La idea de hacer el ritual a las 12 de noche, bajo la luz de la luna, justo el 31 de octubre cuando se abren los portales de la vida y la muerte, y los muertos vagan por los confines terrestres suponía que era como un permiso especial como recordar cómo es que era aquello de vivir.
Así me lo aconsejó la madame que acostumbraba a visitar en mi desesperación desde que Fabián me había dejado y había empezado a andar con la chica de cabello pelirrojo y yo, ingenua y obsesiva como suelo ser, se lo había creído todo; lo que me pidiera lo hacía: que si un amarre, que si le pusiera perfume a su foto, que le diera de tomar toloache, hasta las cosas más absurdas que hice por recuperar su amor.
En eso estaba cuando caí al fondo de una cripta, mis pies resbalaron y ahí estaba en el fondo de un agujero oscuro, húmedo y frío. Era inútil; nadie me escuchaba. Quizá pasaría la noche ahí. Cómo saberlo. La angustia se apoderó de mí y me fue invadiendo un dolor en la pantorrilla que por momentos sentía que me perforaba; con terror me di cuenta de que no me podía mover. Nadie sabía que yo estaba ahí, a nadie se lo había contado. ¿A quién se lo iba a contar? ¿Cómo decirle a mi madre: “voy a hacer un ritual a mitad de la noche porque estoy muriendo de amor?” Nunca. Aunque pensándolo un poco más, quizá no sea amor, sino …
Había salido, sigilosa de la casa, dejando una almohada ocupando mi lugar en mi cama: Les había ido a dar las buenas noches a mis papás, argumentando que me dolía la cabeza y quería dormir. Ellos me creyeron, como siempre. La confianza que habían depositado en mi era incuestionable. No me buscarían hasta la mañana siguiente, que abriera la puerta mi madre y entonces se percataría de que yo no estaba en la cama. ¿Qué haría? ¿A quién le preguntaría por mí? Nadie sabía que yo estaba ahí, ni siquiera Alejandra que es mi mejor amiga. Ni Sofía.
Y pensar que Fabián seguramente a estas horas estará profundamente dormido, ajeno a todo lo que esta pasando o, peor aún, esta con su nueva novia. Ella estará ahora con él. Qué desesperación y yo en medio de la nada. Él me habrá olvidado. ¿Por qué no pude aceptarlo? Ese miedo a quedarme sola que me atormentaba al punto de hacer lo que sea por tener de nuevo su amor, y aquí estaba yo.
No sabía cuánto tiempo habría transcurrido desde que había caído ahí. El tiempo pasaba lento. La pierna me dolía cada vez más, seguramente me había roto el tobillo.
Y si hoy se abrían as puertas del infierno y los muertos caminaban ente nosotros como se afirmaba.
Alguien me habla o estoy soñando.
Sí hay un hombre que me observa, no estoy alucinando.
—Señorita —me decía— Le voy a aventar una cuerda. Yo la sostengo acá. No tenga miedo, solo tómela yo la subo.
Me aventó una cuerda que agarré con todas mis fuerzas. El hombre llevaba un caballo, con sombrero y camisa de cuadros. Me subió a su caballo y me llevo trotando hacia la entrada del cementerio.
Pasó el tiempo. Después de aquella experiencia, jamás volví a visitar a la madame. Patrañas. Dejé por la paz a Fabián.
Casi había olvidado ese episodio cuando, un día mi madre me mostraba un álbum familiar; entonces encontré al hombre: era él, su misma ropa, su sombrero.
Le dije:
—Mamá: quién es este hombre que está parado.
—Ah, el es mi primo Ezequiel. Murió hace mucho tiempo. Cayó en un barranco, nadie lo encontró. Hasta después de muchos días.
—¿Por qué? —me pregunto.
No le respondí. Solo observé un poco más la foto y pude ver que llevaba una cuerda en la mano. La misma con la que me ayudo a salir.
El único que lo acompañaba era su caballo, que estuvo con el hasta el final.
—¿Por qué la pregunta?
“Porque ese hombre fue el que me ayudó a salir aquella noche del cementerio”, pensé. Pero no le respondí.
31 de octubre: el día que los muertos vienen a visitarnos…
Por: Sandra Fernández
