Katy buscó la banca que tanto le gusta, la que está cerca del kiosco, donde por las mañanas los rayos solares cobijan sus piernas; más tarde, los árboles con su brisa la protegen del calor.
Tiene cinco meses de vivir en este pintoresco pueblo. Llegó huyendo de grandes urbes: Londres, París, Brujas, Tokio y Buenos Aires. Su trabajo de traductora le permitía viajar con frecuencia.
Katy se casó pensando que envejecería junto con su marido. Estaba escrito que no sería así. Sus hijos cursaban el preescolar cuando el esposo decidió compartir la cama con otra persona. Los años pasaron y su misión como madre había culminado. Los hijos: Tania, traductora, y Rafael, biólogo, tenían buenos empleos. Consideró que ya era tiempo de retirarse de la farándula, como ella nombra a la traducción.
Regresó a su país. Había soñado con vivir en un lugar tranquilo, disfrutar de la naturaleza y tener suficiente tiempo para leer y reanudar esos proyectos de escritura guardados en alguna gaveta.
En los pueblos pequeños, la mayoría de la gente se conoce. Como era recién llegada, la miraban con cierta desconfianza. Le apodaban La Extranjera. Ella se ganó el afecto de la gente, los saludaba con una sonrisa. Ahora ya la quieren y se preocupan por ella. Le llaman La Señorita Katy.
Esa mañana de abril se había despertado muy optimista, abrió la ventana de su cuarto, aspiró los aromas florales del jardín, y observó el brillante azul del cielo. Decidió que saldría a disfrutar el día. Se puso un vestido de muselina amarillo, un pequeño sombrero para protegerse del sol y el libro Federico en su balcón,una novela de Carlos Fuentes. Desayunó fruta y jugo. Si le daba hambre, comería algo en la fonda de doña Chuchita, quien cocina muy rico.
Después de contestar varios saludos, llegó a su banca preferida, se dispuso a leer, pero en ese momento llegó una parvada de aves canoras, que se posaron en los árboles regalándole sus trinos. La lectura quedó en espera, Katy disfrutaba aquel concierto matutino. Esa mañana, se sentía satisfecha de sus logros en la vida.
Se dispuso a observar los detalles arquitectónicos del centro del pueblo. El jardín con su tradicional kiosco, lugar que funciona también como plaza principal. Sede de los eventos públicos más importantes del lugar. En cada calle adyacente al rectángulo del jardín, hay un edificio significativo para la población: iglesia, Presidencia Municipal, Casa de la Cultura y Centro de Salud.
A Katy le encanta el antiguo kiosco, donde la banda de música toca los domingos y días festivos. Los escolares participan en concursos de poesía canto, o baile. Los políticos también lo utilizan con frecuencia. Abajo del kiosco se encuentra una cafetería y nevería. Tiene una vieja rockola de los años setenta.
Se disponía por segunda ocasión a iniciar la lectura, pero de la vieja sinfonola salían las notas de una inolvidable melodía de sus años preparatorianos, Motivo para recordar su pasado. Siguió el ritmo de la melodía y empezó a cantar.
Había una vez un pueblecito
como en las películas de amor
recuerdo que tenía su parquecito
en donde nos paseábamos los dos.
Continuó la melodía sin enterarse de que la gente que pasaba por ahí, se detenía para escucharla. Cuando terminó, le aplaudieron. Se ruborizó como una colegiala. “Qué pena” se dijo, y, sin embargo, se sentía feliz. Cerró el libro, solo observaba.
Desde su banca, se veía la Presidencia Municipal. La gente entraba y salía, tratando de arreglar sus asuntos. Las personas vestían de acuerdo a su poder adquisitivo y a los usos y costumbres del lugar, desplegando un abanico multicolor.
El presidente municipal y algunos funcionarios, salieron a despedir a una persona. Katy supuso que sería alguien importante. El personaje cruzó la calle rumbo al jardín. A ella se le cayeron los lentes, las llaves y el monedero, todo por observar al caballero.
“¡No puede ser!” se dijo. Tanto tiempo de vivir en ciudades en donde podría haberlo encontrado, y resulta que está en este lugar, tan apartado del ambiente cosmopolita.
“Aún conserva su cabellera rizada. El pelo cano, lo hace más interesante”. A cada paso que daba, a Katy se le aceleraban los latidos del corazón. Él se acercaba sin fijarse por donde caminaba. Su atención estaba en los documentos que le habían entregado. Frente a la banca de Katy tropezó. La carpeta y las hojas se esparcieron, una de ellas cayó en las piernas de la dama.
Presuroso, fue recogiendo cada hoja. Faltaba una. En ese instante observó que la persona sentada tenía el documento faltante. Katy dijo: “Aquí tiene, caballero”; él se dispuso a agradecerle. La observó, tardó segundos en reaccionar.
─Disculpe mi insolencia, pero se parece usted tanto a una querida amiga.
Ella lo observó divertida y sonriendo exclamó:
─Hola, Rubén, buen día. Soy esa querida amiga tuya.
─¡Katy! Hace muchos años que sueño con encontrarte, jamás imaginé que hoy sería el día.
Se abrazaron. Con apresuradas preguntas y respuestas, fueron conociendo fragmentos de sus historias de vida. Rubén tenía diez años de haber enviudado, ella le preguntó por qué no tenía pareja. Su respuesta fue: “Porque todos estos años, he conservado la ilusión de encontrarme con mi único y verdadero amor, tú, Katy”.
La pareja se tomó de la mano. Se dirigieron al kiosco a tomar una nieve como lo hacían al salir de clases, muchísimos años atrás. Las mesas de formica y las sillas con asientos de tela plástica, les recordaban sus años adolescentes.
Disfrutaban la deliciosa nieve cuando se dejó escuchar la sinfonola. Para extrañeza de los presentes, la adolescente que atendía la cafetería, seleccionó Esos fueron los días. Rubén y Katy sonrieron, escucharon la canción, con especial atención en la segunda estrofa…
Ahora con el paso de los años
tú y yo nos volvemos a encontrar
para revivir aquellos días
en aquel fantástico lugar.
El amor suele llegar cuando menos se le espera. Tarde o temprano, pero llega.
