Por si no te habías dado cuenta, ya estamos a primero de junio del 2063. En este año el abuelo cumple cien años y te recuerdo que tú, querida hermana, prometiste organizar su fiesta. Ya solo te quedan un par de meses, no dejes pasar más tiempo. Te sorprenderá que te escriba en español y en este formato extraño. La razón es simple: vine a saludar a los abuelos, y ¡no sabes con cuántos recuerdos me encontré!
El abuelo me invitó a entrar a su despacho lleno de vestigios del pasado: algunos muebles todavía fueron hechos con madera, otros con piel. Conserva libros de papel, discos compactos, recuerdos de viajes y adornos viejos, como del año 2020. Me alivia saber que las autoridades revisan los registros biomédicos de su chip, para comprobar que estas antigüedades no le provoquen alguna melancolía. La reliquia más asombrosa de todas es su computadora personal. Me dejó encenderla, ¡y funciona! Con ella te estoy haciendo esta carta. La escribí en un sistema muy simpático que se llama Word. No lo vas a creer: me deja escribir sin enviarme sugerencias; ni de puntuación, ni de estilo. No me advierte sobre frases repetitivas, adjetivos excesivos o lugares comunes.

Le platiqué al abuelo sobre tu doctorado en economía. Me pide que te haga saber que lo haces sentir muy orgulloso, que después de lograr esta meta ya podrás por fin, cumplir tu sueño de tramitar tu credencial de elector. Te parecerá extraño, pero me contó que en sus tiempos, estas anheladas credenciales se las daban a cualquiera y que por esa razón llegaron al poder los populistas que acabaron con la economía. Ya ves cómo es el abuelo, se pone muy intenso con estos temas, pero no hay que olvidar que al él le tocó vivir la crisis de los años 2020 y el nacimiento del nuevo orden mundial. Conversamos sobre sus experiencias de esos años y son muy interesantes:
Me cuenta que nos apodó como los cuarentennials, porque nuestros padres nos concibieron en medio de la terrible cuarentena del año 2020 debida al covid 19. Me trae a la memoria cuando la gente arriesgó su vida saliendo a trabajar, o heroicamente a salvar otras vidas. Los que pudieron, se encerraron por meses; leyendo, viendo películas, o buscando distraerse con lo que fuera, solo salían a comprar comida o a lo más urgente. En esos meses, los negocios que no eran indispensables tuvieron que cerrar sus puertas, cientos de ellos quebraron, miles de personas perdieron su empleo. El abuelo vivió los inicios del comercio en línea y tuvo que adaptarse a usar las conferencias a distancia, las entregas a domicilio, la banca electrónica.
Dice que el encierro afectó a muchas personas en su ánimo, pero que hubo quienes no la pasaron tan mal: fueron aquellos que se dedicaron a trabajar a distancia o a crear algo; música, pintura, cocina, o lo que su imaginación les dictara. Le pregunté que si él pensaba que aquella crisis nos había dejado algo bueno, y que si así fue, entonces era como un anillo al dedo. No debí haberlo hecho, se molestó mucho y me regañó, es curioso, dice que esta frase dejó de usarse desde entonces por considerarla de pésimo gusto, y por respeto a los que murieron en esa tragedia.
Me platica emocionado, que a raíz de esa crisis los ciudadanos se hicieron por fin cargo de su vida, que el gobierno fue tan desastroso que decidieron ya no esperar nada de él, ni ayudas sociales, ni limosnas electoreras disfrazadas. La gente dejó de aguardar al gran líder salvador y cada quien se hizo responsable de sí mismo y de su entorno. La sociedad se organizó, fue el inicio de la verdadera solidaridad. El gobierno, entonces, tuvo que sacar las manos de todo lo que no fuera estrictamente la seguridad. Fue también el año en que el calentamiento global se logró revertir. La cercanía con la muerte despertó las conciencias. Suspiró al recordar cuando se usaban los automóviles y se trabajaba en oficinas. Me asegura que la crisis los hizo mejores personas, que se olvidaron las razas y los colores, las diferencias religiosas se hicieron a un lado, amaneció la espiritualidad. Se acabaron las migraciones, la economía prosperó. Entendieron que si un solo país no es seguro, nadie lo es.
Le provocó mucha gracia el pensar que, tantos años después, no se ha podido descifrar por qué la gente compró tanto papel higiénico. Te puedo decir, con mucha confianza, que a sus cien años veo a los abuelos perfectamente. Me platica que cuando era joven, la esperanza de vida era de setenta y cinco años, hoy es de ciento veinte. Es increíble: había muertes por virus, por cáncer o por diabetes.
Me despido porque la abuela ya me está apurando. Está a punto de llegar el transporte que los llevará a pasar un fin de semana a Cancún. Aterrizarán en un espacio de playa reservado para ellos, junto a las ruinas de lo que fue la zona hotelera. ¿Te acuerdas? Los abuelos me dicen que todavía no pueden acostumbrarse a que los hoteles vengan por ti a tu casa, que la habitación sea una nave espacial con todos los servicios y te lleven a donde tú quieras. Por cierto, los viajes a la Luna ya les parecen aburridos, descártalo para la fiesta.
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