Exhibiéndose por las calles se paseaba indolente un tema libre. Su desnudez, al más puro estilo Tarzánincomodaba algunas conciencias. El colmo del asunto sobrevino cuando este provocador tema libre decidió subir a las copas de los árboles del parque. De inmediato, las fuerzas vivas de la población llamaron a la Coordinación Municipal de Protección Civil solicitando su captura; de manera urgente, previa apertura de un expediente, los oficiales tomaron cartas en el asunto.
Para casos de temas libres fuera de control, el protocolo indicaba que había que solicitar refuerzos a algún escritor para su aprehensión. Lamentablemente, en ese preciso momento, los escritores del directorio estaban todos atareados. Los buenos, narrando sucesos con alta calidad y los autores de éxitos de ventas husmeando en los mercados, en los tianguis, en los presidios y hasta en la “H. Cámara”, ocupados en la labor de averiguar todas las malas palabras, las vulgaridades del pueblo y sus delitos más escabrosos, para incluirlos en sus próximos libros. Atentos también, a las más impúdicas películas pornográficas, a fin de adjuntar cualquier cantidad de porquería a su narrativa. Descripciones escatológicas detalladas de la sustracción y emisión de flujos corporales de partes nobles e innobles eran ahora oro molido.
Sus editores así se los aconsejaban: “Si quieren vender libros y ser famosos, si quieren ganar los más importantes premios, el tema de moda es: asesinar al buen gusto, ejecutarlo arteramente, ostentando licencias poéticas apócrifas, provocar, incomodar, mostrar la crudeza turbulenta de las pasiones humanas, con un lenguaje soez, vulgar. Basta de hipocresías”, les decían, “que al fin y al cabo así somos los mexicanos. Aceptemos nuestra pedestre realidad. Lo contrario será juzgado sin matices como intolerancia, como medianía, mojigatería, como falta de apertura a lo nuevo. Como un estar con nosotros, o en contra de nosotros”.
A falta de escritores connotados, las autoridades enviaron al aprendiz más a la mano dispuesto a atrapar al escurridizo: tema libre. Por casualidad, el meritorio en turno se encontraba en la búsqueda de un ejemplar así para su próxima entrega. Era su oportunidad, lo atraparía y pasaría al fin a otro nivel, o diría adiós a sus sueños de escritor. Se presentó certero al lugar de los hechos poseído por un aliento literario incontenible. Sigilosamente se acercó y en un momento de descuido: ¡lo pescó!
Triunfal, notificaba a su presa, con una sonrisa de suficiencia: “Ahora ya te tengo atrapado en mi escrito”.
—¿Y qué vas a hacer conmigo? Me atrapaste, es verdad, pero no hay mérito alguno en el trance. Soy un simple tema libre. Soy insípido. Por mí mismo, no valgo, soy estéril. ¿Te das cuenta? Si me adoptas, tú tendrás que darme valor, sabor, interés.
—No me importa. Te tengo en las redes de mi textum, de mi urdimbre de palabras. Serás un nuevo trofeo para mi colección de creaciones furtivas. En mi búsqueda de sueños por contar, tú serás un buen botín para compartir con las cinco personas que han tenido la paciencia de leerme. He abierto un diálogo pretendidamente literario con ellos y no puedo fallarles.
—No te esfuerces en atraparme. Soy libre aún recluso, gobierno mi mundo interior muy a pesar de no conquistar el exterior. No soy presa digna de tus escritos, el único tema de mi dominio es el de las libertades. Si en verdad quieres atrapar un trofeo que provoque envidias, codicia, algo libre de verdad, te presentaré a mi prima, la encantadora: libertad de expresión.
—La conozco; es realmente atractiva, su desnudez es perturbadora, a hombres y mujeres por igual los descoloca, intimida a políticos, seduce a periodistas, infunde respeto y hasta pavor. Sobre todo cuando es ajena. Pero en este momento no es de mi interés. Como toda femme fatale, traerá consigo muchos problemas.
—¡De acuerdo! Así es mi prima. La han querido dominar y por algún lado, siempre se escapa. Vive feliz en los discursos. Entre las letras se acomoda como en su elemento. Domina la libertad para sublevarse y le es fiel a quien es honesto. Tú serías el candidato idóneo.
—Sin duda es el afán de cualquiera, pero no me convences; es utopía, estoy consciente de las limitaciones de mi entorno, de mis posibilidades y del tiempo en el que vivo. Si en verdad deseas tu liberación, tendrás que ofrecerme algo más tangible, por ejemplo, no confundir más a la gente con la promesa de libertades amplias; muchos no sabrían manejarlas. En su demanda de seguridad, siempre dependerán de algo o de alguien. De manera que, con tus provocaciones, solo conseguirás agitar los avisperos sin sentido. ¡Además! eres mi tema libre y hasta no concretar con tu ayuda un texto decente, no te dejaré escapar.
—¡Espera! Tengo otra pariente que te va a fascinar: La libertad financiera. Pero cuidado, en un medio como el que le gusta a ella no se puede ser esclavo de propiedades. Según sus creencias, la vida se vive y no se atesora. Las cosas deben estar al servicio de la vida y no la vida al servicio de las cosas.
—Comienzas a convencerme: ¡sí que es una dama realmente encantadora! Sería un sueño hecho realidad. Creo que al fin podemos llegar a un acuerdo. Serás libre, si ella así lo acepta.
—¡Excelente decisión, querido primo! Bienvenido a mi familia de libertades, en donde hasta el más chimuelo, masca tuercas. Quiero que conozcas al tío Libre albedrío, tiene mil anécdotas al respecto y ocurrencias de viejo, a todo el mundo advierte: que su libertad termina, en donde comienza la de su compadre, el libre tránsito.
El volátil tema libre, raptado en el relato, después de la exitosa negociación de su rescate, heredero de todas las libertades, se tomó la libertad de borrarse y de no aportar nada más que mil palabras al texto.
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