José Guadalupe Ramírez Álvarez

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Damas y Caballeros
Por: Araceli Ardón
José Guadalupe Ramírez Álvarez
Rector, notario, cronista del estado
Su legado

Un personaje inolvidable. Profesor universitario que sembró en la mente de sus alumnos semillas de inteligencia, curiosidad por el mundo, apreciación del arte, interés por la historia y amor por su ciudad.

Fue un hombre excéntrico, soltero hasta el final de su vida debido a su orientación; privilegiaba los trajes caros y corbatas atrevidas, adquiría automóviles lujosos, portaba joyas vistosas y viajaba a lugares remotos. Fue maestro, rector de la Universidad Autónoma de Querétaro de 1971 a 1976, fundador de periódicos, notario, escritor de 29 libros de historia y el primer cronista del estado, cargo encomendado por el gobernador Antonio Calzada Urquiza.

Al inicio de su rectoría, toda la UAQ cabía en el edificio del Centro Histórico, en la calle 16 de Septiembre. En la materia de periodismo, fue mi maestro en 1975, en el taller que inició en la Preparatoria Salvador Allende; precursor de la Escuela de Periodismo. Nos trasmitió su devoción por las líneas ágata, nos habló de las máquinas que vio en Japón, donde los diseñadores armaban las páginas en una pantalla. El licenciado Ramírez habría querido comprar esos prodigiosos mecanismos para su gran proyecto, el periódico que tenía en mente y nunca se convirtió en realidad.

Durante algunos años, su notaría se encontraba al lado de mi casa; por ello tuve el privilegio de conocerlo. En la revista Ventana de Querétaro, publiqué la última entrevista que concedió, a partir de una conversación larga y profunda, el lunes 10 de marzo de 1986, en su habitación de enfermo, cuando luchaba contra una enfermedad letal. El acta firmada por su médico anotaba leucemia como el motivo de muerte.

Vivió con su madre hasta que ella murió, en una casa vieja del barrio de Santa Ana, una mezcla de biblioteca y galería de arte, con un toque de bazar oriental. Coleccionaba antiguas máquinas de escribir. 

Llevaba el nombre de la Virgen del Tepeyac por dos razones: nació el 12 de diciembre de 1920, en una época que acostumbraba imponer los nombres del santoral. Nació en el seno de una familia guadalupana.

Era asiduo asistente a los conciertos de música de cámara en el Teatro de la República, espacio al que definió “El aula magna del Derecho social”. A sus alumnos nos daba información sobre los compositores de las piezas que se interpretaban y se molestaba cuando el público aplaudía entre movimientos de una sola obra. Nos enseñó a educar el oído.

Para su última entrevista, pidió a la enfermera que le ayudara a pasar de su enorme cama de colcha dorada a un sillón cuyo respaldo tenía un tapiz con los rostros de los Kennedy: John y Robert, a quienes admiraba.

“Mi madre era queretana; mi padre, de San Miguel Allende, de modo que yo vengo de dos pueblos muy tradicionales: llenos de historia, leyendas, brujas, nahuales. Tuve once hermanos, yo fui el último. La mayoría se murió en la gripa española, en 1919”.

Me habló de su deseo insatisfecho de estudiar medicina. “Enfrenté la imposibilidad de que yo me fuera a México, porque mi mamá se quedó sola, yo tenía que sostenerla. Mi papá murió cuando yo era muy joven. Como en Querétaro solo había la carrera de licenciado, esa seguí, no sé si con vocación o sin ella”.

Hombre multifacético, de grandes pasiones. Dividía su tiempo entre la academia, la investigación de hechos históricos, la escritura, el periodismo y su notaría.

Fundó y dirigió tres periódicos: El Día, Amanecer y Diario de Querétaro. El Día inició sus ediciones en 1950. Desde el Amanecer, se enfrentó al gobernador Juan C. Gorráez, en el movimiento de 1958 para conseguir la autonomía universitaria; el Diario de Querétaro, fundado en marzo de 1963, que pertenece a la Organización Editorial Mexicana, sigue vigente.

Su gran amor, sin duda, fue la Universidad Autónoma de Querétaro. En un acto oficial presidido por Luis Echeverría en el Cerro de las Campanas, el 15 de mayo de 1972, el rector Ramírez tuvo ocasión de hablar con el presidente y en su discurso le solicitó la donación de ese espacio para la construcción del Centro Universitario. “Así como Juárez ordenó lanzar fuego y metralla en esta colina para acabar con Maximiliano y su imperio, a usted le corresponde ordenar que se lance cemento, arena, cristales, hierro, para construir aulas, porque aquí se va a hacer nuevamente México”.

El presidente recibió al rector y a los representantes de la UAQ en Los Pinos, el 20 de septiembre de ese año, para ver los planos y revisar presupuestos. “¿Cuándo pueden comenzar?” preguntó el mandatario. “Mañana”, respondió el rector. “Comiencen mañana”, ordenó Echeverría. La gran obra de Ramírez fue el Centro Universitario. Su satisfacción, el haber dotado a su alma mater de un campus moderno, enclavado en un parque nacional, al lado de la capilla que recuerda el momento de la ejecución de un emperador venido de ultramar y la enorme escultura de Benito Juárez, en una explanada que ha recibido a los presidentes de esta nación desde el centenario del Triunfo de la República, el 15 de mayo de 1967. 

Hoy, 2025, no hay en nuestro estado una persona que realice todas las actividades y posea el poder que tuvo José Guadalupe Ramírez Álvarez, quien ejerció diferentes profesiones y se entregó a ellas en forma simultánea: en una época, dirigió la UAQ por la mañana, el Diario de Querétaro por la tarde, escribió sus libros por las noches. “Hay que cambiar de acuerdo a cada situación. Cuando estés en el templo, reza, haciendo abstracción de todo lo demás. Cuando estés en un baile, hay que bailar; cuando se esté en una conferencia hay que escuchar. Yo le dedicaba tiempo y atención completos a cada cosa que hacía, según la hora. Hay que sacrificarle un poco al sueño, al descanso”.

Sobre la vida y la muerte, dejó esta reflexión: “Yo, sin duda, como todo ser humano, moriré. El recuerdo mío se acabará, pero ahí seguirá la obra”.

Murió el domingo 18 de mayo de 1986. En un homenaje póstumo, la urna con sus cenizas fue depositada al pie del monumento a la Autonomía, en el Centro Universitario ubicado en el Cerro de las Campanas. El 12 de diciembre de 2016, sus restos fueron trasladados al Panteón y Recinto de Honor de Personas Ilustres de Querétaro.