Los sinuosos pasillos del mercado, abarrotados con mercancías de toda ralea, desde las que cuentan con todas las normas que la ley establece, las procedentes de la piratería, y hasta las que llegan de recónditos lugares rurales, fueron testigos de lo errante de un vecino, que se abría paso recibiendo advertencias de “¡Ahí va el golpe!” y empujones sin advertencia.
Buscaba impaciente, leyendo entre la jungla de carteles que ofrecían todo tipo de servicios y productos:
“Se visten niños Dios”.
“Baje de peso en 10 minutos: garantizado”.
“Come verduras y tendrás las nalgas duras”.
“Si no compra, no malluge”.
Entre otros de particular factura, encontró el de su interés:
“Se reparan aforismos”.
Tras el mostrador, un personaje de respetable edad atendía el local, que hospedaba a una librería de viejo.
—¿En qué podemos ayudarle, señor?
—Pues verá usted: me han dicho que aquí se reparan aforismos. Y aquí le traigo uno, que no me está funcionando bien.
—Llegó usted al lugar adecuado. ¿Cuál es su aforismo? Échelo usted a andar. Ahorita,con un poquito de reflexión, se lo dejamos como nuevo. Pero antes, le voy a pedir que conteste unas breves preguntas de rutina:
—¿Está usted seguro de no haberlo encendido al calor de la pasión?
—¿Ya probó echarlo a andar sin prejuicios y con la cabeza en frío?
El cliente contestó puntual a las preguntas y antes de accionar el encendido, se cercioró de tener el suficiente criterio disponible en la reserva. Advirtió al librero que, debido a sus fallas, podría resultarle algo chocante.
—Encienda por favor, se lo suplico, le aseguro que no me va a chocar.
—Mire usted, aquí lo tengo: Lo que te choca, te checa.
—¿Lo ve? Ya está echado a andar y lo que me choca no me checa y lo que me checa no me choca. La otra tarde, saqué a mi frase, a pasear al parque. Pasamos junto al lugar en donde se reúnen los ladrones y malvivientes. Me chocan, pero no me checaron. Escuché en el noticiario al bufón del programa matutino, me chocó, pero no me checó.
El librero no pudo ocultar un gesto de hilaridad, pero con benevolencia, reveló al portador algunos pormenores. Según sus eruditas explicaciones, el origen de la frase, si bien fue basado en teorías psicológicas profundas, al salir a la calle, sufrió tal grado de simplificación de labios de los hablantes, que la hicieron vulgar.
—Su frase no llega ni a aforismo, mi estimado. Es un vulgar dicho popular que se ocupa para todo, desde argumento en una discusión, hasta como dogma contundente. La gente quiere meter en frases, lo que no es ni psicología, ni es religión, ni viene del más allá.
Pero no se preocupe, ni me ponga esa cara. No es usted al único al que le han vendido gato por liebre. Aquí me traen, muy a menudo, frases populares que compran por ahí, como remedio para todo mal.
—¡Lo imaginaba! A decir verdad, quise desecharla porque no la uso mucho, pero es un regalo de mi esposa y si ella no me la escucha, podría llegar a ofenderse.
—No la tire, que para algo le puede servir, pero es mi deber advertirle que es solo una rima barata. Es simplista, se le va a desgastar muy rápido.
El librero le informó de la inutilidad de su uso como frase de autoayuda, de su ineficacia en la búsqueda de viejos traumas, o de envidias inconfesables. Le reveló que, en lo personal, a él le chocan y le seguirán chocando muchas conductas en las personas y que jamás le checarían. Que soportar a personas gandallas, groseras, prepotentes, estaba muy por encima de su tolerancia. Le dejó clarísimo que no pertenecía a ninguno de esos grupos de especímenes cavernícolas.
—No solo me chocan, los detesto. Un dolor de muela me choca y no voy a ir a la consulta para analizar ese trauma de mi pasado, ni le tengo envidia a quien sufra este dolor, ¿no es cierto? Mire: usted me ha caído muy bien. Le voy a obsequiar esta pequeña frase que le será muy útil:
Lo barato sale caro.
Y como se ve a la legua que usted es todo un conocedor, le tengo a precio especial este estupendo aforismo, que estoy seguro le va a servir de mucho:
A palabras necias, oídos sordos.
También se lo manejo en su versión económica, muy bueno como botana, mientras ve en la tele su farsa matutina:
A chillidos de marrano, oídos de chicharronero.
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