lunes, diciembre 23, 2024

Cuando el silencio habla – Teresita Balderas y Rico

En cada paso que damos, la vida nos enseña que, en el universo, los engranajes se mueven para integrar el todo que estructura nuestra forma de vida.

Al observar cosas concretas, nos sentimos seguros. Cuando sucede algo que nuestro cerebro no tiene registrado, nos espantamos al no tener referencias del fenómeno que nos tiene cercados, vivimos momentos de angustia. Creamos entonces: supuestos, teorías, para mitigar la ansiedad que invade nuestras emociones.

Somos seres sensibles, nos guiamos a partir de lo que conocemos. Al no comprender lo que perciben los sentidos, nuestro pensamiento suele ser caótico. 

Durante la etapa de encierro involuntario en 2020, el caos entró en muchos hogares, generando mayor violencia. Aún persisten los daños colaterales. 

Hoy en día, torrentes de información inundan el pensamiento de las personas, dejando poco espacio para tranquilizar el espíritu. El estruendoso hablar sin sentido ensordece al espíritu humano.

 A veces necesitamos el silencio, no como ausencia del sonido, sino como una oportunidad para dialogar con nuestro ser, visitar el templo de nuestra soledad y conversar con ella. Tal vez reflexionemos y con nuevas estrategias hagamos del caos una oportunidad de transcendencia en nuestro tiempo de vida.

Mi amiga Tamara comentó la historia vivida por su hermana al entrar en una etapa de silencio. Éste, en diversas ocasiones, permite a la persona viajar en la distancia de los años, localizar fragmentos de las historias que se convirtieron en pilares de la estructura de su propia vida.

Es reconfortante viajar al pasado con el pensamiento: se puede encontrar el origen de lo que sucede en el presente.

Las personas cansadas de una vida vacía se aíslan de toda convivencia, prefieren el silencio para reencontrarse con sus historias vividas en diferentes contextos y etapas de su existencia.

Tamara dice que su hermana vivía en el silencio. El compañero de toda su vida ya no está, hace cuatro años que emprendió el viaje final.

El silencio hablaba por ella. Quien la observara, podía interpretar ese lenguaje, y desde esa percepción ofrecer espacios de confort a quien se encuentra navegando en la ausencia de sonidos.

Cuando Tamara fue a visitarla, la encontró acostada. Tal vez no le habían informado que iría a visitarla. El nieto de Berta le dijo:

─Mira, mamita, te tengo una sorpresa. Mi tía vino a saludarte.

─¿Quién? ─preguntó Berta.

─Tu hermana ─enfatizó su nieto.

Tamara se acercó, tomó las manos de Berta entre las suyas. Su hermana, al sentir el calor humano reaccionó, observó el rostro de Tamara y reconociéndola, expresó:

 ─¿Por qué no me avisaste que vendrías? Qué pena que me encuentres en la cama, sin arreglarme.

 ─No te ves desarreglada, hermanita, tú siempre estás guapa.

Al escuchar el comentario, Berta sonrió, sus ojos se iluminaron, y con ello su entorno. Tamara ayudó a Berta a sentarse en la cama, conversaron por largo rato.

Tamara comenta que cuando dialogaba con su hermana, empleaba un lenguaje alentador, jocoso. A veces se ponía ella de ejemplo en casos chuscos, y como Berta sabía que no es verdad sonreía, tanto, que sus mejillas adquirían un tono rosado. 
La intención de Tamara esa tarde era provocarle bienestar y que olvidara momentáneamente los dolores que la tenían postrada en la cama. 

Mi amiga acostumbraba llevarle algún presente en cada visita. En las ocasiones en que no podía comprar un detalle, dejaba dinero en efectivo. A Berta le daba gusto tener recursos propios.

Al despedirse, le dijo: “Hermanita, como te has portado muy bien, te doy tu domingo”. Ella la miró con sus claros ojos húmedos y le expresó:

─Gracias por visitarme hermanita, Dios te bendiga, cuídate, procura irte por la sombra, para que no te enfermes.

Tamara, al pasar nuevamente por la sala, vio la foto de su hermana con su esposo. Se dijo para sí: qué hermosa pareja. 

Esa observación le hizo recordar esa frase que ha escuchado toda la vida: Juventud, divino tesoro.

Una fotografía nos puede contar parte de una historia. Héctor Aguilar Camín no se equivocó en iniciar su novela Adiós a los padres, con una fotografía, precisamente de sus padres. 

 Al despedirse de su sobrino, Tamara observó que él cerró la puerta de la calle con llave y candado. Tamara recordó los años vividos ahí. Entonces solo metía la mano para quitar el pasador de la puerta y entrar.

Tamara emprendió feliz el regreso a casa. Logró que Berta sonriera, y se sonrojara cuando le dijo que estaba muy bonita, y que, si se maquillara un poco, parecería reina de la belleza. 

Ese día, la fotografía de la boda de su hermana movió los recuerdos de Tamara. Para abordar un taxi, caminó de la calle Régules a Ezequiel Montes, por Madero.  Atrapada en sus pensamientos, pudo eliminar los ruidos de su alrededor. Poco a poco, fueron desapareciendo de su mente. Logró introducirse en el túnel del silencio. A la distancia, vislumbró su adolescencia.

Berta creó su propio mundo, transitó por el túnel del silencio, hasta encontrar la luz que iluminaría su último andar. Su vida concluyó una hermosa mañana de domingo, testigo de su paso silencioso a la eternidad. Allá, en otra dimensión, tal vez el alma de su compañero la estaba esperando. 

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