lunes, diciembre 2, 2024

Un sueño cuántico – Teresita Balderas y Rico

En sus oscuras arcas, nuestro subconsciente tiene guardados deseos insatisfechos, secretos y profundos resentimientos. Cuando se abre lo que ha estado oculto, emerge sin lógica ni estructura. Esas alocadas ideas eligen al sueño para hacerse presentes. Cambian de lugares y épocas.

Así fue el sueño de Yara, quien al despertar recordaba el entramado de los acontecimientos como si los hubiera vivido realmente, o tal vez sí.

Visitaría a su amiga Mary, en el pueblo llamado Buenaventura, en la selva chiapaneca. Caminaba por una vereda bordeada de diversas flores. Aspiraba los exquisitos aromas. Uno de ellos trajo a su mente el recuerdo de un perfume francés que le regaló una amiga hace muchos años, cuando cursaba la secundaria.

Yara estaba feliz, caminaba disfrutando el paisaje, sentía sus pies ligeros y empezó a brincotear como cuando era niña. Pensaba que nadie la veía.

Las flores se movían impulsadas por un suave viento. No resistió la tentación de tocarlas, tomó entre sus manos una de color amarillo, que de inmediato se pintó de azul. Asombrada, dio un salto hacia atrás. En ese momento, observó que su ropa blanca se había teñido de ese color.

Temerosa y curiosa a la vez, tocó una flor de color rojo, el fenómeno se repitió. Asustada, regresó al camino. En su nerviosismo, no vio que había una roca, provocándole una caída. El espacio que tocó su cuerpo se pintó de azul.

Caminó lo más rápido que pudo, quería ver a su amiga para contarle lo sucedido. Sus manos estaban llenas de tierra azul. Más adelante encontró una acequia con agua cristalina. Se lavó manos y piernas. El agua ahora era azul cobalto.

Se quedó estática, sin saber qué hacer. Escuchó el griterío de chiquillos que iban a la escuela. Los niños generalmente se enteran antes que los adultos de lo que pasa en su alrededor. Pidieron a Yara que pintara el dibujo que había dejado de tarea el maestro. Agradecieron a Yara y corrieron a la escuela.

En el pueblo, había gente esperando a Yara. La chica entró en pánico. Todos en la muchedumbre hablaban al mismo tiempo. La situación empeoraba, un niño le entregó un recado: su amiga Mary había salido de emergencia a la Ciudad de México, la llamaron de la galería en donde expondría sus pinturas.

—¿Es cierto que todo lo que toca se pinta de azul? —preguntaba la gente.

—Vamos a mi casa para que practique su don, quiero el frente de azul. 

Eran tantas las solicitudes, que no había tenido tiempo de comer y descansar. Yara sentía que estaba en el umbral de la locura. Sin energía para continuar, se recargó en un muro húmedo y sucio, resbalando lentamente hasta quedar en el piso, inconsciente.

Tiempo después recobró la conciencia, no sabía dónde estaba. Al adaptarse a la oscuridad, vio que era un granero con paredes muy altas. Trataba de encontrar una puerta o una ventana. Cerca del techo, descubrió una pequeña ventana, por ahí se filtraban los rayos de una fantástica luna llena.  

La luz de la luna iluminó una vieja lámpara de prismas cristalinos. De pronto, empezaron a girar proyectando sus reflejos en las paredes. En cada vuelta, el movimiento era más rápido, logrando tapizar los muros.  A través de ellos se podía ve al exterior.

“Esto parece un sueño, puede ser un mensaje para salir de aquí”, pensaba Yara.

Caminó en dirección al muro donde estaba la ventana. Iba a tocarla, cuando una fuerza la atrajo hacia los cristales, quedando atrapada entre ellos.

“¿Qué me sucede?, siento que mi esencia está cambiando, también giro, me transparento. ¡Oh, soy uno de ellos! ” recordó que, de acuerdo a la física cuántica, sería posible. 

Los cristales seguían girando. En una veloz vuelta, fue expulsada al exterior. La chica recobro su figura humana, miró hacia la bóveda celeste agradeciendo a la luna por su luz. Caminaba rápido, de pronto, se vio en un lugar selvático. 

Escuchó el ruido de una locomotora. Era una máquina de vapor, la reconocería en cualquier lugar, de niña había vivido cerca de una estación del ferrocarril. Le extrañó que pasara en medio de la selva.  

Sintió miedo de perderse, pero al pensar que podría ser atrapada, continuó. La máquina silbaba con frecuencia, sirviendo de guía. Llegó donde estaba el tren, vio su viejo reloj, eran las seis de la mañana. 

El tren tenía vagones de carga y de pasajeros. Las puertas estaban abiertas, de un salto Yara lo abordó. Pareciera que la estaban esperando, de inmediato se puso en marcha. Buscó un lugar confortable y se sentó.

La joven trataba de entender lo que estaba sucediendo. En ese año, 2020, habían pasado cosas raras.

Durmió un rato, la pesadilla había terminado. Ahora tenía mucha hambre, los pasajeros no estaban, solo el equipaje. “¿En dónde estarán?”, se preguntó. Se dirigió al comedor, ahí los encontró. Las mesas estaban ocupadas, vio venir a un joven mesero, se parecía a un novio que había tenido en su adolescencia. 

—Mi nombre es Aureliano Álvarez, estoy a sus órdenes. Acompáñeme por favor, señorita Yara, tenemos reservado un lugar especial para usted, sabemos que viaja sola y no queremos que alguien la moleste.

—Gracias, Aureliano, qué amable, tengo un gran apetito —dijo Yara.

—Aquí está su mesa. Espero que disfrute el desayuno, el café está recién hecho, como a usted le gusta. 

El lugar era acogedor. La mesa estaba elegantemente vestida. Había un florero de cristal cortado que lucía una rosa roja. Fruta, jugo, café, pan recién horneado, omelette de cuitlacoche y suculenta ensalada fue el desayuno de Yara.

Agradeció al joven sus atenciones dejando una buena propina. Se dispuso a    recorrer el tren, cada carro tenía diferente decoración. Uno de ellos era una galería. Reconoció las obras de grandes pintores: Miguel Ángel, Caravaggio, y Monet. Las observaba detenidamente, se concentró tanto, que de pronto se vio como personaje de la obra de Caravaggio…

Las aventuras de Yara no han terminado. 

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