miércoles, octubre 23, 2024

De Arequipa a México – Teresita Balderas y Rico

José Antonio había iniciado un largo viaje desde Arequipa, ciudad industrial de Perú, donde vivía. El tiempo apremiaba, debía continuar. Iría a Zapoapan de Cabañas, un pueblo de Catemaco, Veracruz, en México.   

Catemaco es el lugar de los brujos, de origen ancestral, desde la época prehispánica. A los curanderos mexicas y olmecas, oriundos de esa región, se les trataba con respeto, por ser quienes ayudaban a sanar a los pobladores.

Con la Conquista, los españoles trajeron esclavos africanos, cubanos y haitianos. Esta situación dio origen a una amalgama de creencias, que a su vez incidieron en los ritos que realizan los actuales brujos y chamanes.

La religión católica, la santería cubana, el vudú haitiano, la medicina mexica y las tradiciones olmecas han convivido en ese lugar. Los curanderos hacen limpias, curan algunas enfermedades con hierbas que sólo ellos conocen. También invocan a determinados espíritus o entes.

Esta información estaba en los documentos que el detective había entregado a José Antonio, quien se preguntaba los motivos que llevaron a Verónica a ese lugar tan especial.

Es hora de escribir esa carta que durante tanto tiempo he venido posponiendo. La hora de partir se acerca, se lo tengo que decir, pensaba José Antonio.

En su niñez y adolescencia, sufrió la violencia del gobierno militar de los países de América del Sur y Central. Su padre fue encarcelado y torturado, por haber defendido a los obreros de los malos tratos y míseros salarios en la empacadora en donde trabajaba. Las décadas de los 70 y 80 del siglo XX, marcarían para siempre la vida de José Antonio.

El joven tenía todo preparado para casarse con la mujer que tanto amaba, sólo que el destino tenía sus propios planes.

Los resentidos por el activismo de su padre, volvieron a aparecer para cobrar venganza. Un militar del gobierno anterior, que había arrestado a su padre, llegó como director a la empresa donde trabajaba José Antonio, quien era además el principal inversionista. Al reconocer al hijo de su víctima, el militar en retiro de inmediato tomó represalias contra el joven ingeniero.

José Antonio no tenía la menor idea de por qué se le excluía del proyecto que él mismo había creado: una aleación de materiales que hacían una varilla menos pesada y más resistente, ideal para la construcción de edificios. Su invento había tenido buena aceptación. Las constructoras estaban interesadas. 

Solicitó en diversas ocasiones una entrevista con el director, pero no fue recibido. Los compañeros de trabajo lo esquivaban, estaban temerosos.

A diario llegaban anónimos a su escritorio, las amenazas iban en aumento. Al   principio no les dio importancia, hasta que aparecieron las amenazas de muerte. 

No quería angustiar a su prometida, ella ignoraba lo que sucedía en el trabajo.   

Esa tarde de sábado, de septiembre, al salir de su trabajo, tres sujetos armados dieron una golpiza a José Antonio.

─¡Tienes que salir hoy mismo del país, son órdenes del general! Si no obedeces, de todos modos morirás, pero tu noviecita pagará las consecuencias. Tú presenciarás todo y ya sabes que al general le gusta divertirse. Nadie debe enterarse de lo que sucede, simplemente te irás. Tu casa, y la de ella, están siendo vigiladas. Hay gente esperando órdenes, cualquier movimiento en falso que hagas, será sentencia de muerte para Verónica —le decían al golpearlo.

Esa misma noche, con una pequeña maleta, sin despedirse de nadie y con un fuerte dolor en el alma, dejó la ciudad donde había nacido.

Atrás quedaban los sueños de formar una familia. En Arequipa, Verónica se quedaría esperándolo para ir a cenar. La casa amueblada, las invitaciones ya rotuladas para una boda que jamás se realizaría. Ese dolor lo acompañaría por siempre, pero sabía que era el precio para salvar la vida de su amada.

Vivió en varios países, los esbirros del general daban con su paradero. En 1993, apareció en los diarios la nota de que el militar había muerto en un extraño accidente automovilístico. La persecución terminaba.

El ingeniero había tenido algunos amores, solo para mitigar la soledad. Verónica sequía presente en su memoria. Dejó pasar un año para cerciorarse de que ya no corría peligro su vida. Cuando estuvo seguro, contrató a un detective para buscar a su amada.

Las investigaciones tardaron más de un año. Ella también había cambiado de residencia en varias ocasiones.

Finalmente, en abril de 1996, el investigador entregó los informes referentes a la localización de Verónica. José Antonio leyó con avidez aquellas notas que hablaban de la mujer a la que jamás había dejado de amar.

Ella, después de cinco años de sentirse burlada y abandonada por su prometido, decidió rehacer su vida. Se casó con un compañero de trabajo.

Al siguiente año, la empresa donde trabajaban los envió a México.

José Antonio quiso salir de inmediato en su búsqueda, para explicarle por qué se había ido sin despedirse. Pero pensó que ya había provocado mucho dolor, no tenía derecho de involucrarse en su vida.

Continuó su ascendente profesión de ingeniero metalúrgico. Tenía dos patentes de aleación de metales para construcción. Las empresas le ofrecían grandes salarios para que trabajara para ellas. Su estabilidad económica era muy buena. Algunos hombres envidiaban sus triunfos. Las damas lo asediaban.  

Entre largas jornadas de trabajo, sus inventos y múltiples ocupaciones, fue transcurriendo la vida se José Antonio, hasta que enfermó y fue hospitalizado.

El diagnóstico fue drástico, las posibilidades de sobrevivir eran pocas. Debía entregar esa carta.

A medida que se acercaba a su destino, un cúmulo de emociones se apoderó de José Antonio. Se preguntaba qué haría cuando la viera.

¿Me reconocerá? ¿Querrá hablar conmigo? ¿Qué pensará su esposo? Estaba muy angustiado.

Entró a una palapa donde vendían nieve. Desde ahí se veía la hermosa laguna de Catemaco.

Abrió su portafolios para revisar una vez más la carta que había escrito, donde explicaba los motivos de su destierro. Guardó cuidadosamente la misiva y se dispuso a probar el helado.

Habían transcurrido unos minutos, cuando entraron a la nevería dos bellas damas, muy parecidas la una con la otra. Tal vez serían hermanas. Buscaban un lugar disponible, había una mesa cerca de donde estaba José Antonio. Al acercarse, las pudo observar detenidamente.

Su corazón aumentó el ritmo, tuvo que llevarse la mano al pecho. La dama se parecía a Verónica, y la joven, a ella. Pensó que la vida le estaba jugando una broma.

Ellas seguían charlando, reían felices.

Minutos después, llegó un joven saludando con familiaridad. La chica se despidió para irse con él.

Ha de ser su novio, la abraza con ternura, pensaba José Antonio.

La dama disfrutaba la nieve. José Antonio la miraba con insistencia.

Sí, estoy seguro de que es Verónica. Ella, casualmente, dirigió su mirada hacia la mesa de José Antonio, lo vio unos segundos. 

Ese señor se parece a José Antonio, pero es poco probable que sea él, no tendría por qué estar en un lugar como éste, reflexionaba Verónica.

 Él se puso de pie, y avanzó hacia donde ella estaba. 

 ─Buenas tardes, disculpe mi atrevimiento, ¿me puedo sentar? Usted se parece tanto a una persona… 

─Tome asiento —respondió Verónica.

José Antonio ocupó la silla que la jovencita había dejado libre.

—Usted también se parece a alguien que conocí hace muchos años, él iba a ser mi esposo, pero se fue sin dar ninguna explicación, huyó como un cobarde —declaró Verónica con seguridad.

─Ese cobarde que usted dice ha hecho un largo viaje para encontrar a quien fue su prometida y entregarle una carta, para explicarle los hechos, necesita su perdón antes de su partida definitiva. Por favor léala, cuando termine haga las preguntas que guste, todas serán respondidas ─con manos temblorosas entregó la carta. 

Verónica empezó a leerla. Su rostro se fue transformando, hubo un momento en que suspendió la lectura, lágrimas descendían por sus mejillas.

Él también sufría.  

Al enterarse de lo sucedido, Verónica habló.

─Pensé tantas cosas: que jamás me habías amado, que te habías arrepentido o habías sufrido algún accidente, pregunté por ti a todos nuestros amigos, fui a la policía, te busqué en los hospitales. Nadie sabía nada de ti —dijo Verónica.

Luego, con voz firme, preguntó:

─¿Por qué hasta ahora vienes a buscarme? 

─Pensé hacerlo de inmediato, cuando me enteré en donde vivías, pero no quería ocasionarte problemas con tu esposo. Además, mi salud no es buena, pero eso no tiene importancia. Estar aquí contigo y volverte a ver, es el momento que por años había soñado. 

José Antonio confesó que no se había casado, que vivía solo. Luego preguntó:

─Y tu esposo, ¿dónde está?

─Soy viuda. Hace tres años murió, en un accidente automovilístico. Fue un buen esposo y mejor padre. Cuando me casé, Magda tenía cinco años, él la cuidó y educó como si fuera su hija, lleva sus apellidos.

José Antonio escuchaba sorprendido.

 ─¿Tuviste otros amores?

─Sí que lo tuve, y Magda es hija de él.

─¿Quién fue? ¿Cómo lo conociste?

─Fuiste tú, y sabes cómo nos conocimos.

Aquellos seres, a quienes la vida había separado tan abruptamente, ahora los reunía en circunstancias muy diferentes.

 Finalmente, José Antonio tendría una oportunidad. 

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