Sería difícil encontrar a alguien en la Biblia más prominente que Abraham, con excepción de Jesús. Los escritores bíblicos, e incluso Jesús mismo, hacen referencia a su historia con frecuencia.
El SEÑOR le dijo a Abram: «Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré. »Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!» Abram partió, tal como el SEÑOR se lo había ordenado (Gén 12:1-4 NVI)
Para Abraham, esta era una decisión importante, y Dios lo sabía. Obedecer no solo significaba ir a un lugar, sino dejar su lugar y todo lo que conocía. Además, Dios le pidió a Abraham que lo siguiera sin siquiera conocer el destino final.
Y Abraham siguió a Dios. La obediencia de Abram tuvo implicaciones generacionales y universales. Este fue un momento histórico para quien era, hasta ese momento, un hombre común. Sin embargo, así es como el Señor obra. Dios decide usar personas comunes y corrientes como canales de Su bendición, personas dispuestas a tomar en serio la Palabra de Dios y dar un paso en fe.
En el caso de Abraham, esta promesa se cumplió más plenamente en la persona de Jesús, nacido del linaje de Abraham. Esta promesa anuncia la venida del Mesías, aquel que quitaría la maldición del pecado a través de la cruz y bendeciría con vida eterna a todos los que confían en Él.
Dios busca personas que lo sigan fielmente, aun cuando eso signifique dejar la comodidad. El llamado de Dios demanda que actuemos en fe, incluso si eso implica enfrentar riesgos. Esto se cumplió en Abraham, y también se cumple en nosotros. La bendición de Dios está reservada para aquellos que demuestran fe en Él por medio de la obediencia.
JUSTIFICADO POR LA FE
Abram creyó al SEÑOR, y el SEÑOR lo reconoció a él como justo. (Gén 15:6 NVI)
Abraham ya era viejo y no tenía hijos. La promesa de una descendencia numerosa era importante, pero más aún la promesa del Mesías Salvador que vendría de ella. Así que Abraham le creyó a Dios y fue justificado y salvado por su fe.
Esa sigue siendo la formula de Dios para todo el mundo: el justo vivirá por su fe. (Hab 2:4, NVI)
Por lo tanto, ya que fuimos declarados justos a los ojos de Dios por medio de la fe, tenemos paz con Dios gracias a lo que Jesucristo nuestro Señor hizo por nosotros. (Rom 5:1, NTV)
EL HIJO DE LA PROMESA
Abraham tenía la promesa de un hijo, pero no llegaba. Hay momentos en nuestras vidas cuando Dios, según nuestra perspectiva, se tarda, pero, como él, debemos decidir si confiaremos o no en el Señor, aun cuando las circunstancias y los tiempos no son como quisiéramos que fueran.
Las promesas de Dios no siempre siguen nuestro calendario, pero Él las cumple. Por eso podemos confiar en la capacidad de Dios para cumplir Sus promesas y en Su sabiduría para determinar cómo y cuándo hacerlo.
Finalmente, el hijo llegó. Aunque habían pasado 25 años desde que recibieron la promesa, Dios cumplió Su palabra. Aunque Abraham tenía 100 años y Sara 90, el Señor actuó como había dicho e hizo lo que había prometido.
EL SACRIFICIO MAXIMO
Y Dios le ordenó: —Toma a tu hijo, el único que tienes y al que tanto amas, y ve a la región de Moria. Una vez allí, ofrécelo como holocausto en el monte que yo te indicaré. (Gén 22:2, NVI)
Esta era la máxima prueba de fe para Abraham, pero él obedeció y estuvo dispuesto a ofrecer a su hijo en sacrificio. Dios impidió que sacrificara a Isaac, y proveyó un cordero como sustituto para la ofrenda de Abraham.
Esta era una ilustración profética de lo que Dios mismo haría al ofrecer a Su hijo en sacrificio por toda la humanidad.
La gran pregunta para nosotros es ¿Qué tanto estamos dispuestos a ofrecer a Dios?
Pastor Jorge Cupido
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EL SELLO
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