martes, octubre 22, 2024

Las aventuras de una maestra – Teresita Balderas y Rico

En diciembre de 1967, Tamara se presentó en la comunidad de Píe de Gallo, que pertenece a La Delegación de Santa Rosa Jáuregui, a dar clases. Fue el primer lugar donde con grandes ilusiones quería conocer a los niños que serían sus primeros alumnos. A la autoridad del lugar entregó los documentos que la acreditaban como profesora.  

Había un profesor que también fungía como director. Era obligatorio levantar un censo de los niños y adultos del lugar, esta actividad debía realizarse en el mes de agosto, el profesor estaba esperado a su ayudante para que lo hiciera. Tamara estaba muy triste todavía no conocía a sus alumnos. Ella no tenía la menor idea de cómo levantar un censo además no conocía a nadie. En esa época una casita estaba muy retirada de la otra.

Había pocas veredas, para alguien no acostumbrado al campo resultaba difícil. Tenía que brincar cercas hecha de piedra, para acercarse a la familia. En cada casa había de tres a cuatro perros, que estaban listos para morder la profesora recién salida de la Normal de Maestros. La joven estaba muy asustada, solo la ilusión de estar en el salón dando clases la animaba.

La autoridad del lugar comisionó a un señor para que la acompañara y evitara que la mordieran los perros. El señor se llamaba Antonino, pero en el rancho todos le decían Tonino. La mayoría de casitas estaban hechas de piedra con techo de endebles láminas, tejas con muchos años de uso o con enramadas. 

 En una comunidad todos se conocen, se saludaban diciéndole a don Tonino: ¿qué pasó Tonino por qué no estás trabajando? Él respondía: es que me mandaron a cuidar a la nueva profa.

El censo fue una increíble aventura, habían censado tres casas y ya era medio día.

En los dos primeros días de visitar a los moradores de Píe de Gallo, Tamara tuvo que crear estrategia para poder avanzar. Las preguntas eran básicas.

─Buenos días señora ¿cómo ha estado? Vengo hacer el censo de cada año. ¿Me dice su nombre por favor? mi apelativo es Sabina.

¿Cuántos hijos tiene? ─un montón ─respondía Sabina.

─¿Cuántos años tiene el mayor?

─Ya tiene muchos nació el año de gracia ─Tamara no pudo decir nada, no sabía cuándo había sido ese año. En otros lugares respondían algo similar ─la niña ¿cuántos tiene? la mamá en compañía de la suegra, cuñada, o vecina, respondía.

─Ya ni me acuerdo, ¿cuántos tiene? doña Trini ─preguntaba a su suegra. Al tercer día Tamara comprendió que, de seguir así, nunca terminaría el famoso censo y lo que anhelaba era estar con su grupo de niños.

En una casita estaban dos señoras en franca plática pensó que estaban con algún chismito sabrosón porque mencionaron los nombres de alguien y rieron a carcajadas.

La joven profesora creo algunas estrategias para terminar su trabajo, y que la información fuera lo más cercano a la realidad. Generalmente preguntaba por la edad del hijo mayor, y, considerando que cada año y medio dan a luz a un hijo, Tamara calculaba la edad. Cuando la mayoría de los niños estaban en casa jugando era más fácil para ella anotar la edad.

El levantar el censo fue toda una aventura en la vida de la ingenua maestra, fue su primera lección en el aprendizaje de los usos y costumbres de la comunidad de Píe de Gallo. Quien terminó feliz su comisión fue don Tonino. En cada casa se tomaba el pulquito que le ofrecían. Tamara agradeció su apoyo, evitó que la mordieran los perros.

Tamara era demasiado inquieta cuando ya tenía el grupo de niños a su cargo observó que la mayoría llegaba al aula sin haber comido algo. Entonces se entrevistó con la esposa del gobernador de Querétaro Lic. Juventino Castro Sánchez, para solicitar desayunos escolares. La primera dama la recibió sonriente, actitud que calmó el nerviosismo de la profesora. Tamara logró su objetivo. Iniciando una nueva aventura.

Cada mes, dos o tres padres de familia venían a Querétaro a recoger dos costales de leche en polvo, uno de frijol. Los padres de familia cooperarían con veinte centavos, por familia, en el caso de Píe de Gallo se le condonaba para que con ese dinero se comprar pan para los niños.

Era un viacrucis trasladar esos costales de la Ciudad de Querétaro a la Escuela Benito Juárez de Píe de Gallo, caminaba de la comunidad a la carretera para abordar un camión que los llevara a la ciudad de Querétaro. Recogían los pesados costales e iban a la central de autobuses, abordaban el camión rumbo a San José Iturbide.  Se bajaban en La presa de Santa Catarina, ahí estaban uno o dos padres de familia con dos burritos que cargaban los bultos hasta la escuela. 

Preparar el desayuno era una odisea. En esa época había tres profesoras en la escuela, cada una se haría responsable por un día.

Este era el proceso, levantase a las cuatro de la mañana para prender el fogón esperar a que los leños ardieran para poner a hervir el agua y cocer los frijoles, otra para disolver el polvo y convertirlo en leche.

Sería complicado levantarse temprano. José, un niño de segundo grado escucho el dilema en que estaban las maestras, y apoyando la causa dijo: no se preocupen maestras yo las despertaré.

El güero como le decían cumplió su objetivo. Puntualmente estaba para despertar a la profesora en turno. Era una odisea lo que hacía el güero, empezaba diciendo: buenos días maestra, ya es hora, ese llamado lo repetía tres veces, o hasta que la profesora respondía, ya voy güero. L difícil era cuando correspondía a una maestra que dormir, era primordial. Entonces el pobre güero sufría.

Maestra ya es hora, maestra ya cantó el gallo, maestra si no se levanta no habrá desayuno, las compañeras la empujaba para que cumpliera con su deber.

Los desayunos escolares eran una gran aventura.

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