La peor hora para todo fin práctico: tres de la madrugada. Nadie en su sano juicio está despierto a esa hora. Y los que en su precario juicio están disponibles, no lo están para algo serio. En lo que a mí concierne, a esas horas adolezco de varias virtudes: la razón, la lógica, la cordura.
Al cerebro terco y traicionero, a esas perversas horas se le ocurren las ideas más desequilibradas, los deseos más febriles, los planes más inalcanzables, los recuerdos de amores platónicos. Las angustias más irracionales. Horario peligroso para tomar decisiones, para reorganizar la vida y su sentido. Para aferrarse a esa idea necia, a ese plan fantástico, a ese pecadillo malévolo. Horario sólo propicio para morder la irrealidad o la sábana.
¿Será el exceso en la cena? ¿Será el estrés? El caso es que, desde hace algunas noches, malditas sean la cosa y la hora, me da por despertar entre la modorra y el mareo. La inconciencia exige un lugar en la agenda y el aviso de la vejiga, que no tolera estar llena, es cada vez más ansioso, más urgente. En épocas juveniles, el ritual era breve: escuchar el llamado de la naturaleza, obedecerlo sin reticencias, caminar descalzo hasta el baño, cumplimentar el protocolo.
Conciliar el sueño es cada vez más difícil. La oscuridad no es de ayuda. Los ruidos se magnifican. Los movimientos, misteriosos todos. Aunque los miedos, rato ha fueron superados, hoy las angustias ocupan su lugar. Ya no están los padres para cerciorarse de que las puertas hayan quedado bajo llave, de que las perillas del gas estén cerradas y de que todas las luces estén apagadas. Ahora, siendo mi turno, la zozobra me lo recuerda. ¡Chin! ¿En dónde dejé la cartera? La dejé en el coche. ¡Qué importa, hombre! ¡Ya duérmete! Que no pasa nada, que la cartera de todos modos no tenía dinero.
Pero… ¿Y mis credenciales? ¿Y mi licencia? No, por favor. Volver a hacer el trámite es todo un rollo. ¿A ver? El coche está seguro, está adentro de la cochera.
¡Ya duérmete, por lo que más quieras!
Mal momento para planear una venganza. Aunque el procedimiento es impecable, sin huellas perceptibles, sin testigos incómodos: al amanecer despiertan el miedo y la prudencia. Inútil proyectar una declaración amorosa: las palabras fluyen atropelladas, los sentimientos se desbordan. Las respuestas esperadas son siempre un: sí. Un abrazo apretado. Una entrega sin condiciones. Pero cuando el café de la mañana pone en su lugar a la fantasía, se calienta el cerebro y se enfrían las pasiones.
Será mejor bajar a la cocina, tomar algo, un vaso de leche ya no es lo más recomendable. Los ruidos de panza que provoca despertarían a todo el vecindario. O por lo menos a la vecina de cama, prójima a quien debo amar como a mí mismo. Tal vez un vaso de agua, el de coca me provoca insomnio.
Los ruidos de la noche son intensos y contradictorios. El ladrido de los perros comunica cosas por las que se debe dudar, presencias a quienes temer. Recuerdos a los que hay que atender y soluciones a las que hay que ignorar. Saber que algunos pueden caer en un profundo sueño en un minuto. Recordar con incompetencia las épocas en que se dominaba ese talento. Bendición de bendiciones. Envidia de las peores.
Rasguños en la puerta: es Mauricio. Ese gato no se quiere dormir y menos se quiere morir. Ya le dije muchas veces que los gatos no viven más de quince años. No me escucha. Es un necio, quiere seguir jugando, su ritmo circadiano es un reggaetón. Quiere seguir masajeando mi panza con gatunas intenciones. Si fuera humano, sería sujeto a entender mis maledicencias.
Tres de la madrugada: hora de no arreglar nada, de no hacer ningún plan. De no pensar, de no recordar. Y en la medida de lo posible: de no sentir. Hora de presencias del más allá, buena hora para esperar que se cumplan las amenazas de quien nos advirtió que vendría a jalarnos las patas. Frontera de lo absurdo, hora de las peores expectativas.
Sin el menor remordimiento, los perros le aúllan a la luna, le ladran al vecino que llega enfiestado. Rascan, se sacuden, persiguen pájaros. ¿Alguien les puede explicar por favor que esto es una absoluta falta de respeto?
Tres de la madrugada. Mala hora también para construir un texto. A la mañana siguiente, al enfrentar el teclado, la realidad acaba con cualquier ardiente idea. Las musas insomnes disfrutan de plácidos sueños, nos abandonan a nuestra suerte. Lo único agradecible es contar con un acolchonado respaldo en nuestro sillón, elemento indispensable para evitar contusiones múltiples al momento de cabecear a causa del desvelo.
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