Por la calle donde vivo hay muchos gatos, aunque no todos pertenecen a alguien de la colonia. Según crónicas de las vecinas, la mayoría de los gatitos han llegado de otros lugares. Una señora les da croquetas por la mañana antes de irse a trabajar. Todo estaría bien si la caritativa mujer pusiera el contenedor en la puerta de su casa, no en otra.
Ella deja las croquetas afuera de la casa de un vecino, cuando el dueño de esa propiedad ya ha barrido su banqueta y la calle. Los gatitos quieren comer al mismo tiempo, lo que ocasiona pleitos gatunos y tiradero de croquetas. El señor sale de la casa muy disgustado, corre a los mininos y se pone a barrer de nuevo. Supe que reclamó a la señora por dejar las croquetas en su propiedad, pienso que llegaron a un acuerdo, no he vuelto a ver croquetas en el predio del señor.
Cuando hay buen clima, los gatitos se reúnen en la noche bajo la luz de un poste, pareciera que están celebrando algo: brincotean, juegan, saben cómo divertirse. Si nadie los molesta, la mayoría permanece en ese lugar de una a tres horas. Unos se van y otros llegan.
Los he observado. Dejo que la imaginación vuele, pienso que están en asamblea para tomar decisiones muy importantes. Son muy organizados, sin embargo, cada día llegan más solicitudes para pertenecer a ese club.
Una noche de noviembre de 2024 salí a dejar la bolsa de basura en la banqueta. Volteé hacia el poste para mirar a los michis, quedé asombrada. Ahora eran dos grupos, cada uno bajo la luz de un poste. Imaginé que habían llegado a la conclusión de que, por ser muchos, lo ideal sería formar dos clanes. Lo relevante sería que ambos pertenecieran al mismo club nocturno, El Gato Trasnochado.
En el mes de diciembre hubo pocas reuniones gatunas; supongo que la causa fue que las noches eran muy frías.
En enero, solo veía deambular por mi calle a los gatos durante el día. Cuando me correspondía sacar la basura, lo hacía lo más rápido posible para evitar enfermarme. Me parece que, en este año, la gripe ha tenido una mutación, la sentí más agresiva. Los mininos también se resguardaban.
Una mañana de febrero del 2025, al abrir mi ventana descubrí un hermoso gato sentado en una esquina de la balaustrada. Su porte era de gato fino. El rabo, cual elegante bufanda, cubría parte de sus patas delanteras. Lo observé unos segundos; él hacía lo mismo, me sostenía la mirada, empecé un monólogo, el caballero gatuno me escuchaba con atención.
“Hola, hermoso gatito, ¿de dónde vienes? Qué honor que me visites, ¿te han dicho que eres muy guapo?” Minino seguía mirándome, parecía que entendía lo que estaba diciendo, tal vez fueron tres minutos los que estuve desde mi ventana chuleando al hermoso ejemplar, mientras él se dejaba querer.
Cuando me visita, lo hace entre las seis treinta y siete de la mañana.
El lunes 17 de este mes de marzo, me asomé varias veces por mi ventana, mi guapo gato no estaba. Los apegos pronto atrapan, extrañé a mi visitante matutino. Pensé que tal vez se había trasnochado y aún estaba dormido, bajé a preparar el desayuno. Quince minutos después, subí a mi recámara por un suéter, la mañana estaba muy fresca.
Solo por curiosidad me asomé por la ventana. Ahí, con su elegante postura, me esperaba el hermoso minino, lo saludé solo unos segundos, ya que había dejado en la estufa el café a punto de hervir y una salsa con chicharrón.
Continué preparando el desayuno pensando en el lindo gatito.
Es interesante observar las actitudes de los gatos: son muy inteligentes, perciben el estado de ánimo de sus dueños. Los estudiosos en esta materia aseguran que los gatos detectan si el humano está triste o enfermo, se dejan acariciar solo si el humano lo merece.
Cuando se trata de defender su territorio o lograr la aceptación de una gatita, los pleitos entre ellos son de pronóstico reservado, pero también saben ayudarse mutuamente, incluso interceden por otros seres vivos que no son de su especie cuando están en desventaja.
Con la visita del señor don Gato, recordé que en libros sobre la historia de Egipto y en algunas novelas cuyos personajes se desenvuelven en el antiguo Egipto, se habla sobre la vida de los gatos en ese país.
En el periodo entre los años 3150 y 31 a.C., los gatos estaban relacionados con la divinidad. La diosa felina Mafdet, apareció como protectora y encarnación de la justicia, en la Dinastía I del Egipto, de 3150 a 2890 a.C.
El gran historiador griego Heródoto, en su libro II de Historia, hace mención de la adoración del gato en el antiguo Egipto.
La presencia de ese elegante gato frente a mi ventana ha despertado a mi imaginación, tanto, que tuve un sueño donde me reencuentro con él, muchos siglos atrás.
Me encuentro en una avenida muy concurrida, con gente pregonando sus vendimias, algunas vestían con ropa elegante, supuse que pertenecían a la nobleza. Llamaron mi atención los gatos que deambulaban libremente por todos lados, nadie se atrevía a correrlos. Por el contrario, se dejaba espacio para que ellos pasaran.
Lo que mi vista captaba me resultaba atractivo, escuché la algarabía de la gente, en seguida dejaron la calle libre, supuse que algún personaje de importancia se acercaba, se trataba del faraón que se dirigía al templo. La gente lo siguió, también yo, por inercia, caminé con el grupo.
A la entrada del templo había una enorme escultura de mármol negro, perfectamente esculpida. La observé detenidamente, era idéntica al gato que me visita por las mañanas, permanecí inmóvil por unos segundos. De pronto, la escultura se movió, quise correr sin lograrlo.
El gran gato habló: “Hola, señora, ¿hoy no va platicar conmigo?, ¿no me dirá lo guapo que estoy?”
Parecía tan real, que no pude distinguir si lo estaba viviendo o soñando.