Para la pequeña María, la etapa de la escuela primaria fue un tiempo difícil en su vida. Había nacido con labio leporino y esto le producía dolor y un complejo de inferioridad. Los otros chicos continuamente le hacían burlas y le decían que era fea y diferente. Pero una cosa que alegraba la vida de María era su maestra. Era alta, delgada y bonita. A menudo, María soñaba con ser como ella.
Cada año, la maestra tomaba una prueba de audición a todos los chicos. El procedimiento se llamaba «La prueba del susurro». En su turno, cada chico salía del aula y se colocaba con su oído pegado a la puerta, mientras desde adentro, la maestra susurraba algo. El resultado era muy simple: Si el niño o la niña podía repetirle a la maestra lo que ella había dicho, pasaba la prueba.
Cuando le tocó el turno a María, oyó cinco palabras que le cambiaron la vida para siempre. La maestra le susurró: «Desearía que fueses mi hijita».
Con un susurro así, Jesús cambió a cada una de las personas con quien se encontró en la tierra. No, no todas tuvieron en cuenta su trascendente llamado; pero cada una de esas personas cambiaron para siempre. Piense en el rico que le preguntó a Jesús: «¿Qué bien haré para tener la vida eterna?» Jesús le dijo que vendiera todo lo que tenía, que se lo diera a los pobres y que lo siguiera. El rico se quedó en la intención nada más; pero se fue cambiado. Su encuentro con Jesús lo hizo descubrir que amaba a su dinero más que a Dios o a cualquier otra cosa en el mundo. No pudo tomar la decisión de deshacerse de sus bienes, pero, muy en lo profundo de su ser, supo que era muy pobre por no haberlo hecho.
Ahora piense en aquella mujer que tenía 12 años enferma de un grave trastorno en su menstruación. Ella se acercó a Jesús pensando en su enfermedad sí, pero principalmente pensando en la eternidad, queriendo ser salva. Al tener un encuentro con Jesús este le susurró algo que no solo cambio su destino eterno, sino que también fue sana físicamente y su vida en esta tierra cambio radicalmente.
Ahora mismo Jesús le está susurrando a usted, a través de la puerta de su corazón: «Te amo, hijo/hija; no vine para condenarte sino para perdonarte, sanarte, salvarte del castigo eterno y cambiar tu vida”. Usted puede aceptar su llamado o ignorarlo. Si lo acepta, todo cambiará en su vida. Si lo ignora, al menos sabrá de lo que se ha perdido, especialmente en la eternidad.
El amor de Dios por usted es tan grande, que envió a su Hijo a morir por usted, para que pudiera recibir todos los beneficios terrenales y eternos. Escuche su susurro. Eso lo cambia todo.
Pastor Jorge Cupido
@jorgecupidoqro
EL SELLO, IGLESIA CRISTIANA
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