domingo, diciembre 22, 2024

Aquí espantan – Teresita Balderas y Rico

La Luna apareció robándole espacio al día. Una suave brisa refrescaba el ambiente. Ideal para caminar y disfrutar la noche. Aprovecharía para visitar a su amiga Ana.

La señora era guapísima: a pesar de los años, conservaba una figura esbelta. Las joyas embellecían su nacarado cuello. En su blanco rostro, lucían sus profundos ojazos negros. Se vio en el dorado espejo, regalo de un amigo que lo envió de París. Satisfecha de su apariencia, se dispuso a salir.

Abrió el pesado portón, lastimeros ruidos salieron de sus bisagras. Caminó por Madero, céntrica calle de la ciudad. Lo hacía con frecuencia, le recordaba las casonas de la Ciudad de los Palacios.

Había vivido en diferentes lugares del país. Al visitar Querétaro, le gustó tanto, que decidió quedarse. Iba por la calle de Juárez cuando vio a su querida amiga. Felices, se saludaron.

─Ese traje te sienta bien ─dijo la señora de los ojos negros.    

─Agradezco la lisonja viniendo de ti, Rina, quien diario luce impecable.

─Me encaminaba hacia tu casa, pero estamos más cerca de la mía, acompáñame a merendar. Camila estaba preparando champurrado y pan de elote. Me urge hablar contigo.

Caminaban por la Plaza Mayor, cuando sonaron las campanas de San Francisco invitando al rezo.

La casa de Rina tiene dos hermosos patios, uno con una fuente de cantera rosa, de donde Neptuno emerge del agua. El otro presenta a la diosa Venus sobre una concha.

Las amigas se metieron en la elegante cocina.

 ─¿Está todo listo, Camila?  

─Sí, señora cuando usted ordene.

─Prepara la mesa para dos, la señora Ana me acompañará.

Rina y su amiga caminaron al bellísimo huerto al fondo de la casa.  Rosas, nardos y jazmín perfumaban el ambiente.

─¿Qué te parece el lugar? Aquí quiero festejar el cumpleaños de mi padre.

─Magnífico, ¿cómo puedo apoyar? ─preguntó Ana.

─Necesito que mandes las invitaciones, te proporcionaré una lista. La fiesta es una sorpresa.

─Él vive en México, ¿cómo lo vas a convencer?

─Hablé con mi padrino, él lo traerá.

No fue fácil convencer a Posada, padre de Rina. Había sufrido una caída, el viaje por tren sería cansado. Diego suplicó que lo acompañara a cerrar un contrato.    

Como dice el dicho: “No hay santo que no llegue ni fecha que no se cumpla”.

J. G. Posada llegó con amigos. Entre ellos, el padrino de la elegante señora.

Los invitados estuvieron puntuales, a la hora señalada todos estaban a la mesa. Era una gran fiesta: la charla entre pintores, periodistas, escritores, músicos, hasta unos frailes, estaba muy animada.

Todos trajeron regalos al festejado, un hombre que hacía enojar a políticos y reír a los amigos.  Su obra había cruzado ya las fronteras del país.

La marimba y el piano amenizaron el banquete. El gran Flaco de Oro, tocó y cantó algunas de sus composiciones. Farolito no podía faltar.

De la cocina salía el mole, arroz, caldo de gallina, chiles en nogada, enchiladas queretanas. De un rincón del huerto, extraían la barbacoa de hoyo y del cazo de cobre las carnitas.

Había agua de sabores: horchata, jamaica, limón, tamarindo. Y, por supuesto tequila, mezcal, ron y coñac. 

Por la noche, la fiesta continuaba, bailaban y cantaban. Los sirvientes recogían el servicio de la comida. En la cocina, se preparaban buñuelos, tamales, atole blanco y champurrado.

Se habían, formado pequeños grupos. Diego, recién casado con Frida, platicaba con Posada. Tamayo charlaba con Remedios Varo, Agustín Lara, el Flaco de Oro, reía con Toña la Negra.

La tertulia estaba en su apogeo, cuando se escucharon fuertes golpes en el portón. Todos guardaron silencio. Estaban al fondo de la casa, no se escuchaba la calle, ¡alguien los delató!    

 ─¡Abran el portón, es la policía! Infringen las buenas costumbres de esta hermosa ciudad tierra adentro.

La puerta estaba atrancada con un madero de resistente mezquite. Minutos después, la policía se retiró. 

—Esta fiesta jamás la olvidaré —dijo Diego—, brindemos por mi compadre Guadalupe y la bella anfitriona. 

Se despidieron con abrazos y promesas de volverse a ver.  La casa de Rina tenía salida también por Pino Suárez.  Empleados de la anfitriona subieron a la azotea a vigilar que la policía no regresara.

Todos partieron alegres. Rina subió feliz a su recámara.

La casa quedó en densa oscuridad y profundo silencio. Pronto amanecería.

La ciudad despertaba, en sus calles todo era movimiento.

Tres jóvenes que preparaban una fiesta de disfraces, se dirigían a una casona de Madero. Paco compró el diario, buscaba una noticia en especial. Abrieron la puerta escuchándose el clásico rechinido.

 ─Algo raro hay en esta casa, parece que movieron algunas cosas ─dijo Sebastián.

 ─Andrés, ¿Ya viste lo que dice el diario?, 

 ─Aparte de la Covid19 y las ocurrencias de López, ¿qué más dice, Paco? ─cuestionó Andrés.

─¡Que la Catrina visitará los dieciocho municipios! 

 ─¡Cuando se entere Mónica que a su fiesta vendrán disfrazadas de catrinas, se va a sentir muy importante!

Sebastián y Paco se quedaron en el patio leyendo la noticia. Andrés entraba al salón donde iba a ser el festejo.

─¡Sebastián, Paco! ¿Qué pasó aquí?

─¿A qué te refieres? ─ respondió Sebastián.

─¿Quién trajo estas litografías? Son de Diego Rivera, Frida Kahlo, Tamayo, Guadalupe Posada, Remedios Varo, La Zacatecana y Agustín Lara. 

─Si no fuiste tú, no sabemos ─ respondieron los amigos.

─¡Miren estos nombres!: La Cat Rina y La Zacatec Ana.

¡Se miraron sorprendidos!

─¡Es cierto lo que dice la gente, Andrés, aquí espantan!

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