De pronto vemos chavos que viven de prisa dejando de lado la educación en valores, para darle paso a una vida desenfrenada de placeres y lujos… chavos que compiten entre ellos para ver quién ha tenido más novias, amigas con derechos o parejas, y chavas que quieren sobresalir por ser la más popular entre los chavos. Adolescentes que toman por reto lo extremo, lo peligroso, lo desenfrenado, sin límite alguno, viviendo el día a día, con futuros inciertos y con indiferencia a todo. Jóvenes sin planes, llevando una vida en un ir y venir sin orden, queriendo comerse el mundo en todo pero a la vez en nada. Es tarea de nosotros los padres enseñarlos a caminar con rumbo, a cumplir sueños, trazar metas, tener aspiraciones, creer en sus ideas, a planear proyectos… que su vida misma sea un proyecto; un proyecto en el que habrá obstáculos que tendrán que aprender a superar; enseñémosles a no darse por vencidos a la primera, a luchar, a ser guerreros que consiguen lo que se proponen, que si se les cierra una puerta abren otra, que siguen sus ideales, que solucionan problemas, hijos que no se quedan en el «hubiera hecho esto» lo hacen, hijos que aprenden de los tropiezos, que saben levantarse cuando se caen. Fomentemos en nuestros hijos un amor propio y amor a la vida, y con nuestro ejemplo amor a la familia, en el matrimonio y en la paternidad. Ayudemos a nuestros hijos a darle sentido a ser hijos de familia, a ser solteros, sentido al noviazgo, darle sentido al matrimonio y darle sentido a formar una familia, para que después ellos eduquen a sus hijos y la cadena siga de generación en generación. Luchemos como padres para que en función a ese sentido nuestros hijos encuentren el camino a la felicidad, esa felicidad que no se compra con nada y se disfruta con todo.