaba sarcasmo.
─Si maestra, se lo que significa tengo tres hijos. De ser necesario, pagará con sus domingos, la mochila que él haya maltratado o destruido.
─Hacía grandes esfuerzos por mantenerme ecuánime, y continuar hablando ─dijo Adriana.
─Al escuchar mis propias palabras, sonaban falsas. No estaba siendo honesta con ella, ni conmigo, no era lo que deseaba expresar, sino lo que debía decir en apoyo de mi hijo.
Después de recomendaciones de la profesora, y promesas de Adriana, salió del salón con una despedida hipócrita: gracias, hasta luego maestra.
─La profesora de biologías dijo ─vamos a empezar la clase, Andrés se puede quedar.
Nuestra amiga nos dijo que al salir de la escuela observó que sus manos temblaban. Jamás imaginó estar escuchando su discurso de falsa moral.
Estaba muy disgustada con Andrés. Luego reflexionó antes de hablar con él, finalmente su hijo solo había sido el medio para ese encuentro entre ambas. Estuvo varios días tratando de armonizar sus sentimientos, sentía que se había humillado ante ella, su actitud lo dejó entrever.
Como compañera de trabajo, siguió con su misma postura.
El fanatismo destruye las relaciones humanas, entorpece el pensamiento racional, Establecer una conversación con una persona fanática es casi una misión imposible. No aceptan argumentos, no escuchan razones, no son capaces de enterarse lo que sucede en su rededor.
Piensan que ellos, y solo ellos tienen la razón. No se dan cuenta que con su actitud están poniendo en peligro a su familia, su ciudad, y a su país, sobre todo cuando se trata de cuestiones políticas, de elecciones gubernamentales.
Tal vez si nos aficionáramos a la lectura, podríamos conocer nuestra propia historia y cultivar nuestra libertad.