domingo, diciembre 22, 2024

Una tradición familiar – Sandra Fernández

La masa del pan se deslizaba entre mis manos, la estiraba sobre la mesa y la volvía a juntar. Ese olor a levadura, harina y azahar me recordaba años atrás cuando apenas mis ojos llegaban al filo de la mesa y veía a mi madre con sus ojos chispeantes y sus brazos fuertes, alejando y acercando la masa, una y otra vez, hasta que era elástica y suave. Después formaba bolas de masa que extendía y moldeaba en forma de muñecas con amplios vestidos y largos cabellos. Nuestra tradición familiar de las «muñecas de pan». 

Me daba una pequeña porción de masa para que formará los ojos, la nariz y la boca, advirtiéndome que si probaba la masa cruda me podría empachar, “¿Cómo empachar?” le preguntaba, “es cuando se pega a la panza y te duele” me decía con el rostro acalorado. “Pon los panes sobre el molde separándolos porque al inflarse se pueden encimar “, me decía. Ya horneadas cada una elegía una muñeca de pan, nos abrazábamos mi madre y yo y las saboreábamos con un chocolate bien caliente.

 Mi padre había muerto hacía dos años y desde entonces, mi madre se había quedado sola en casa. A pesar de los muchos intentos de llevarla a vivir conmigo, había sido inútil, decía que en esa casa estaban sus recuerdos más preciados. Ahora mi madre había caído enferma y solo de pensar que pudiera empeorar, me afligía. 

Acababa de sacar el pan del horno, cuando sonó el timbre de la puerta. El reloj de la cocina marcaba las 9 de la noche. Dudé en abrir, ya no eran horas para que los niños pidieran dulces. Pero el timbre siguió sonando. Entonces, abrí la puerta. 

—Vengo a ver a tu madre, soy su amiga. . Me llamo Celeste — me dijo.

Nunca había visto antes a esa mujer. Era alta y delgada. Con el rostro fino, delgado y pálido. Sus ropas eran elegantes y un poco anticuadas.

—Mi madre esta dormida —le dije, dudando si la dejaba entrar. El aire golpeaba fuerte y removía su vestido negro. La invité a pasar.

—Pase por favor, en un rato más despertaré a mi madre para que tome su medicina y podrá saludarla — le dije. Ella aceptó, pasó junto a mi despidiendo un aroma a flores quemadas.

No se sentó, atraída por el intenso aroma a levadura y el calor del horno se dirigió a la cocina, contemplando a los panes en forma de muñeca que estaban recién salidos del horno.

—Es una tradición familiar, solíamos hacerlos cuando era niña, me traen bellos recuerdos. Ahora que mi madre enfermó y vine a cuidarla, encontré la receta en un cajón y bueno, pensé que le gustaría… — le dije.

Parecía que no escuchaba, caminaba por la estancia. Se detuvo frente al altar de muertos, las luces de las veladoras comenzaron a moverse inquietas. Tomó la foto de mí padre, lo contempló por un largo rato. El vaso de agua yacía solitario, entre los chocolates, el dulce de calabaza, los puros, el tequila. “Son las cosas que le gustaban a mi padre cuando vivía” le dije. La mujer sonrió, acariciando las flores de cempasúchil con sus largos dedos. 

De pronto, un grito de mi madre quebró el silencio. Me apresuré asustada a su habitación. La encontré con los ojos muy abiertos y la respiración agitada. Le ayudé a incorporarse. “Toma agua mami”, le dije. Cuando al fin, recobró el aliento, me dijo que había tenido un sueño muy extraño, que la había visitado una mujer, que la había tomado de la mano y que caminaron por un largo pasillo, pero de pronto, la mujer la soltó dejándola sola y desorientada en ese lugar. Y fue cuando despertó muy asustada.

—Que coincidencia madre, vino una amiga a visitarte, voy por ella — le dije.

Al llegar a la sala, había un frío que calaba los huesos. En el altar, las flores de cempasúchil marchitas y las veladoras apagadas. La mujer ya no estaba y tampoco una muñeca de pan.

Desde entonces, cada año, el día de muertos, continúo con la tradición de hacer el pan de muerto en forma de muñeca y cada año, sin excepción, al final falta una muñeca de pan. 

Una tradición familiar

Autor: Sandra Fernández

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