lunes, diciembre 23, 2024

Estampas queretanas – Teresita Balderas y Rico

Los años pasan. Poco, a poco, el polvo del tiempo va cubriendo los sucesos del ayer. 

Querétaro en los años 50 y 60 del siglo XX, era una ciudad pequeña. Las siguientes calles bordeaban el centro: al sur Constituyentes (antes, Carretera Panamericana), al norte Avenida Universidad (conocida como Ribera del Río), al oriente la calle de Circunvalación, y al poniente lo que ahora es Avenida Tecnológico. 

Si la casa se ubicaba lejos de esta área, sus habitantes vivían fuera de la ciudad.  Se decía que los que habitaban al norte, vivían en la otra Banda.

 La mayoría de la gente se conocía, se saludaba y respetaba. La honestidad y confianza eran actitudes en el hacer cotidiano.

 Las puertas de las casas permanecían abiertas, nadie se atrevía a cruzar el umbral. tocaban y saludaban esperando una respuesta de sus moradores, si era conocido de la familia, le ofrecían agua fresca, fruta, galletas o una rebanada de pastel, dependía de la situación económica y de la estación del año.  

Varios servicios se daban a domicilio: un trabajador de tintorería pregonaba por la calle: “la tintorería, ropa para tintorería”El ama de casa cuyos esposos había pedido, que, mandara el traje o pantalón a la tintorería, salía a la puerta de su casa. El pregonero, tomaba los datos, entregaba la copia de la nota, y se llevaba las prendas que irían a tintorería. Cuando regresaba con la ropa perfectamente desmanchada y planchada, recibía el pago por el servicio. 

Los tanques de gas, metafóricamente eran para toda vida. Una camioneta repartidora de este combustible, pasaba por las calles del centro de la ciudad gritando: “el gas señora, ¿necesita gas?”

 Si era necesario llenar el tanque, la señora de la casa abría la puerta, el empleado entraba desconectaba el cilindro y se lo llevaba. Regresaba con el combustible en una hora, o un poco más, dependiendo de la cantidad de los pedidos. El servicio era pagado con actitud de agradecimiento de ambas partes.

 Para la venta de leche en el Centro Histórico, por la mañana aproximadamente a las siete y por la tarde a partir de las cinco, pasaba una carreta tirada por caballos percherones, para entregar la leche en las grandes casas de la ciudad.

Por la calle de Régules, en donde yo vivía, transportaban la leche en una camioneta de redilas.  Quien despachaba el sustancioso líquido, decía: “ya llegó el agua señora, señorita” Las amas de casa salían a la puerta con su olla en donde la hervirían. 

 Se consumía mucha leche, Compraban dos o tres litros diarios. Se tomaba en el desayuno y en la merienda. Era todo un arte hervirla, cuidar que no se derramara o se quemara, dejarla hervir determinado tiempo para purificarla y, sobre todo, que se formara nata, la que disfrutarían al día siguiente, untada en rebanadas de pan con un poco de azúcar.  

El honor a la palabra era vital. Quien prometía algo tenía que cumplirlo, de no hacerlo, perdía credibilidad, y poco a poco sería excluido de las reuniones. Este principio ético se inculcaba desde la educación familiar. Se asumía la responsabilidad en los diferentes ámbitos del quehacer humano

“Pruébelo, mire está bien sabroso es queso de cabra fresco”Decían los vendedores de quesos, frutas, pulque o aguamiel. Estas buenas personas hacían largas caminatas desde el ranchito donde vivían, para vender los productos en los mercados y calles de la ciudad, con la ilusión de ganar algo de dinero, y llevarlo a casa. 

En esos años se vendía quiote en rebanadas o mezcal en penca, productos del agave. Esos deliciosos frutos dejaron de venderse en la ciudad, ahora solo se pueden encontrar en algún rancho o pueblecito. 

La jícama todavía se vende cortada en cubos y servida en vasos de plástico, con limón y chile. Había una jícama muy jugosa llamada jícama de agua, de ésta, me gustaba comprar toda la jícama, con limón y mucho chile bien picante.

 Era costumbre dar una prueba del producto, como invitación a comprarlo.

A principio de los años sesenta, la vuelta al Jardín Zenea (conocido como Jardín Obregón) era toda una aventura. Un grupo de seis u ocho amigas, se tomaban del brazo formando una cadena. El recorrido se iniciaba en una esquina, me gustaba iniciarla en la de Juárez y 16 de Septiembre.

Después de la primera vuelta se iniciaba otra cadena de chicos, quienes caminaban en sentido contrario. La intención primaria de esta ronda, era encontrar pretendiente.

Había una dinámica para la sutil conquista. En la segunda vuelta uno o varios chicos saludaban.

─Buenas tardes señoritas.

─ Buenas tardes jóvenes, respondíamos en coro. 

En el tercer encuentro algunos jóvenes salían de su fila y se dirigían a la muchacha que les gustaba, mostrando un educado lenguaje.

─Señorita, disculpe mi atrevimiento, ¿podría aceptarme esta rosa?

─Si joven, gracias, muy amable ─respondía la chica.

En el siguiente reencuentro, el joven salía de la fila para invitar a la chica a tomar una soda, el día y hora, que ella dispusiera.

Así conocí a grades amigos. 

Estas estampas queretanas, hoy solo permanecen entretejidas en los hilos de la memoria.

Teresita Balderas y Rico

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