Laura y su familia iniciaron sus vacaciones por algunas playas del Sureste de México. Ella estaba muy feliz.
Quienes más disfrutaban del viaje eran los niños, que cambiaban constantemente de lugar, para observar el panorama en diferentes ángulos, experimentando diversas emociones.
El viaje era largo, tendrían que hacer algunas paradas. En cada una, los niños pedían golosinas. Llegaron al puerto de Veracruz, donde se divirtieron mucho.
En Chiapas, desayunaron en el hotel para no perder el tiempo, los chicos querían estar en la playa. Laura no quiso meterse al mar, prefería leer su libro de Física cuántica bajo la sombra de las palmeras.
Los chiquillos corrían felices en la arena, jugando con otros niños. Laura dejó la lectura para verlos. Observó que algunos adultos dejaban las sillas y toallas donde estaban descansando; miraban unos segundos al mar y luego caminaban en la misma dirección.
Cerró el libro. Un tanto curiosa, se puso de pie para indagar por qué la gente estaba en movimiento. Realizó las mismas acciones que había observado. Cuando reflexionó lo que hacía, ya estaba lejos de la playa. Por segundos pensó en regresar, pero una extraña fuerza la impulsaba a continuar.
Integrándose a la columna de la gente, admiraba una enorme construcción que se veía sobre una superficie rocosa. El camino cambiaba de aspecto: había trechos mal empedrados, lo que hacía riesgoso el andar. En otra parte, anduvieron una vereda que olía a pasto recién cortado.
Laura escuchó el ruido del agua cuando fluye en abundancia. Tenían que pasar un caudaloso río, debían cruzar a través de un puente colgante. Su aspecto no daba confianza, en algunos espacios la madera estaba corroída, se movía a cada paso. De pronto, un fuerte viento movió violentamente al frágil puente. Laura, a quien antes le aterraba caminar sobre un puente colgante, no sentía miedo. Se sostuvo de una de las cuerdas que servía de pasamanos.
El viento desapareció, la gente pudo seguir su camino. Llegaron a un sendero con flores amarillas, ya se podía ver la construcción. Era una bella catedral, parecida a la Sagrada Familia, diseñada por el arquitecto Antonio Gaudí en Barcelona, España.
Se quedó unos minutos observando la gran obra de Gaudí. Se preguntaba cómo habían construido una réplica en ese lugar, sin hacerlo público.
La mayor parte de la gente había entrado. En la puerta, había una pareja de jóvenes dando la bienvenida, le dijeron que se registrara. Lo hizo en un enorme libro de pasta marrón y letras doradas. Le entregaron una tarjeta que debía tener a la vista, era su identificación.
Cuando Laura recibió su tarjeta, la gente ya había desaparecido. Cualquier ruido que se emitía, resonaba en las paredes de la Catedral. En ese momento, los rayos del sol iluminaron los vitrales, creándose una atmósfera surrealista. Tuvo la sensación de que las figuras plasmadas en ellos, descendían. Esta visión la paralizó por segundos. Una voz femenina la hizo reaccionar.
—La persona que porta la tarjeta color violeta con el número 1946, favor de dirigirse a la puerta azul. Introdúzcala para acceder a la sala verde. ─¿Alguna duda? ─preguntó la voz.
—Todo está claro, gracias —dijo Laura.
Entró a una sala con grandes ventanales, que dejaba ver un jardín exterior. Personas de diferentes edades participaban en múltiples actividades. Ella quería salir y unirse a ellos, pero esperaba las indicaciones. Escuchó una extraña pregunta.
—Laura, ¿recuerda los pasajes más interesantes de su vida?
—Solo algunos, muchos los he olvidado.
—Tendrá la oportunidad de reencontrarse con ellos, fue seleccionada por su interés en la Física cuántica, por eso vino a este lugar; pondremos una película con pasajes de su vida. Póngase cómoda, a su derecha encontrará unos lentes elaborados con nanotecnología, úselos, disfrute el reencuentro con su pasado.
─Gracias ─respondió ella.
Se escuchaban diversos sonidos, que Laura identificó. Estaba impresionada con la película, era parte de ella.
El ensordecedor ruido de la máquina de vapor, el canto de los gallos, el trino de las aves, cuya sinfonía escuchaba en su infancia. Unas niñas jugaban el avión, un juego de saltos en el suelo, la invitaron a jugar.
—No, gracias, ya no puedo brincar.
—Inténtalo, te sorprenderás de lo que eres capaz de hacer ─dijeron las niñas.
—Bien, trataré de brincar.
Empezó con el primer cuadro del avión, se sintió tan ligera como cuando era niña, lo brincó de ida y vuelta, agradeció la invitación y se despidió.
Ante ella, iban pasando aspectos de su vida que ya tenía olvidados. Reconoció a su novio de la primaria, el chico de los grandes ojos verdes; de lejos se saludaron, él subía a una pequeña embarcación.
A distancia, vio a un caballero que caminaba de prisa, lo reconoció de inmediato, intentó caminar más rápido para alcanzarlo.
—Maestro Adolfo Lara y Núñez, por favor espere, permítame saludarlo.
—Señorita Laura, qué gusto verla, hace tantos años, pero le confieso que he estado al tanto de su profesión.
—Me siento feliz al verlo, lo recuerdo como mi maestro de español y director de la Secundaria Federalizada Diurna Mixta.
—Es grato saber que somos recordados.
—Maestro, le estoy tan agradecida por sus enseñanzas.
—Mire, Laurita, uno de mis deberes como director ha sido apoyar a los alumnos que muestran deseos de superación.
Laura dijo adiós.
También estaba su esposo, jugando con sus hijos pequeños, que corrían tras los globos de gas para no dejarlos escapar. Estaba por terminar el recorrido de las diferentes etapas de su vida, cuando escuchó una voz que conocía muy bien.
—¡Espera Laura, no te vayas, mira lo que corté para ti, una grande y jugosa chirimoya, sé lo mucho que te gustan!
Ella esperó a su hermano Pedro, que se acercaba corriendo.
—Gracias, Perico, se ve riquísima hace años que no como una chirimoya.
Comer, comer, seguía escuchando Laura. Sintió que le tocaban el hombro. Abrió los ojos, era su esposo, diciendo que los niños tenían hambre.
Laura tardó en reaccionar, caminó en silencio. Pensaba en lo sucedido, de pronto se le ocurrió una idea.
—¡Olvidé mis lentes, voy por ellos!
—Te los traigo, ¿en dónde los dejaste? —dijo su esposo.
—No, gracias. Tú no sabes en dónde los dejé.
Laura regresó a la playa, ejecutó los mismos movimientos que había hecho horas antes. Caminó hacia el mar. Vio en lontananza, hacia la derecha: ¡oh sorpresa, ahí estaba! Logró distinguir dos torres de la catedral.
“¡No fue un sueño! si estuve ahí!” se dijo.
Sus familiares, que la esperaban, la vieron sonreír.
—¿De qué te ríes? —le preguntó su esposo.
—De un sueño cuántico que tuve —fue la respuesta de Laura.